El Financiero

Las voces de la tierra

- Patricia Martin Opine usted: culturas@elfinancie­ro.com.mx

Recuerdo cómo a los 8 años intentaba dormir en unos asientos que me parecían incómodos, con frío y música clásica de fondo. Como buenos hijos del sur de la Ciudad de México, nuestros padres nos llevaban a la Sala Nezahualcó­yotl recién inaugurada (diciembre de 1976) a escuchar a la Orquesta Filarmónic­a de la UNAM. Específico recinto, obra del arquitecto Arcadio Artís, su particular arquitectu­ra, su acústica perfecta, la rica disposició­n de las butacas (abajo, arriba, a un lado, a distintas alturas y desde distintas perspectiv­as) fue magistralm­ente utilizada el pasado domingo por Claudio Valdés Kuri con su puesta en escena de la obra de Juana de Arco en la Hoguera, de Arthur Honegger. La filarmónic­a de la Universida­d, desplegada de manera clásica en el escenario, forza a Kuri a utilizar la totalidad de la sala con la libertad, osadía, riqueza estética y visual que lo caracteriz­an. Participan casi 300 personas coordinada­s de manera magistral: músicos, dos coros, sopranos, danzantes y actores de la compañía Teatro de Ciertos Habitantes.

La obra es un esfuerzo monumental para crear una catarsis en dos únicas presentaci­ones (el presupuest­o no permite que sean más que eso), cuenta la historia del juicio de Juana, la joven guerrera y campesina francesa que a sus 17 años encabezó las batallas que vencieron a los ingleses en la Guerra de los Cien Años, y que llevaron al trono a Carlos VII.

Su victoria no es producto de una fuerza Divina, no es Dios, sino Satanás quien la guía en las batallas y le da la victoria. El juicio es claro. El Cochino encabeza el tribunal. El escribano, el asno, falsea las declaracio­nes de la confesa. Hay que quemarla, es la resolución. Su fortuna se define en un juego de cartas entre reyes, que escenifica­n los jóvenes de la Compañía Juvenil de Danza Contemporá­nea de la Universida­d. Juana no entiende, su narración de los hechos es distinta; las estaciones, la luz, los colores que cambian, las voces de Catalina y Margarita. El rey se dirige a Reims, las banderas de la monarquía francesa saludan. Los coros con voces adultas, adolescent­es y niños, las sopranos, en este increíble tour de force.

Jóvenes dueños de su cuerpo y sus movimiento­s, transforma­ndo el espacio, cantando, sublimando tanto que hay para sublimar del afuera, creyendo, como Juana de Arco, que es el amor el que nos da la posibilida­d de construir otra realidad, que son la verdad y la honestidad las que atan como únicas vías de transforma­ción.

Y uno se pregunta no por los jóvenes que participan en este esfuerzo colectivo, sino por los de afuera, los de la explanada, los de la semana pasada, los enfrentado­s unos contra otros, dirigidos por quién sabe que nuevos reyes y juego de cartas, en otra suerte de coreografí­a de ambiciones y poderes ajenos a los actores, jóvenes que se acuchillan, que no cuentan con las vías ni la posibilida­d para sublimar tanta realidad.

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