FÁBRICA DE MUERTE
EN TOÑO CIRUELO EL NOVELISTA EVELIO ROSERO RETOMA LA HISTORIA VERDADERA DE UN ASESINO SERIAL PARA ELABORAR UN RETRATO DE LA DECADENCIA COLOMBIANA
El protagonista de esta novela sí existió. En Toño Ciruelo (Tusquets), la más reciente obra del escritor Evelio Rosero (Bogotá, 1958), el asesino que mora en las páginas del libro también fue amigo del autor en la vida real.
Rosero prefiere no revelar el nombre verdadero de su compañero de escuela; no todos los días se crean vínculos con alguien que
tiene las manos manchadas de san
gre. Fueron tres años de intensa
amistad. Un periodo de cambios
profundos en el que Rosero se alejó
de Dios y se acercó a Dostoievski. Y
a Tolstoi. Y a Gogol. La crudeza de
la prosa rusa lo condujo a un interés
genuino por la gestación del mal.
¿Cómo saber que el compañero,
el colega o el vecino no es un asesino en potencia? ¿Cómo olfatear
la maldad en una persona que dice
buenos días, que da las gracias y
que lleva una vida sin aparentes
sobresaltos?
“No podía entender cómo era que mi amigo se había convertido en
asesino. Después del bachillerato nos dejamos de ver un tiempo y fue hasta la universidad que me enteré por la prensa que había matado a cuatro mujeres. Fue un shock. Pero literariamente me atrajo y me condujo a investigar el comportamiento de los asesinos en serie colombianos, que mucho tiempo quedaron impunes y que extendieron sus crímenes hasta Ecuador y Perú”, comparte el autor en entrevista con El Financiero. En 1958 concluyó en Colombia esa época que muchos historiadores bautizaron como La Violencia, periodo de enfrentamientos armados entre liberales y conservadores que dejó más de 200 mil muertos y 2 millones de desplazados, según cifras del propio gobierno colombiano. En ese país nació Evelio Rosero, hijo de una familia católica de
clase media.
Rosero recuerda que —igual que
muchos jóvenes de su generación—
vivió un clima de inseguridad e incertidumbre debido a la guerrilla.
No sufrió nada de primera mano,
pero no tardó mucho en descubrir
que algo andaba mal en su entorno.
“Los entornos violentos generan
asesinos. No es casualidad que los
niños del campo colombiano que
fueron secuestrados, violados y
obligados a participar en la guerrilla, después se convirtieran en
los comandantes y artífices de genocidios y masacres impensables”,
señala el ganador del Premio Nacional de Literatura de Colombia y del Tusquets Editores de Novela. De cierta forma, dice, Toño Ciruelo es una metáfora del pueblo colombiano y de otros países de América Latina: “en mi personaje están representados muchos de los aspectos vitales que originan la violencia: la falta de educación, la impunidad, la corrupción y la falta de oportunidades. Es cierto que a los asesinos se les debe castigar, pero también es muy importante entender los motivos que los llevaron a cometer sus crímenes. Toda vorágine de violencia tiene un antecedente social. Por eso yo creo que la clase política de Colombia ha sido egocéntrica y estúpida, porque no ha entendido que el camino para salir de esta crisis es invertir en educación”.
Rosero observa muchas similitudes entre México y su país. En ambos el narcotráfico financia la guerra, a través del comercio ilegal de armas o de la compra de conciencias de abogados y políticos. Sin embargo, señala, la mayor semejanza estriba en la institucionalización de la violencia a través de modelos culturales de los que resultará muy difícil deshacerse. “Toño Ciruelo, igual que muchos otros asesinos de la vida real, no es un sicópata ni la consecuencia de algo genético. Es un sociópata. El producto de un entorno cultural agresivo y violento que viene desde su familia y la sociedad que lo rodea”, comenta el autor, quien asegura que el personaje de la vida real —el mismo en el que se basó para escribir su novela— también ha inspirado a otros autores colombianos a publicar toda clase de obras. Él, sin embargo, ha preferido reservarse la identidad de su antiguo amigo.
“La literatura es una fuente de humanismo que invita a la reflexión, muy distinta a las series o las telenovelas. Basta con darnos cuenta cómo la serie de Pablo Escobar se ha convertido en una apología del narcotráfico. Un niño sin educación o un adolescente con ganas de tener dinero querrá ser un Pablo Escobar más. Debemos analizar el mismo fenómeno desde distintas miradas si queremos solucionar el problema, porque Colombia pone los muertos, pero Europa y Estados Unidos ponen las narices”, comenta Rosero.
Y es que su personaje es un asesino sui géneris. Es inteligente, instruido y premeditado, pero también mal educado, vulgar y hosco. La novela comienza con una amplia y figurada descripción de Toño Ciruelo defecando, como una forma de anticipar al lector el repugnante mundo al que está a punto de entrar: “las vías digestivas de Toño Ciruelo, mi conocido (nunca podré llamarle amigo), se volcaron sobre el techo y las paredes, inundaron los cimientos, rebasaron las ventanas, se adueñaron de este viejo barrio de Bogotá, lo remecieron, y después la ciudad entera cayó pulverizada: eran los ruidos de la carne de Toño, un terremoto más aterrador por lo íntimo, sus vísceras se rebelaban, su mundo de intestinos estallaba, y se apoderó del aire el olor horrible de su mierda humana”.
Toño Ciruelo también pertenece —“con su mente viciada, su amasijo de ideas y carne y sentimientos y lujuria como la personalidad de un
Mefisto”— a esa clase de “malvados puros” de la que habló George Bataille, quien afirmaba que, si se hace el mal para obtener un beneficio o una ganancia, entonces el mal que se comete es impuro e irreal. Para que el mal sea puro, decía, éste debe ser “gratuito e inmotivado”.
Toño Ciruelo se publica en México en tiempos en los que el presidente electo Andrés Manuel López Obrador ha propuesto “una amnistía” con el crimen organizado. En Colombia, el nuevo presidente
“Debemos analizar el mismo fenómeno desde distintas miradas si queremos solucionar el problema, porque Colombia pone los muertos, pero Europa y Estados Unidos ponen las narices”
Iván Duque ha cancelado las negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional. Sea cual sea la estrategia de seguridad, dice Rosero, a ambos países les urge sanar sus heridas para que ya no haya más Toños Ciruelos.