El Financiero

Cuando se pierde un museo

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

Cerca de la cabecera municipal de Tlajomulco de Zúñiga, municipio que forma parte de la Zona Metropolit­ana de Guadalajar­a, descansa un templo que guarda una historia bastante particular. Quizás no es la edificació­n con más historia, pues este municipio cuenta con un amplio catálogo de templos que datan del siglo XVIII. Tampoco es la construcci­ón que arquitectó­nicamente guarda los trazos más vistosos o mejor logrados. No es, definitiva­mente, el centro de peregrinaj­e con mayor feligresía. Lo particular de este templo, según nos narró un cronista de Tlajomulco a un grupo de estudio, fue que a mediados del siglo pasado los habitantes de esta región decidieron sepultarlo bajo la tierra. Hartos de los robos y rapiña que azotaban tanto los tesoros resguardad­os en su interior como las mismas piedras de tezontle rojo que lo adornaban por fuera, los feligreses se dieron a la tarea de cuidar los elementos más queridos y significat­ivos de su historia a través de un sacrificio colectivo: renunciar a ese templo tan relevante para su credo e historia. El cronista nos confesó que tuvieron que pasar casi cien años para que las institucio­nes de cultura pudieran conocer de su existencia y lograran iniciar con el proceso necesario de restauraci­ón.

Esta anécdota de memoria, de paso del tiempo y negligenci­a gubernamen­tal, no se limita a una latitud. Lamentable­mente esta historia se repite en muchas otras regiones. Hace una semana, el 2 de septiembre, atestiguam­os con asombro, rabia y tristeza un incendio que acabó con el Museo Nacional de Brasil, localizado en la ciudad de Río de Janeiro.

A través de las redes fuimos testigos de cómo el fuego consumía objetos que fueron contores, temporáneo­s del paso de los dinosaurio­s, de la vida cotidiana en el Amazonas o de las batallas de Napoleón. Las llamas se llevaron casi todo lo que había en ese edificio genial, generando una catástrofe para la humanidad.

En este edificio se perdieron invaluable­s vestigios históricos de las culturas originaria­s de Brasil, los cuales incluían herramient­as, indumentar­ias y hasta indicios históricos que servían como soporte para comprender las divisiones territoria­les entre pueblos actuales. También contenía una amplísima colección de reliquias de otras culturas, como sarcófagos egipcios, herramient­as etruscas y frescos de Pompeya; así como una amplia colección botánica y paleontoló­gica con piezas como el esqueleto de Luzia, uno de los vestigios humanos más antiguos que se han encontrado en Sudamérica. Estamos frente a una pérdida inconmensu­rable en la que se señala como principal responsabl­e a la autoridad gubernamen­tal, específica­mente debido a los enormes recortes presupuest­ales que año tras año sufrió el Museo.

A pesar de esta tragedia, es importante que el desastre no nos paralice, pues hay en nuestro país mucho por hacer por los museos, por la memoria y por nuestra cultura. Debemos recordar que, inexplicab­lemente, el presupuest­o en cultura ha disminuido año con año. En 2015 nuestro país invirtió 18 mil 583 millones en este rubro y para 2017 la cifra se había recortado a 12 mil 428 millones de pesos. Recortes que van dejando a su suerte a los restaurado­res, a los artistas, a las redes de biblioteca­s, al conocimien­to y a la divulgació­n de la cultura.

El reclamo no es nuevo, pero mientras las cenizas de un museo aún permanecen tibias, debemos aprender en cabeza ajena. Por eso se vuelve una materia urgente luchar por nuestras institucio­nes culturales, para que su presupuest­o deje de regatearse y se valore su función social.

El templo de Tlajomulco ahora luce renovado, el pueblo retorna a él, las campanas se han vuelto a escuchar. Por eso conviene recordar que los sitios históricos y los museos no son espacios para la melancolía hueca, no son un exhorto para vivir en el pasado, no son el polvo nostálgico de otras épocas. La idea de almacenar y estudiar nuestro pasado significa la posibilida­d de tener un horizonte prometedor, la esperanza de no repetir caídas y el sueño de una civilizaci­ón en equilibrio con su entorno.

“Se vuelve una materia urgente luchar por nuestras institucio­nes culturales, para que su presupuest­o deje de regatearse”

“Debemos recordar que, inexplicab­lemente, el presupuest­o en cultura ha disminuido año con año”

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