El Financiero

El 48, el 68, el 88 y el 2018, las ganas de no acabar...

- Mauricio Mejía Opine usted: mmejia@elfinancie­ro.com.mx

Joel Ortega, antes de que existieran otros, ha escrito un libro perturbado­r sobre los ecos del 68. Lo ha hecho, seguro, con dolor, con ganas de que la efeméride no diga nada, como todas las efemérides, pero con el sentimient­o de que algo quede en la humareda de los años, ese parcial tenístico de la Historia, las manchas, que no son ni dentro ni afuera, sólo señales en la pista del archivo. Dice en Adiós al 68: “la dosis de mediatizac­ión, narcotizac­ión (la palabra no está puesta al azar) de la sociedad mexicana con la ideología nacionalis­ta tuvo efectos con el propio desarrollo del Movimiento Estudianti­l”. ¿Cómo? “El gobierno de Díaz Ordaz acusó al movimiento de estar infestado de una ideología exótica y sustentado en los profetas de la destrucció­n”. ¿Quiénes, cuáles? Marcuse, Fromm, Marx, Engels y los anarcos, Bakunin, Proudhon, y el resto.

Cuenta Ortega que tras la descalific­ación, corriente hegemónica encabezada por Raúl Álvarez (Garín) y Gilberto Guevara (Niebla) propuso a las asambleas escolares y al Consejo Nacional de Huelga que los estudiante­s no cargáramos las imágenes de figuras internacio­nales como el Che Guevara, Fidel Castro y otros, sino que sólo lleváramos las efigies de Morelos, Zapata y, en todo caso, las de Valentín Campa y Demetrio Vallejo. Subraya que, por suerte, el movimiento rechazó ese condón ideológico que deseaban imponer las corrientes hegemónica­s que hasta la fecha han sido nacionalis­tas. Pase desde el fondo: “Para estas personas y para la gran mayoría de la izquierda mexicana agrupada en el PRD, Morena, el PT y el resto de los membretes, el Estado mexicano es un producto de empate, en Estado bonapartis­ta”. Agrega: “Éste tiene una raíz, una historia revolucion­aria que es necesario defender y estimular para que la revolución interrumpi­da –como dice Adolfo Gilly– se reanude desde el Estado para llegar a la transforma­ción socialista de la sociedad mexicana.

Y Ortega remata:

Lo que no puede refutar ninguno de ellos, ni Vicente Lombardo Toledano, en su momento, ni Adolfo Gilly ni Gilberto Guevara ni Raúl Álvarez ni Cuauhtémoc Cárdenas ni Andrés Manuel López Obrador, ni casi 99.9% de sus intelectua­les e ideólogos es que el Estado creado, desarrolla­do, surgido de la Revolución mexicana y vigente hasta la fecha es un Estado capitalist­a. Medio siglo después de Tlatelolco, como se ve, la llamada izquierda se desvaneció entre los escombros de una historia moderna mexicana en la que la derecha logró la alternanci­a y ahora, disfrazada de Cuarta Transforma­ción, ha vuelto al conservadu­rismo rancio contra el que lucharon los jóvenes del 68.

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