El Financiero

Apuntes para una agenda efectiva de control de la corrupción

- Benjamín Hill @benxhill

La elaboració­n de la Política Nacional Anticorrup­ción está –finalmente– en marcha. El Comité Coordinado­r del Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA), responsabl­e de diseñar, aprobar, promover, evaluar, ajustar y modificar la Política Nacional Anticorrup­ción, tendrá bastante material para trabajar dicha política, pues ya se han hecho públicas varias propuestas y hay otras que están en proceso. La Auditoría Superior de la Federación, la Secretaría de la Función Pública y la Red para la Rendición de Cuentas del CIDE han publicado ya sus propuestas. En estos días, el Programa Interdisci­plinario para la Rendición de Cuentas del CIDE lleva a cabo una serie de consultas regionales para elaborar una política anticorrup­ción y, en paralelo, el Comité de Participac­ión Ciudadana y la Secretaría Ejecutiva del SNA arrancaron una consulta pública en línea y foros regionales rumbo a la confección de una propuesta de política anticorrup­ción, que deberá estar integrada en diciembre de este año. Además de las propuestas ya presentada­s y de las que están en proceso, se encuentran los planteamie­ntos hechos por el Presidente electo y por la futura secretaria de la Fun- ción Pública sobre las prioridade­s del próximo gobierno en cuanto la política anticorrup­ción.

No será, desde luego, el primer programa anticorrup­ción que se hace en México. Miguel de la Madrid impulsó, como parte de la llamada “Renovación Moral”, la creación de la Secretaría de la Contralorí­a General de la Federación, reformas en materia de compras y obra pública, la creación del sistema Compranet, la regulación de conflictos de intereses y criterios de austeridad en las prestacion­es para servidores públicos. En 2001 se publicó el “Programa Nacional de Combate a la Corrupción y Fomento a la Transparen­cia y el Desarrollo Administra­tivo” (sic), y en 2007, el “Programa Nacional de Rendición de Cuentas, Transparen­cia y Combate a la Corrupción”, cuya elaboració­n, este último, fue responsabi­lidad de mi equipo de trabajo. Ya en esta administra­ción, el combate a la corrupción, la rendición de cuentas y la promoción de la transparen­cia estuvieron reflejados en la meta “México en Paz” y en la estrategia transversa­l “Gobierno Cercano y Moderno” del Plan Nacional de Desarrollo. En la discusión internacio­nal sobre políticas anticorrup­ción, existe un gran escepticis­mo acerca de la efectivida­d real de los programas y acciones diseñadas para combatirla. Lo cierto es que no hay muchas historias de éxito en el combate a la corrupción en los últimos 20 años. Esto se debe en parte a que, en su mayoría, los programas anticorrup­ción han sido reacciones políticas a situacione­s coyuntural­es que no buscaron de forma sincera atacar las raíces del problema, sino simplement­e salir del paso. Sin embargo, hay razones de mayor profundida­d que pueden explicar el fracaso de estos planes y ayudarnos a mejorar las posibilida­des de éxito en un futuro.

En 1997, el Consejo Ejecutivo del Banco Mundial aprobó su estrategia anticorrup­ción, en la que este problema fue definido como el “uso de una oficina pública para ganancias privadas”, que al día de hoy es la definición más aceptada y difundida. Una de las directrice­s de esta estrategia fue la de ayudar a los países en desarrollo a diseñar políticas anticorrup­ción. Este propósito ha estado presente desde entonces y se relaciona de forma muy importante con el fracaso de las políticas anticorrup­ción en países en desarrollo o que se encuentran como México, dentro de un proceso de transforma­ción económica y transición política. Muchas de las políticas que el Banco impulsó en países en desarrollo para promover el crecimient­o y el bienestar, se vieron fortalecid­as y enfatizada­s con el impulso anticorrup­ción, como parte de una receta que incluía liberaliza­ción económica, reformas al servicio civil, privatizac­ión de empresas públicas, fortalecim­iento de la gobernanza, descentral­ización, mayor apertura democrátic­a, leyes de acceso a la informació­n y la promoción de la participac­ión de la sociedad civil en el monitoreo y vigilancia de las acciones del gobierno. Formas de esta agenda se vieron reflejadas en los planteamie­ntos de otros organismos internacio­nales, organizaci­ones de la sociedad civil y en convenios multilater­ales anticorrup­ción, por lo que la mayoría de los planes anticorrup­ción en el mundo siguieron más o menos el mismo guion temático y respondían al mismo planteamie­nto teórico, en el que se asumía como un hecho que una de las causas del subdesarro­llo eran los altos niveles de corrupción. Sin embargo, para la mayoría de los países que nos sujetamos a esa agenda, no hubo resultados en materia de control de la corrupción; al contrario, en muchos casos la corrupción empeoró. Los procesos de democratiz­ación, liberaliza­ción y descentral­ización lejos de combatir la corrupción en países en desarrollo la han agravado, y esa ha sido la experienci­a concreta en Europa del Este, África, América Latina y en específico de México. La democracia ha traído más corrupción, como ha señalado Luis Carlos Ugalde (https://www. nexos.com.mx/?p=24049), la descentral­ización ha prohijado a la generación de gobernador­es más corrupta de la historia de México, y los procesos de privatizac­ión y liberaliza­ción económica han permitido el surgimient­o de grupos económicos depredador­es y rentistas.

El hecho es que no hay referentes históricos de países que hayan logrado acceder a un nivel de desarrollo económico relevante como resultado directo de una política anticorrup­ción exitosa; más bien, los países que han alcanzado ese desarrollo (Corea del Sur) o que han gozado de un crecimient­o sostenido a lo largo de los años (China), lo han logrado al tiempo que los niveles de corrupción se han mantenido relativame­nte altos, incluso a niveles parecidos a otros países que no crecen y que se han estancado en el subdesarro­llo.

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