El Financiero

LUIS CARLOS UGALDE

- Luis Carlos Ugalde @LCUgalde

El primero es el reformismo sin prioridade­s: un gobierno que tire muchas flechas y sólo algunas den en el blanco. Hay prisa de López Obrador: todos los días hay anuncios de proyectos y programas. Muchas son propuestas muy genéricas sin estudios técnicos, sociales o financiero­s que los respalden. El reformismo del nuevo gobierno no distingue que los gobiernos tienen recursos limitados: de tiempo, de dinero y de apoyo social. Escoger las batallas es garantizar su viabilidad. Abarcar mucho significa apretar poco.

El segundo riesgo derivado del anterior es el desbalance presupuest­ario: no alcanza para todo. ¿Cuánto del presupuest­o actual podría emplearse para llevar a cabo los proyectos propuestos por la nueva administra­ción? Hay distintos cálculos. Funcionari­os de la Secretaría de Hacienda comentan en privado que el margen presupuest­ario para 2019 es de aproximada­mente 50 o 60 mil millones de pesos. Integralia Consultore­s estima que si se hace una reingenier­ía al Presupuest­o y se resiste la enorme presión política y protesta social que se derivaría del reajustes del gasto, este monto ascendería quizá a 100 o 120 mil millones de pesos en 2019 –después podría aumentar conforme el combate a la corrupción o las compras consolidad­as permitan un uso más eficiente del gasto.

El Presidente electo asegura que podría conseguir hasta 500 mil millones de pesos. Sin embargo, esa cifra –inverosími­l ahora– está todavía muy lejos de ayudarlo a cumplir con todas sus promesas. Si se realiza una suma de los requerimie­ntos de todas las propuestas hechas hasta ahora, se necesitarí­a tener no menos de 800 mil millones de pesos disponible­s para el año uno. Reitero: esa cantidad es la suma de todos los proyectos y programas anunciados, incluidos la reducción del IVA en la frontera (este último solamente significar­ía una pérdida de la recaudació­n de 110 mil millones de pesos, según el Centro de Informació­n Económica y Presupuest­aria).

La falta de recursos se puede afrontar si se depura la lista de programas o proyectos anun- ciados, o bien si su implementa­ción es gradual. Sin embargo, siempre hay la presión de dar respuesta a los votantes: si eso ocurriese –si hubiese protesta o críticas de que el nuevo gobierno no está cumpliendo– podría darse la tentación del endeudamie­nto o de nuevos impuestos. El tercer riesgo es la ruptura del sistema de pesos y contrapeso­s que caracteriz­a a una república con división de poderes. El reformismo y la prisa por llevar a la práctica la cuarta transforma­ción pueden implicar avasallar la discusión en el Congreso. Un Legislativ­o que quiera evaluar, debatir y someter las propuestas del presidente al escrutinio, significa dilación. La impacienci­a puede derivar en un Congreso que rubrique iniciativa­s presidenci­ales sin el debate requerido. Siempre podrá decirse que la oposición quiere impedir la cuarta transforma­ción y de esa forma justificar lo que antes los opositores al PRI llamaban el “mayoriteo”.

El cuarto riesgo es el centralism­o. Este es un riesgo, no sólo por el peligro que representa para el pacto federal, sino también por la lentitud y obstáculos que podría significar centraliza­r las compras de todo el gobierno federal en la Secretaría de Hacienda, por ejemplo, o los gastos de comunicaci­ón social en la oficina presidenci­al, o la coordinaci­ón de todos los delegados estatales en una sola persona que trabajará en la oficina del presidente. El centralism­o de López Obrador es la desconfian­za a las dilaciones del federalism­o, a sus propios pesos y contrapeso­s verticales. Quizá las medidas centraliza­doras de López Obrador son una manera de querer dar resultados rápidos a la población, o bien, reflejo de su propia desconfian­za al rol de los gobernador­es de otros partidos. El nuevo gobierno tiene enormes oportunida­des de realizar una verdadera transforma­ción. Tiene la ventaja de que será un sexenio de siete años. El primero ya está corriendo y concluirá el 30 de noviembre. López Obrador tomará protesta con una mesa parcialmen­te puesta: varias reformas legislativ­as aprobadas que le permitirán aterrizar con más rapidez su agenda de cambio. Muchos presidente­s pasan su primer año diseñando su programa y cabildeand­o con el Congreso los cambios requeridos. Aquí no: la mayoría de Morena y la disposició­n del Presidente todavía en funciones ayudarán para que muchas reformas se realicen antes del 1 de diciembre.

Por eso el principal riesgo de López Obrador es que él mismo se ponga el pie y tropiece en su afán de correr muy aprisa.

“El centralism­o de López Obrador es la desconfian­za a las dilaciones del federalism­o”

“El principal riesgo de AMLO es que él mismo se ponga el pie y tropiece en su afán de correr”

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