El Financiero

FÁBRICA DE MUERTE

EN TOÑO CIRUELO EL NOVELISTA EVELIO ROSERO RETOMA LA HISTORIA VERDADERA DE UN ASESINO SERIAL PARA ELABORAR UN RETRATO DE LA DECADENCIA COLOMBIANA

- EDUARDO BAUTISTA ebautista@elfinancie­ro.com.mx FOTOARTE OSCAR CASTRO

El protagonis­ta de esta novela sí existió. En Toño Ciruelo (Tusquets), la más reciente obra del escritor Evelio Rosero (Bogotá, 1958), el asesino que mora en las páginas del libro también fue amigo del autor en la vida real.

Rosero prefiere no revelar el nombre verdadero de su compañero de escuela; no todos los días se crean vínculos con alguien que

tiene las manos manchadas de san

gre. Fueron tres años de intensa

amistad. Un periodo de cambios

profundos en el que Rosero se alejó

de Dios y se acercó a Dostoievsk­i. Y

a Tolstoi. Y a Gogol. La crudeza de

la prosa rusa lo condujo a un interés

genuino por la gestación del mal.

¿Cómo saber que el compañero,

el colega o el vecino no es un asesino en potencia? ¿Cómo olfatear

la maldad en una persona que dice

buenos días, que da las gracias y

que lleva una vida sin aparentes

sobresalto­s?

“No podía entender cómo era que mi amigo se había convertido en

asesino. Después del bachillera­to nos dejamos de ver un tiempo y fue hasta la universida­d que me enteré por la prensa que había matado a cuatro mujeres. Fue un shock. Pero literariam­ente me atrajo y me condujo a investigar el comportami­ento de los asesinos en serie colombiano­s, que mucho tiempo quedaron impunes y que extendiero­n sus crímenes hasta Ecuador y Perú”, comparte el autor en entrevista con El Financiero. En 1958 concluyó en Colombia esa época que muchos historiado­res bautizaron como La Violencia, periodo de enfrentami­entos armados entre liberales y conservado­res que dejó más de 200 mil muertos y 2 millones de desplazado­s, según cifras del propio gobierno colombiano. En ese país nació Evelio Rosero, hijo de una familia católica de

clase media.

Rosero recuerda que —igual que

muchos jóvenes de su generación—

vivió un clima de insegurida­d e incertidum­bre debido a la guerrilla.

No sufrió nada de primera mano,

pero no tardó mucho en descubrir

que algo andaba mal en su entorno.

“Los entornos violentos generan

asesinos. No es casualidad que los

niños del campo colombiano que

fueron secuestrad­os, violados y

obligados a participar en la guerrilla, después se convirtier­an en

los comandante­s y artífices de genocidios y masacres impensable­s”,

señala el ganador del Premio Nacional de Literatura de Colombia y del Tusquets Editores de Novela. De cierta forma, dice, Toño Ciruelo es una metáfora del pueblo colombiano y de otros países de América Latina: “en mi personaje están representa­dos muchos de los aspectos vitales que originan la violencia: la falta de educación, la impunidad, la corrupción y la falta de oportunida­des. Es cierto que a los asesinos se les debe castigar, pero también es muy importante entender los motivos que los llevaron a cometer sus crímenes. Toda vorágine de violencia tiene un antecedent­e social. Por eso yo creo que la clase política de Colombia ha sido egocéntric­a y estúpida, porque no ha entendido que el camino para salir de esta crisis es invertir en educación”.

Rosero observa muchas similitude­s entre México y su país. En ambos el narcotráfi­co financia la guerra, a través del comercio ilegal de armas o de la compra de conciencia­s de abogados y políticos. Sin embargo, señala, la mayor semejanza estriba en la institucio­nalización de la violencia a través de modelos culturales de los que resultará muy difícil deshacerse. “Toño Ciruelo, igual que muchos otros asesinos de la vida real, no es un sicópata ni la consecuenc­ia de algo genético. Es un sociópata. El producto de un entorno cultural agresivo y violento que viene desde su familia y la sociedad que lo rodea”, comenta el autor, quien asegura que el personaje de la vida real —el mismo en el que se basó para escribir su novela— también ha inspirado a otros autores colombiano­s a publicar toda clase de obras. Él, sin embargo, ha preferido reservarse la identidad de su antiguo amigo.

“La literatura es una fuente de humanismo que invita a la reflexión, muy distinta a las series o las telenovela­s. Basta con darnos cuenta cómo la serie de Pablo Escobar se ha convertido en una apología del narcotráfi­co. Un niño sin educación o un adolescent­e con ganas de tener dinero querrá ser un Pablo Escobar más. Debemos analizar el mismo fenómeno desde distintas miradas si queremos solucionar el problema, porque Colombia pone los muertos, pero Europa y Estados Unidos ponen las narices”, comenta Rosero.

Y es que su personaje es un asesino sui géneris. Es inteligent­e, instruido y premeditad­o, pero también mal educado, vulgar y hosco. La novela comienza con una amplia y figurada descripció­n de Toño Ciruelo defecando, como una forma de anticipar al lector el repugnante mundo al que está a punto de entrar: “las vías digestivas de Toño Ciruelo, mi conocido (nunca podré llamarle amigo), se volcaron sobre el techo y las paredes, inundaron los cimientos, rebasaron las ventanas, se adueñaron de este viejo barrio de Bogotá, lo remecieron, y después la ciudad entera cayó pulverizad­a: eran los ruidos de la carne de Toño, un terremoto más aterrador por lo íntimo, sus vísceras se rebelaban, su mundo de intestinos estallaba, y se apoderó del aire el olor horrible de su mierda humana”.

Toño Ciruelo también pertenece —“con su mente viciada, su amasijo de ideas y carne y sentimient­os y lujuria como la personalid­ad de un

Mefisto”— a esa clase de “malvados puros” de la que habló George Bataille, quien afirmaba que, si se hace el mal para obtener un beneficio o una ganancia, entonces el mal que se comete es impuro e irreal. Para que el mal sea puro, decía, éste debe ser “gratuito e inmotivado”.

Toño Ciruelo se publica en México en tiempos en los que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador ha propuesto “una amnistía” con el crimen organizado. En Colombia, el nuevo presidente

“Debemos analizar el mismo fenómeno desde distintas miradas si queremos solucionar el problema, porque Colombia pone los muertos, pero Europa y Estados Unidos ponen las narices”

Iván Duque ha cancelado las negociacio­nes de paz con el Ejército de Liberación Nacional. Sea cual sea la estrategia de seguridad, dice Rosero, a ambos países les urge sanar sus heridas para que ya no haya más Toños Ciruelos.

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