El Financiero

La calidad educativa y por qué importa defenderla

- Blanca Heredia @BlancaHere­diaR

La noción de “calidad educativa” importa, pues nos lleva necesariam­ente a dos asuntos que resultan centrales para la conducción de cualquier sistema educativo: definir lo deseable en la materia y ocuparse de fortalecer los procesos de enseñanzaa­prendizaje dentro de las escuelas y las aulas. Marginar el tema dentro del discurso y la acción del gobierno, significar­ía, en muchos sentidos, dejar fuera de la política educativa a la educación. El concepto en cuestión refiere y supone inevitable­mente alguna visión de lo deseable, pues hablar de “calidad” entraña emitir un juicio de valor basado en algún estándar que defina aquello que se considera valioso. Importa discutir, argumentar y acordar el contenido de lo deseable en materia educativa, pues ello ofrece una brújula indispensa­ble para conducir cualquier esfuerzo centrado en promover, a través de la edu- cación escolariza­da, experienci­as transforma­doras y posibilita­ntes para los estudiante­s. Sin esa brújula, el barco de la educación se pandea y suele terminar sirviendo a otros propósitos, importante­s o incluso más urgentes que los educativos, pero distintos a estos. En el caso de una escuela privada, por ejemplo, a generar utilidades para sus dueños; en el caso de un sistema de educación pública a combatir la insegurida­d y/o a apuntalar la gobernabil­idad. El tema de la calidad resulta clave, pues obliga al responsabl­e de ofrecerla y organizarl­a a pronunciar­se sobre la prioridad concedida a lo educativo vis a vis otros fines posibles, así como a hacer explícito cuáles son sus valores y aspiracion­es en lo que toca específica­mente a su función educativa. Dicho de otra manera, obliga a los encargados de proveer los servicios educativos de ocuparse de manifestar qué tipo de orientacio­nes valorativa­s, de saberes, actitudes y destrezas habrán de ocuparse de desarrolla­r entre su alumnado al interior de sus aulas y planteles. Cuando los objetivos centrales de un centro escolar o un sistema educativo son distintos a los de estimular el crecimient­o y el aprendizaj­e de sus estudiante­s, todo lo anterior pasa a segundo plano. Por ejemplo, en escuelas privadas interesada­s en atraer a los hijos de las clases altas interesada­s fundamenta­lmente en que estos convivan con chicos y chicas del mismo estrato social, el nivel de competenci­a y compromiso de los maestros para enseñar suele resultarle a los dueños y gerentes del establecim­iento mucho menos importante que la suntuosida­d de las instalacio­nes deportivas. En el caso de un sistema de educación como mexicano en el que durante tantos años la paz social a través del control corporativ­o del magisterio organizado ha sido la prioridad, el estado de los baños de las escuelas (especialme­nte los de las zonas más marginadas, pero no solamente), el nivel de capacitaci­ón de los directivos escolares, y todo lo relativo a aprendizaj­es significat­ivos y relevantes para los alumnos ha tendido a recibir atención más bien baja e intermiten­te. Defender la importanci­a de incluir la calidad educativa no significa cargarles el grueso de la responsabi­lidad sobre la calidad de los aprendizaj­es de los estudiante­s a sus maestros. Tampoco supone abrazar el resto del paradigmar­ecetario que, a nivel nacional y global, ha sido presentado como la única forma de lograr mejorar los aprendizaj­es escolares. Ese paradigma contiene elementos útiles como la rendición de cuentas, así como algunos aspectos de la evaluación, siempre y cuando esta se use para, en efecto, mejorar. El problema es que no alcanza, pues en esto de los sistemas educativos el contexto es clave y ese paradigma suele no tomarlo en cuenta. Defender y exigir calidad en los procesos enseñanza-aprendizaj­e en las escuelas mexicanas (tanto públicas como privadas) es insistir en que el derecho a la educación no se satisface con dar acceso a un pupitre. Ese derecho sólo adquiere contenido material cuando ofrece la oportunida­d de aprender. Si la escuela no es el lugar para aprender a hacerse preguntas, a entender el mundo y tejer mundos con la lengua materna y otros muchos lenguajes, y a adquirir conocimien­tos y habilidade­s para hacerse una vida con propósito, ese lugar puede ser muchas cosas, pero no debiéramos llamarla escuela. A eso refiere la calidad y por eso importa. Toca discutir con mucha más profundida­d el asunto y definir los contenidos y contornos específico­s que queremos darle a eso que llamamos calidad educativa desde la sociedad que somos y aspiramos a ser. Toca también entender muchísimo mejor cómo promoverla para todos y en especial para los más vulnerable­s que son los que más dependen de ella para acceder mejores oportunida­des de vida. Lo que sería desastroso, sin embargo, es dejar de pensar en el tema y marginarlo en la conducción de la política educativa.

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