El desastre gubernamental que viene
La combinación será letal. El Presidente Electo tiene la austeridad como columna central de su futuro gobierno. El problema es que mezclada con una mal entendida visión del servicio público. Está incubando un caos que impactará negativamente el desempeño de su administración, y por ende el bienestar de millones.
Esa errada austeridad deriva del ya conocido rechazo a la meritocracia. López Obrador contempla al servidor público como una especie de asceta desinteresado. Alérgico al mercado, es ajeno a la noción de que el talento tiene alternativas más allá de la esfera del gobierno. No está mal pregonar una moderación ante el boato del sexenio peñista y tiene razón al proponer un recorte en ciertas prestaciones faraónicas. Sin embargo, llega a extremos problemáticos.
Porque en su afán de rebajarse el sueldo de manera considerable, alrededor de 60 por ciento, quiere talar parejo. Personal altamente competente y especializado, como es en los ámbitos diplomático, legal, económico o financiero, buscarán alternativas ante el fortísimo recorte. Ya se habla de futuras desbandadas en Hacienda y Banco de México, destacadamente, si dichas reducciones son significativas. Implicaría la destrucción de un competente servicio civil de carrera, y con ello la pérdida de una memoria y capacidad gubernamental largamente construidas. Si el Presidente además empieza a mover dependencias federales por el país, como ha reiterado, el éxodo se verá reforzado. Por supuesto que habría sustitutos: ansiosos de servir algunos, pero otros ansiosos de poder (y de servirse, con la corrupción compensando los menguados salarios). Muchos de esos nuevos servidores públicos tendrán un elemento común: la falta de experiencia. La curva de aprendizaje de un nuevo gobierno es, de por sí, problemática. Con López Obrador promete ser un duro encontronazo. Esto porque además el futuro Presidente manifiesta prisa en alcanzar muchos objetivos. La legitimidad democrática no aporta conocimiento ni experiencia, pero sí en ocasiones soberbia. Varios futuros miembros del gabinete exudan un “ahora sí verán lo que es gobernar” que no parece tener más cimiento que la arrogancia mezclada con una profunda ignorancia de los qué y cómo del sector público. A la destrucción de memoria institucional y la llegada de la inexperiencia se agregará un marcado tinte ideológico. Un gobierno entusiasta del estatismo, casual con las restricciones presupuestales. Palabras como eficiencia, al igual que meritocracia, parecen desterradas del futuro léxico oficial. Retorna en cambio el nacionalismo ramplón, sobre todo en el sector energético. Una vez más, la extraviada noción de que inversionistas nacionales o extranjeros salivan por los recursos nacionales. Esa película ya la vimos, y acabó en tragedia. Todo indica que la visión obradorista de servicio público acabará tropezándose consigo misma, causando el efecto contrario al esperado: un desastre en la gestión gubernamental.
“Muchos de esos nuevos servidores públicos tendrán un elemento común: la falta de experiencia”