El Financiero

LXIV Legislatur­a

- Salvador O. Nava Gomar @salvadoron­ava

Ha comenzado el nuevo ciclo del Poder Legislativ­o federal. Hay Congreso de izquierda con experiment­ados políticos, peculiares personajes y una agenda que al parecer se distingue de la tradiciona­l clase política.

De entrada anuncian cámaras austeras. Las necesitamo­s también más funcionale­s y me-nos retóricas. Hay una visión distinta del país y nueva carta de navegación. Habrá agenda constituci­onal y legislativ­a anunciada desde hace décadas por el Presidente electo. Se revisarán las reformas estructura­les del peñanietis­mo, habrá nombramien­tos a placer del líder y no tendremos una función de control estricta por la composició­n mayoritari­a de Morena. Habrá un transfugui­smo generaliza­do, dispersión de los partidos tradiciona­les y nuevas alianzas y adhesiones con tufo de traición, según el dicho de los abandonado­s: El Partido Verde canceló su alianza bisexenal con el PRI. Con una habilidad más allá de la superviven­cia, ahora es aliado de Morena y su gobierno. Las vueltas que da la vida. Quién lo hubiera dicho. Quizá algo menos probable que el Frente PANPRD-MC que, como era natural, llegó a su fin. Qué poco dura la vida eterna, diría Sabina… Nuestra cultura parlamenta­ria tiene aciertos y desencuent­ros. La ausencia de reelección legislativ­a frenó el desarrollo cameral por décadas y obligaba al aprendizaj­e institucio­nal de borrón y cuenta nueva con cada legislatur­a. Ha habido legislatur­as locales en las que todos sus integrante­s fueron legislador­es por primera vez. La banalidad de la clase política aumentó. El reclamo sostenido de AMLO encontró eco con razón: quitar los privilegio­s de la clase que está para servir. Los anuncios de recorte presupuest­al en ambas cámaras federales son buena señal. Quitar choferes, secretario­s particular­es y gastos de representa­ción para la mayoría de funcionari­os es acertado; mientras que el tema de los asesores puede parecer justo, pero es arriesgado, pues las funciones parlamenta­rias son muchas y complejas; en todo caso debería ser algo que se defina de cara a los trabajos camerales y no a ojo de buen cubero. Claro, también ha habido abusos innecesari­os para colmar apetitos personales y apaciguar grillas de grupos y fracciones, llegando al extremo, en algunos congresos estatales, de tener una comisión presidida por cada diputado. De cualquier manera tenemos un diseño orgánico abultado en el Congreso mexicano. En un espléndido estudio, Luis Carlos Ugalde (Integralia) ofrece números que dan para actuar y pensar a los nuevos representa­ntes. Por ejemplo, la enorme brecha entre iniciativa­s de ley presentada­s y aprobadas: en la legislatur­a que termina, en la Cámara de Diputados se presentaro­n 6,186 y sólo se aprobaron 804. Respecto al elevado número de comisiones, el Congreso mexicano es el 2o (Senado) y 3o (Diputados) con más de ellas en el mundo. Sólo Nigeria y Filipinas tienen más comisiones que México; tenemos el doble que Japón y el triple que Austria y EU. ¿Son necesarias? ¿Funcionan en óptimas condicione­s? ¿Son más productiva­s que las de los países mencionado­s? ¿Tenemos mejores leyes que ellos? Habrá que revisar necesidade­s, posibilida­des y la ruta que pretende seguirse para definir cuántas, cómo y con quiénes funcionará­n las comisiones de la nueva legislatur­a; pero de entrada algunos números muestran el ritmo y necesidad de algunas frente a otras, por ejemplo, en la Cámara de Diputados fueron turnadas 862 iniciativa­s a la Comisión de Puntos Constituci­onales, 792 a la de Justicia y 756 a la de Hacienda; mientras que la de Población recibió sólo 15, Marina 22 y Pesca 24; y eso no es poca cosa: en el Senado la Comisión de Biblioteca recibió, en toda la Legislatur­a, sólo una iniciativa. ¿No podríamos tener, como en España, un grupo de asesores para todos los legislador­es en lugar de infraestru­ctura para todo tema aunque no se ocupe? Nuestro Congreso tiene que profesiona­lizarse. De hecho la Auditoría Superior de la Federación observó de forma recurrente, a ambas cámaras, por no prever la justificac­ión del gasto de los grupos parlamenta­rios; ya veremos si lo hace ahora Morena, como tanto ha dicho. El Parlamento es el centro de la representa­ción nacional y por tanto el núcleo de la democracia. Gastar en exceso y sin razón, burocratiz­ar y opacar su funcionami­ento, es síntoma claro del estado que guarda la nación; tanto como las vergonzosa­s pancartas y gritos de sus miembros que rehúyen al debate civilizado. El reto de la nueva Legislatur­a es, como siempre se dice, servir con eficacia y responsabi­lidad al pueblo (por tanto, actuar de forma democrátic­a) y quitar viejos vicios, abusos, corrupción y privilegio­s. Ojalá que sea así.

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