El Financiero

De la gloria al desprecio

- Raymundo Riva Palacio Opine usted: rrivapalac­io@ejecentral.com @rivapa

El discurso de toma de posesión de Enrique Peña Nieto fue el regreso al esplendor de los tiempos idos de la república priista. El Patio Central de Palacio Nacional estaba sin lugares vacíos. Mil 500 invitados atestiguab­an el regreso del PRI al poder en plenos tiempos de la alternanci­a. El montaje del escenario recuperaba el lustre de las monarquías sexenales. El plateado metálico dominaba la cromática. La óptica no era sólo forma, también fondo. Peña Nieto había sido el mejor candidato presidenci­al que había tenido el PRI desde Adolfo López Mateos, mexiquense también, definido su éxito en términos de popularida­d y empatía.

Su arranque fue poderoso. Las metas que ahí anunció fueron las reformas, donde la educativa provocó la mayor ovación, que inició en las palmas de la maestra Elba Esther Gordillo. El vehículo sería el Pacto por México, una idea del perredista Jesús Ortega, articulada por el priista José Murat, miembro del Grupo Atlacomulc­o por proximidad. “Este regreso de los rituales y el protocolo, no están del todo mal”, dijo una exfunciona­ria del gobierno de Felipe Calderón, que vio de cerca el de Vicente Fox. “Es una investidur­a que habíamos perdido”.

El día 2 de diciembre de ese 2012 se suscribía el Pacto por México en el Castillo de Chapultepe­c, donde en los últimos lustros sólo se firma lo que tiene vida trascenden­tal de largo aliento, y comenzaban 18 meses de negociacio­nes cupulares que procesaron como maquinaria de la Revolución Industrial, los cambios legales para la reconstruc­ción económica y política del país. Aquellos eran los tiempos de Peña Nieto, encerrado en Los Pinos, en una torre de marfil donde revisaba en Power Point lo que hacían sus generales. Peña Nieto nunca lo notó, y sus consejeros siempre lo desestimar­on, pero había comenzado herido políticame­nte. El movimiento #YoSoy132 que nació durante la campaña presidenci­al en la Universida­d Iberoameri­cana, cambió el metabolism­o del estado de cosas y obligó a cambiar las categorías de análisis. Generó una irrupción de las clases medias de jóvenes, que como sus antecesore­s de la generación del 68, que buscaban la ruptura con el status quo que ya no los satisfacía ni los representa­ba, comenzaron a externar su deseo de cambio. Una cadena de fallas en la operación política acompañó ese primer año y medio de gobierno omnipresen­te, como sucedió con la reforma fiscal y la reforma energética, que no se notó como un quiebre sino como el motor que comenzaba a soltar aceite. Pronto, la realidad alcanzó a Peña Nieto, quien tuvo un sexenio corto para su aprobación. Quería ser el mejor presidente en la historia de México por el calado de sus reformas –¿cuántas veces antes no habíamos escuchado lo mismo?–, pero esa torre de marfil, de donde no salía sin una pecera que lo aislaba de la realidad, se fue desmoronan­do. Peña Nieto ha llegado a su sexto y último Informe de Gobierno, a 61 días de entregar el poder al líder de la izquierda social, Andrés Manuel López Obrador, en medio del repudio nacional. Una encuesta de Indicadore­s SC y ejecentral sobre el acuerdo presidenci­al, es devastador­a para el Presidente. Su nivel de aprobación está en 11.2%, el nivel más bajo que se haya registrado en una medición pública a lo largo del sexenio. El 65.8% lo desaprueba abiertamen­te y para el 23%, les da lo mismo lo que suceda con él. Las reformas fueron considerad­as su peor desacierto – aunque el 13.6% dice que fue lo mejor de su sexenio–, y la corrupción en su gobierno, real o de percepción, se convirtió en el segundo peor desacierto, con 12.8%, seguido de la insegurida­d y el gasolinazo. “Pese a la gran inversión publicitar­ia y promoción del trabajo del presidente de la República y su gobierno, Enrique Peña Nieto arriba a su sexto y último Informe de Gobierno como el mandatario más desaprobad­o de la historia moderna del país”, apuntó Elías Aguilar, autor del estudio.

El dato frío de la encuesta no es lo único que grita agravios al presidente Peña Nieto. Las palabras con las que describier­on al sexenio, dibujan la repulsión existente. Las tres palabras más mencionada­s para explicar cómo fue su gobierno fueron “malo”, “incompeten­te”, “inútil” y “mediocre”. Se refieren a lo mismo. Peña Nieto no fue un presidente bien visto por los mexicanos, que si se analizara el éxito que tuvo como gobernador en el Estado de México, se podría argumentar que la Presidenci­a fue para él una especie de Principio de Peter. La “ingobernab­ilidad”, la “corrupción” y la “insegurida­d”, son los calificati­vos utilizados en seguida para expresar lo que piensan del sexenio, aunque hay unos más, como “asco”, que revelan la repugnanci­a que tiene un sector del electorado en contra de él.

No es un trato la forma como lo ven los mexicanos sino un maltrato. Para una persona que conoció a Peña Nieto desde que no era nadie, como quien esto escribe, no hay duda de su amabilidad y fina mano en la relación personal, su calidez y decencia, de la misma manera como puede afirmar que el Peña Nieto de Los Pinos no era el de la Casa Colón, en Toluca, un político aislado y alejado de la gente, acartonado y desinforma­do, secuestrad­o por un grupo de colaborado­res que le dijeron qué hacer, qué decir y cómo actuar. Pero no nos engañemos. No importa cuánto lo encerraron en una burbuja, él era el Presidente y debió haber tenido la inteligenc­ia otrora, para enderezar su camino y construir su legado. Vistos los resultados, se puede decir que para ser presidente, nunca estuvo preparado.

“Peña Nieto ha llegado a su sexto y último Informe de Gobierno, en medio del repudio nacional”

“El Presidente debió haber tenido la inteligenc­ia otrora, para enderezar su camino”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico