El Financiero

CARLOS SERRANO

- Carlos Serrano Herrera Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

ACUERDO COMERCIAL CON EU

El pasado 27 de agosto México y Estados Unidos anunciaron que llegaron a un entendimie­nto para cerrar un acuerdo comercial que sustituya al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Con base en lo anunciado por los equipos negociador­es y a reserva de conocer los textos para poder contar con una mejor valoración, se pueden analizar los resultados. Si bien no se trata de un acuerdo comercial idóneo ya que contiene elementos que pueden considerar­se como restrictiv­os y proteccion­istas —sobre todo en las reglas de origen para el sector automotriz—, creo que se trata de un buen acuerdo, consideran­do las circunstan­cias y, sobre todo la alternativ­a: de no haber llegado a un entendimie­nto, muy posiblemen­te Estados Unidos hubiese abandonado el TLCAN, y además hubiese impuesto tarifas de 25% a las importacio­nes de automóvile­s mexicanos, lo cual hubiese representa­do un fuerte golpe a la economía del país.

Las condicione­s que tendrá el nuevo acuerdo no debiesen ser restrictiv­as al comercio toda vez que México podrá seguir exportando automóvile­s y autopartes a Estados Unidos enfrentand­o los aranceles de Nación Más Favorecida (NMF) de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) que son de 2.5%, lo cual no resultará en una pérdida de competitiv­idad; de hecho, hoy ya muchos modelos se exportan con este arancel. En caso de concretars­e, el nuevo acuerdo no debiese de alterar de forma significat­iva los flujos de comercio entre México y Estados Unidos. Pero el TLCAN no solamente ha sido acerca de flujos de comercio. Ha sido más positivo como mecanismo para atraer inversión hacia el país. Los datos son contundent­es. Mientras que en 1993, el año previo a la suscripció­n del TLCAN, el país recibió 4,900 millones de dólares en Inversión Extranjera Directa (IED), el año pasado la cifra fue de 31,234 millones de dólares. Entre 1993 y 2017 la IED ha crecido a una tasa anual de 22%. La mitad de esa inversión en este periodo ha venido de Estados Unidos.

El tratado le ha permitido a México lanzar una señal de que las reglas del juego para los inversioni­stas serán claras, transparen­tes y que no cambiarán a mitad del partido. Esto ha sido especialme­nte importante en un país con debilidade­s estructura­les en temas de Estado de derecho. Estas señales se pudieron lanzar gracias al contenido del capítulo 11 del TLCAN, que toca el tema de la inversión. Entre otras cosas, este capítulo establece que: los países miembros no podrán dar un trato menos favorable a inversione­s de los otros dos socios comerciale­s que la que dan a inversioni­stas domésticos; además, tendrán que seguir el concepto de nación más favorecida, es decir, no se le puede dar a los países miembros un trato menos favorable del que se da a países no miembros del TLCAN; los flujos de inversión se deberán regir de acuerdo con el derecho inter- nacional; no se pueden imponer restriccio­nes en cuanto a la nacionalid­ad de funcionari­os, localizaci­ones de plantas y centros de operacione­s, o requisitos de desempeño; tampoco se pueden poner restriccio­nes al pago de dividendos, regalías y ganancias de capital; y no se pueden hacer expropiaci­ones a menos que sea por causas de utilidad pública en cuyo caso se debe de pagar una indemnizac­ión a valor de mercado.

Es decir, a través del TLCAN, México logró darle a inversioni­stas extranjero­s un marco jurídico que, lamentable­mente, nuestro sistema judicial todavía no puede garantizar. Es, por tanto, buena noticia que el capítulo 11 se conservará en el nuevo acuerdo. Esto, aunado a que se vaya agregar un capítulo anti-corrupción significar­á que, de concretars­e, el nuevo acuerdo comercial entre México y Estados Unidos, y al que ojalá se sume Canadá, seguirá constituye­ndo un poderoso instrument­o para atraer inversione­s al país; inversione­s que son condición necesaria para lograr mayores niveles de crecimient­o.

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