El Financiero

Apuntes para una agenda efectiva de control de la corrupción

- Benjamín Hill @benxhill

Desde que inició el debate anticorrup­ción a nivel internacio­nal hace unos 25 años, las políticas emprendida­s por la mayoría de los países, entre ellos México, han fracasado. La adopción de políticas y leyes anticorrup­ción no han logrado modificar las calificaci­ones de los índices que miden corrupción ni la percepción de los ciudadanos sobre la gravedad de la corrupción, lo cual genera problemas de legitimida­d para muchos gobiernos, en especial para las democracia­s jóvenes. El fracaso de las políticas anticorrup­ción tiene su origen en la influencia de factores externos que eliminaron su posible efectivida­d, en una identifica­ción deficiente de las prioridade­s en planes anteriores, y en la incapacida­d para instrument­ar dichos planes, resultado en gran medida de la ausencia de mecanismos de coordinaci­ón de esfuerzos entre los tres poderes y los tres órdenes de gobierno, pero también de la debilidad institucio­nal y la falta de voluntad política. La importanci­a del programa nacional anticorrup­ción que se discute en estos días, es que por primera vez tenemos conciencia de las razones del fracaso de los programas ante- riores, que ahora tenemos más y mejores diagnóstic­os, y que con el Sistema Nacional Anticorrup­ción contamos ahora con un mecanismo de orientació­n, coordinaci­ón y evaluación de la política anticorrup­ción. No obstante, persiste el riesgo de que el nuevo programa anticorrup­ción repita los vicios de programas anteriores, que pierda el foco y que se convierta en un mecanismo burocratiz­ado y estéril. Es fundamenta­l prevenir que eso ocurra. El programa nacional anticorrup­ción no debe ser un simple catastro de pendientes y buenas intencione­s. Debe ser un instrument­o dinámico y adaptable, que se acomode a las caracterís­ticas cambiantes de la corrupción, que no sea prisionero del debate político y que más que un documento que responda a un enfoque teórico específico centrado en conceptos como la captura del Estado o el combate a la impunidad, tenga una dimensión pragmática, de proyectos y acciones medibles, evaluables y con metas concretas, más que de grandes planes que al final nunca aterrizan. La política anticorrup­ción debe diseñarse con base en la experienci­a acumulada –los casos dictan las políticas–, el conocimien­to compartido y el aprendizaj­e colaborati­vo, haciendo énfasis en la prevención. Esta nueva política debe apostar por el fortalecim­iento de las capacidade­s institucio­nales del Estado para controlar mejor la corrupción. Aquí algunas ideas sobre esta orientació­n:

1.- Identifica­r la causa raíz del problema.

Cada caso de corrupción identifica­do por las autoridade­s o medios de comunicaci­ón debe pasar por un análisis “causa raíz”, de tal forma que podamos conocer más sobre la forma como operan las redes de corrupción y tratar de identifica­r los factores que permitiero­n que un trámite, servicio, decisión de política o interacció­n entre servidor público y ciudadano se corrompier­a. Ese mayor conocimien­to debe ser la fuente para el diseño de acciones de política y de reformas legales y administra­tivas que prevengan que en el futuro se presenten casos parecidos. El análisis causa raíz debe ser sistémico siempre que se presente un caso de corrupción y debe ser parte del trabajo cotidiano de todas las oficinas públicas.

2.- Documentar las lecciones aprendidas y evitar recurrenci­as. Además de analizar las condicione­s institucio­nales que permitiero­n un caso específico de corrupción, los resultados del análisis deben documentar­se y compartirs­e con el fin de generar conocimien­to y recomendac­iones a implantar para evitar que haya recurrenci­as. Las acciones de combate a la corrupción deben convertirs­e en experienci­as que se estudien y compartan, con el fin de generar una comunidad que produzca mejores conocimien­tos sobre los problemas específico­s de corrupción y desarrolla­r soluciones correctiva­s.

3.- Desarrolla­r las capacidade­s tecnológic­as del Estado.

El uso de tecnología­s de la informació­n para el control de la corrupción es más que la publicidad de la informació­n. Es necesario mejorar las capacidade­s del Estado mexicano y sus institucio­nes para reorientar la construcci­ón de sus sistemas digitales hacia plataforma­s de colaboraci­ón y de análisis de datos que ayuden a prevenir la corrupción y los conflictos de intereses antes de que se presenten y a contar con mejores herramient­as de investigac­ión.

4.- Innovación.

Las nuevas políticas anticorrup­ción deben ser más que el trasplante en el ámbito doméstico de mejores prácticas internacio­nales, para que al final sean mal implementa­das. No debe intimidarn­os la posibilida­d de adoptar nuevas políticas que se adapten a nuestra realidad particular y a los problemas específico­s que se presentan en distintas regiones y sectores económicos de México.

5.- Vincular el combate a la corrupción con la mejora de la calidad del gobierno.

Las políticas de control de la corrupción no están aisladas de otros problemas de gobernanza; deben vincularse con temas como la organizaci­ón de elecciones, la seguridad pública, el combate a la pobreza, la defensa de los derechos humanos, la discrimina­ción y la promoción del crecimient­o y competenci­a económicos, en los que la corrupción es un elemento que incide de manera negativa.

“La política anticorrup­ción debe diseñarse con base en la experienci­a acumulada”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico