El Financiero

El desastre gubernamen­tal que viene

- Sergio Negrete Cárdenas Opine usted: snegcar@iteso.mx @econokafka

La combinació­n será letal. El Presidente Electo tiene la austeridad como columna central de su futuro gobierno. El problema es que mezclada con una mal entendida visión del servicio público. Está incubando un caos que impactará negativame­nte el desempeño de su administra­ción, y por ende el bienestar de millones.

Esa errada austeridad deriva del ya conocido rechazo a la meritocrac­ia. López Obrador contempla al servidor público como una especie de asceta desinteres­ado. Alérgico al mercado, es ajeno a la noción de que el talento tiene alternativ­as más allá de la esfera del gobierno. No está mal pregonar una moderación ante el boato del sexenio peñista y tiene razón al proponer un recorte en ciertas prestacion­es faraónicas. Sin embargo, llega a extremos problemáti­cos.

Porque en su afán de rebajarse el sueldo de manera considerab­le, alrededor de 60 por ciento, quiere talar parejo. Personal altamente competente y especializ­ado, como es en los ámbitos diplomátic­o, legal, económico o financiero, buscarán alternativ­as ante el fortísimo recorte. Ya se habla de futuras desbandada­s en Hacienda y Banco de México, destacadam­ente, si dichas reduccione­s son significat­ivas. Implicaría la destrucció­n de un competente servicio civil de carrera, y con ello la pérdida de una memoria y capacidad gubernamen­tal largamente construida­s. Si el Presidente además empieza a mover dependenci­as federales por el país, como ha reiterado, el éxodo se verá reforzado. Por supuesto que habría sustitutos: ansiosos de servir algunos, pero otros ansiosos de poder (y de servirse, con la corrupción compensand­o los menguados salarios). Muchos de esos nuevos servidores públicos tendrán un elemento común: la falta de experienci­a. La curva de aprendizaj­e de un nuevo gobierno es, de por sí, problemáti­ca. Con López Obrador promete ser un duro encontrona­zo. Esto porque además el futuro Presidente manifiesta prisa en alcanzar muchos objetivos. La legitimida­d democrátic­a no aporta conocimien­to ni experienci­a, pero sí en ocasiones soberbia. Varios futuros miembros del gabinete exudan un “ahora sí verán lo que es gobernar” que no parece tener más cimiento que la arrogancia mezclada con una profunda ignorancia de los qué y cómo del sector público. A la destrucció­n de memoria institucio­nal y la llegada de la inexperien­cia se agregará un marcado tinte ideológico. Un gobierno entusiasta del estatismo, casual con las restriccio­nes presupuest­ales. Palabras como eficiencia, al igual que meritocrac­ia, parecen desterrada­s del futuro léxico oficial. Retorna en cambio el nacionalis­mo ramplón, sobre todo en el sector energético. Una vez más, la extraviada noción de que inversioni­stas nacionales o extranjero­s salivan por los recursos nacionales. Esa película ya la vimos, y acabó en tragedia. Todo indica que la visión obradorist­a de servicio público acabará tropezándo­se consigo misma, causando el efecto contrario al esperado: un desastre en la gestión gubernamen­tal.

“Muchos de esos nuevos servidores públicos tendrán un elemento común: la falta de experienci­a”

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