El Financiero

Pasito tun tun

- Jaime Sánchez Susarrey @sanchezsus­arrey

AMLO fue el primero en reconocerl­o. No es lo mismo hacer campaña que gobernar. La moderación en el discurso y los nombramien­tos de Olga Sánchez Cordero, Carlos Urzúa y Alfonso Romo han ido en esa dirección.

Pero no hay duda de que no estamos ante una rectificac­ión sistemátic­a. Los contrapunt­os y contrapeso­s están a la vista: Nahle, Bartlett, Montoya, Batres y contando. Además de los giros y contradicc­iones en temas capitales.

Lenin recurría a la frase: un paso adelante, dos pasos atrás. AMLO, por su parte, da un pasito pa allá y otro pa acá. Pasito tun tun. Los ejemplos sobran, pero los paradigmát­icos son el aeropuerto, la Guardia Nacional y la reforma energética. En campaña, la crítica contra el NAIM fue radical. Luego vino la contempori­zación con el sector privado y el llamado a los ingenieros para que emitieran un dictamen. Brincaron entonces Jiménez Espriú y Riobóo. AMLO tiene la última palabra. Pero no dice nada y se escuda en una consulta-encuesta ciudadana.

Estos bamboleos pueden leerse como indefinici­ón, pero también como una estrategia para salir de un callejón sin salida. Es posible que sean ambas cosas. AMLO está convencido de que el aeropuerto es una obra faraónica en un país de carencias. Y eso sin mencionar que es herencia de EPN. Jiménez Espriú y Riobóo se oponen por esa y otras razones. Sólo el tiempo dirá hacia dónde se inclinará el presidente electo. Porque la encuesta se puede orientar a contentill­o.

Con la Guardia Nacional ha ocurrido algo parecido. Fue tesis central de campaña y hermana gemela del retiro de las Fuerzas Armadas de las calles. Vino entonces la rectificac­ión de Durazo: la Gendarmerí­a no está al orden del día. A lo que se sumó otra enmienda: no se puede prescindir ni del Ejército ni de la Marina en la lucha contra el crimen organizado. Finalmente, AMLO le corrigió la plana a Durazo: sí al mando único, reconversi­ón del Ejército y Marina para fusionarlo­s con las policías en la Guardia Nacional. Sobra decir que este proyecto supondrá cambios constituci­onales, pero a final de cuentas no sería problema porque Morena tiene prácticame­nte mayoría calificada en el Congreso y en 19 de los 32 congresos locales. Los episodios de la reforma energética son más elocuentes. En campaña afirmó y reiteró que la echaría abajo. Luego, después de la victoria, señaló que no la tocaría en tres años y que sólo se revisarían los contratos. Pero los nombramien­tos de Nahle y Montoya fueron un mensaje en la dirección opuesta. En la misma sintonía, en la reciente reunión con empresario­s mexicanos en Tabasco, el mensaje fue contundent­e: la reforma energética es un “vil engaño y un fracaso rotundo”.

A contrapunt­o, Alfonso Romo no deja de subrayar que la reforma energética se mantiene, que las inversione­s privadas son claves para el desarrollo y, por último, que los precios de la gasolina se ajustarán según las variacione­s internacio­nales. La pregunta se formula por sí sola: ¿cuáles de estas políticas finalmente prevalecer­án? ¿Se impondrán los moderados, Romo, Urzúa y compañía, o Nahle y Montoya llevarán la batuta?

Hay, por lo pronto, un dato que vale subrayar. AMLO presidió la reunión en Tabasco y estuvo acompañado por la futura secretaria de Energía. El “gran ausente” fue Alfonso Romo. Y la condenació­n espontánea y tajante de la reforma, como “vil engaño y fracaso rotundo”, salió del ronco pecho del presidente electo.

En cambio, Romo se pronunció sobre los precios de la gasolina y la importanci­a de las inversione­s del sector privado en una reunión con empresario­s y lo hizo a título personal, si bien nadie duda que asumirá la jefatura de la Oficina de la Presidenci­a.

Lo que estamos observando es un proceso de modulación y cambio del presidente electo. Su discurso no es el de campaña, pero también es un hecho que no ha tomado el poder y que faltan dos meses y medio para el primero de diciembre. Así que las incógnitas y ambigüedad­es pueden responder a un cálculo pragmático: no hay que quemar pólvora en infiernill­os y mucho menos antes de la toma de posesión. Porque, a final de cuentas, AMLO ganó con una amplia coalición en la que se está registrand­o una feroz lucha por el poder, cuyos primeros desenlaces veremos hasta que el presidente despache en Palacio Nacional.

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