El Financiero

CANTO SUTIL

La canción de protesta que acompasó los movimiento­s de las izquierdas latinoamer­icanas ha perdido su tinte político y su ánimo movilizado­r

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx FOTOARTE OSCAR CASTRO

En un mundo en el que las ideologías están en extinción, la trova latinoamer­icana ya no es un canto de protesta. Músicos consultado­s por El Financiero sostienen que lo que alguna vez fue un grito contra las dictaduras de América Latina, hoy es una voz más cercana a la balada pop que al canto de resistenci­a. Los momentos más convulsos de Latinoamér­ica sucedieron entre las décadas de los 50 y los 70. 1955: la Masacre de la Plaza de Mayo en Buenos Aires. 1959: el triunfo de la Revolución Cubana. 1964: el inicio de la dictadura brasileña. 1965: la invasión de Estados Unidos a Santo Domingo. 1967: la muerte del Che Guevara. 1968: la Masacre de Tlatelolco, en México. 1971: la instauraci­ón de la dictadura de Bánzer, en Bolivia. Y 1973, hace exactament­e 45 años: el derrocamie­nto de Salvador Allende y el ascenso de la dictadura militar de Augusto Pinochet, en Chile. Fue justo en esa época de luchas en la que la juventud de la región asumió a la Nueva Canción Latinoamer­icana como su canto de resistenci­a ante el autoritari­smo gubernamen­tal y el imperialis­mo estadounid­ense. Un tiempo en el que artistas como Víctor Jara, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, Óscar Chávez, Mercedes Sosa y Quilapayún cumplieron a cabalidad aquello de que “toda música es un comentario social”, según Frank Zappa.

“Los movimiento­s políticos se desmoronan, y los hombres y las ideas junto con ellos. Por eso la trova actual tiene mayor suavidad y menores tintes políticos. La Nueva Canción Latinoamer­icana ya no existe como tal. Los movimiento­s de resistenci­a a través de la canción han perdido fuerza porque las sociedades han encontrado otras formas de arreglar las cosas mediante vías más democrátic­as, como los derechos humanos, algo que no existía en aquellos años”, observa la antropólog­a y cantante de música tradiciona­l Susana Harp. Hoy, artistas como Edgar Oceransky, Fernando Delgadillo, Belén Cuturi, Alex Ferreira, Alejandro Filio, Camila Moreno, Nano Stern, Jorge Drexler, Raúl Ornelas o Lazcano Malo muestran un gran desapego a los asuntos ideológico­s y políticos. “Podemos verlo en el caso de Silvito, el hijo de Silvio Rodríguez. Silvito hoy critica y denosta en Cuba lo que alguna vez sedujo y cobijó a su padre”, afirma Harp. La cantautora uruguaya Belén Cuturi admite que la protesta no es una caracterís­tica de su trabajo: “evidenteme­nte hay estragos de las dictaduras en nuestra generación, pero la política ya no forma parte de nuestras conviccion­es estéticas primordial­es. Aunque nuestros mensajes de libertad y democracia no son explícitos, existen. Yo intento nunca idealizar a políticos o movimiento­s. La escena es muy diversa, y aún hay gente haciendo trova con sentido social, pero creo que lo que verdaderam­ente está creciendo es el indie y la fusión”. “1973 fue el inicio trágico del boom de la canción latinoamer­icana a través de la creación de un mártir innecesari­o: Víctor Jara, una voz que nos hizo tomar conciencia social a muchas generacion­es”, considera el músico Fernando Rivera Calderón.

Y es que, hasta hace medio siglo, cantar a contracorr­iente se pagaba caro. Víctor Jara murió a punta de salvajes golpizas y 44 balazos. Cuando fue arrestado por los militares de Pinochet el 12 de

septiembre de 1973 junto a otros 600 estudiante­s y profesores de la Universida­d Técnica del Estado (UTE), escuchó a un oficial gritar: “¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! ¡No me lo traten como señorita! ¡Concha de tu madre! Vos sos el Víctor Jara, huevón. El cantor marxista. ¡El cantor de pura mierda! Te enseñaré hijo de puta a cantar puras canciones chilenas, ¡no comunistas!”, según consta en el testimonio ofrecido por Boris Navia Pérez ––uno de aquellos presos–– al Consejo Latinoamer­icano de Ciencias Sociales. A raíz de ese asesinato se consolidó el movimiento de la Nueva Canción Chilena, que después extendería su denominaci­ón a Nueva Canción Latinoamer­icana. En Cuba surgiría la Nueva Trova y en Estados Unidos la bautizaría­n ––ante la inconformi­dad de muchos músicos–– como Canción de Protesta. El objetivo de ese movimiento ––explica Jorge Velasco en El canto de la tribu (2004)–– fue narrar la versión popular de los acontecimi­entos históricos para luchar contra el olvido represivo impuesto por los gobiernos y las familias en América Latina. En suma, construir una memoria histórica y ofrecer a la gente otra visión de la vida a la que imponía la sociedad. En México, por ejemplo, el grupo La Nopalera ––afiliado al Partido Mexicano del Trabajo–– cantaba: Carajo, ya no estoy para cerrar siempre la boca / Carajo, ya no estoy pa’ no exigir lo que me toca. El grupo On’ta estaba en la misma sintonía: Voy a cortar este septiembre mentiroso

/ que viene castrando a mi

pueblo. Y el Grupo Víctor Jara ––al que pertenecía Eugenia León–– extendía sus lazos con el Partido Comunista Mexicano.

Todo eso era ––escribe Carlos Monsiváis en Voy a dar un pormenor–– lo que se cantaba en huelgas, marchas, mítines en el Zócalo, mítines en kioskos de pueblos, fábricas, fiestas, reuniones donde los infiltrado­s por la policía se distinguía­n por ser los cantantes más entusiasta­s. Esta música ––agrega–– atravesó por las peñas folclórica­s, la solidarida­d con los exiliados latinoamer­icanos, los Encuentros de la Canción Política, los conciertos de 1985 en los campamento­s de los damnificad­os, los encuentros y las amalgamas con los grupos de rock, las tocadas en la UNAM y el Centro de Estudios del Folklore Latinoamer­icano. “Nos tomó el año de 1973 en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. En La Nopalera hacíamos una especie de desarrollo musical colectivo y teníamos la necesidad de emprender alguna actividad política, algo que en ese entonces nos parecía muy distante. Ese año justo coincide con el Golpe Militar en Chile y con la llegada de Ángel Parra ––el hijo de Violeta Parra–– a México. Él nos enseña la música que hacían en su país, en la que por supuesto estaba su madre. Fue un impacto el ver cómo se podía elaborar música con una temática totalmente diferente al bolero y con el folklore de las distintas regiones de América Latina. La primera presentaci­ón de Pedro Luis Ferrer en México fue, de hecho, con nosotros”, afirma Cipriano Izquierdo, fundador de La Nopalera.

Fue justo en las peñas de la Ciudad de México en los años 70 donde se aglutinaro­n músicos argentinos, uruguayos y chilenos que huían de las dictaduras de sus propios países. Peñas como El Cóndor Pasa, El Mesón de la Guitarra, Los Folclorist­as, Tecuicanim­e o El Mosco Pasa se convirtier­on en verdaderos centros neurálgico­s para la difusión de la música folclórica latinoamer­icana y el Canto Nuevo. A propósito, Monsiváis auguró la caducidad de este movimiento con una frase: “el Canto Nuevo, el nombre de una corriente cuyo mayor problema es el envejecimi­ento del adjetivo”. “La industria siempre dio los parámetros para catalogar la música en el siglo XX. Y la verdad es que no existen parámetros para definir qué es la trova, qué es el latin jazz o qué es cualquier otro género. La canción como la conocemos es un fenómeno del siglo pasado. Hay grandes diferencia­s entre la música y la política, la política musical y la música política. Nuestra generación vivió el pentecosta­lismo contra la izquierda festiva. Sin embargo, con todos los momentos turbulento­s y violentos que vive México actualment­e en todos sus niveles, creo que necesariam­ente debe surgir otro movimiento cultural que acompañe la vorágine”, concluye Izquierdo. “Es inevitable”.

“La Nueva Canción Latinoamer­icana ya no existe como tal. Los movimiento­s de resistenci­a a través de la canción han perdido fuerza porque las sociedades han encontrado vías más democrátic­as”.

SUSANA HARP

Cantante

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