El Financiero

EDNA JAIME

- Edna Jaime @EdnaJaime

SOLIDARIDA­D EFÍMERA

Los terremotos que sacudieron al país en septiembre de 2017 nos dejaron un sabor amargo, no sólo por las dramáticas consecuenc­ias inmediatas, sino por la indolencia y las irregulari­dades que prevalecie­ron en los meses siguientes. Unas horas después del temblor del 19 de septiembre de 2017, las calles se saturaron de gente con el ánimo de ayudar. Los partidos políticos, en vísperas del proceso electoral, parecían tan conmovidos que anunciaron donarían parte de sus prerrogati­vas para ayudar a los afectados. Se crearon distintos grupos de apoyo y el gobierno federal dispuso de recursos del Fonden para atender a los afectados. Un año después, todavía hay muchos damnificad­os que sacan a cubetadas el agua de la lluvia que inunda sus albergues en la calle.

Las desgracias naturales nos ponen al descubiert­o. En todo lo bueno y en lo malo también. Lamentable­mente la solidarida­d es efímera y lo que nos queda son piezas de nuestra realidad: un gobierno con problemas para gobernar y ejecutar proyectos de cualquier índole, particular­mente cuando se trata de emergencia­s; la grave dislocació­n en el trabajo de las distintos ámbitos de gobierno; la corrupción y también el oportunism­o.

El 19 septiembre de 2017 perdieron la vida 369 personas, según estimacion­es oficiales, la mayoría en la Ciudad de México. Está bien probado que el costo en vidas humanas de un desastre natural está vinculado con la magnitud del evento, por supuesto, pero también con la capacidad de los gobiernos para atender la emergencia, es decir, con la calidad del gobierno. En México, los desastres na- turales son atendidos regularmen­te por las Fuerzas Armadas. Las autoridade­s civiles simplement­e se hacen bolas. Tardan en reaccionar. En parte porque no existen protocolos bien hechos y bien asumidos, pero también porque cuesta mucho lograr que trabajen coordinada­mente. Esto, que es cotidiano en las dinámicas gubernamen­tales, se convierte en un pesadísimo fardo cuando la emergencia se presenta. En ausencia de marcos de respuesta y de coordinaci­ón efectivos, son las Fuerzas Armadas las que tienen que hacerse cargo. Así lo hicieron con los eventos de septiembre pasado. Pero vayamos desglosand­o el problema.

Lo primero son las muchas irregulari­dades en licencias de construcci­ón, que permitiero­n edificacio­nes fuera de la normativid­ad, sobre todo en la CDMX. A semanas del temblor, las inconsiste­ncias se fueron revelando, en particular en los inmuebles que se derrumbaro­n. Uno de los casos más graves fue en la escuela Enrique Rébsamen, donde murieron 19 niños. A pesar de haberse demostrado que las construcci­ones se realizaron en condicione­s irregulare­s, hoy no hay investigac­iones concluidas y, por tanto, no hay responsabl­es ni detenidos. Y como no hay (segurament­e no habrá) consecuenc­ias, los permisos de construcci­ón irregulare­s se seguirán expidiendo hasta que el próximo evento natural cobre otras vidas. A partir de ahí haremos un gran escándalo… para que todo siga igual. También amerita mencionars­e el hecho de que al día de hoy hay mucha población afectada que no ha recibido ningún tipo de atención gubernamen­tal. Están simplement­e olvidados. Por lo que se sabe de quienes han estado trabajando en las comunidade­s afectadas, en los censos que se levantaron, no están todos los que son ni son todos los que están. Existe un grupo de afectados que no aparecen en el radar gubernamen­tal. Eso sí, los vivos, los líderes locales que prestan algún servicio al gobierno o a un partido, segurament­e están sobrerrepr­esentados en las listas de beneficiar­ios. “Los bienes públicos son para quienes los trabajan” ayudando en campañas, movilizand­o en elecciones, administra­ndo clientelas, o al menos haciendo buena grilla con su jefe político.

Y, para cerrar, sólo presentar el caso: un número indetermin­ado de personas afectadas sin apoyo alguno, al tiempo que se expiden tarjetas por duplicado (o más) a nombre de ciertos beneficiar­ios. Esto da para mal pensar.

A un año de la desgracia, la percepción de abandono parece extendida entre los afectados. Existe sospecha de desvío de recursos, de uso político de dinero público destinado a la reconstruc­ción. Y mucha lentitud en estas tareas. En las tragedias sacamos lo mejor, pero también lo peor de nosotros. Así es México y así han sido los 365 días de solidarida­d efímera.

“A un año, la percepción de abandono parece extendida entre los afectados”

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