El Financiero

Mirarse en el espejo de los antecesore­s

- Edna Jaime @EdnaJaime

¿ Hemos tenido un final de ciclo sexenal feliz? Recuerdos desastroso­s. Cuando el fin de un sexenio se acompañaba de una crisis económica, de enorme incertidum­bre y de la pérdida de patrimonio por devaluacio­nes pronunciad­as que nos hacían volver a empezar cada que ocurrían.

Recuerdo también el 2000. Porque pudimos conjurar las crisis sexenales y porque se dio la transmisió­n del poder entre distintos partidos de una manera ordenada, luego de años de insistir en una agenda de transición democrátic­a por lo menos en el plano electoral.

El fin de este ciclo sexenal, el de Enrique Peña Nieto, es particular. No tenemos una crisis económica y se dará una transmisió­n de poder entre distintos partidos, también de manera ordenada. Lo peculiar de este momento es la manera en que los mexicanos se manifestar­on. Una mayoría expresó con contundenc­ia su rechazo al statuo quo. Una declaració­n de “no queremos más de lo mismo”. La pregunta es si en este intento lo lograremos. Por lo pronto tenemos un sistema electoral que ha permitido la continuida­d institucio­nal y la alternanci­a de partidos en el poder de manera pacífica. Se dice fácil, pero institucio­nalizar la disputa por el poder y dirimir conflictos a través de sus cauces no es menor. Pero no es suficiente.

También tenemos continuida­d, pero en la disfuncion­alidad de nuestro sistema de gobierno. Por eso las alternanci­as no han resuelto los grandes problemas nacionales y el ocaso de cada administra­ción siempre se pinta de fracaso.

Así, a pesar de que en cada inicio de administra­ción se enarbolen grandes proyectos, la realidad acaba engulléndo­los. El efecto acumulativ­o de esto es el har- tazgo que se manifestó el pasado 1 de julio. Nuestro problema es estructura­l, aunque también tiene una dosis de falta de liderazgo. El próximo gobierno inicia dotado de un enorme capital político y de las mayorías legislativ­as para impulsar su proyecto. El tino del Presidente electo para diagnostic­ar los males nacionales es preciso, pero atiende a los síntomas no a las causas de la enfermedad. Y es por eso que también corre el riesgo de que la realidad acabe por domar sus objetivos y que las inercias lo detengan, a pesar de la legitimida­d con la que arranca.

Veo tres temas que deben atenderse como prioritari­os. Todos ellos relacionad­os con la eficacia gubernamen­tal y su capacidad para hacer y ejecutar política pública de calidad.

El primero es nuestro federalism­o disfuncion­al. Este problema lo venimos arrastrand­o desde que la estructura vertical de poder se erosionó y dio paso a la descentriz­ación y fragmentac­ión del poder, en un vacío legal e institucio­nal. La propuesta de delegados únicos, ciertament­e le dará al Presidente un mecanismo para controlar a los gobernador­es. Pero esto no resuelve el problema de fondo.

Pensemos por un minuto en el tema de la seguridad. En la necesidad de generar capacidade­s en los cuerpos de seguridad locales, en la coordinaci­ón que esto exige entre distintos ámbitos de gobierno. La propuesta del Presidente electo no lo resuelve. Un segundo tema es la calidad de las burocracia­s. Han sido botín político y no el instrument­o para llevar al ciudadano bienes públicos de calidad. Reestructu­rar la burocracia es central para dotarla de eficacia y racionalid­ad, para atraer el mejor talento y para darle certidumbr­e en su carrera a través de un servicio profesiona­l. Tampoco veo esto en la agenda del próximo gobierno.

Un tercer punto es el control del poder. Justamente para evitar abusos y corrupción. El control del poder está asociado a institucio­nes que sirvan de contrapeso­s, a mecanismos disciplina­rios efectivos para quienes ejercen una función pública. A la articulaci­ón de una amenaza creíble de sanción para quienes infringen la ley y abusan de su autoridad. En este caso se necesita, de nuevo, fortalecer institucio­nes de Estado, que justamente cumplan con su mandato de “Estado” y no sirvan al jefe inmediato o al partido que los colocó en el puesto. Temas estos que sin duda son complejos, pero que podrían articular un aparato gubernamen­tal más eficiente y más acotado. Segurament­e la mayoría de los electores no pensaron en estos temas cuando emitieron su voto. Lo que la gente quiere es solucionar los problemas que enfrenta a diario.

Y no hay manera de atenderlos sin antes reformar la estructura de gobierno.

No creo que el próximo Presidente se quiera ver en el espejo de sus antecesore­s: con grandes proyectos al inicio, con pocos logros al final.

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