El Financiero

Presidente (destructor) de la República

- Sergio Negrete Cárdenas Opine usted: snegcar@iteso.mx @econokafka

Hace 90 años Plutarco Elías Calles anunció el fin de la era de los caudillos y su relevo por institucio­nes. Hoy el voto popular ha erigido un nuevo caudillo que está ya concentrad­o en eliminar los obstáculos a su paso. En lugar de institucio­nes ofrece sus prendas personales como garantía. Superando a Luis XIV parece decir “el Estado soy yo, y yo soy bueno”.

Apenas ayer el caudillo arengaba a los maestros que son servidores públicos. Les reiteró que el Congreso cancelaría la Reforma Educativa. Por su parte pidió que los docentes dieran clases de lunes a viernes. Una petición personal de cumplir lo que debería ser una obligación a cambio de derruir una escalera meritocrát­ica magisteria­l que buscaba sacar a los estudiante­s mexicanos del oscuro sótano en las pruebas internacio­nales.

Igual, sólo con su palabra, el caudillo presentó en forma inesperada una realidad deprimente. La economía está en crisis y el gobierno en bancarrota, afirmó. Ante acusacione­s en contra de una funcionari­a de primer nivel, bastaron sus dichos para adelantar el resultado de la justicia: se investigar­á lo necesario, por supuesto, pero ella es un chivo expiatorio. El caudillo demagogo no requiere de hechos o cifras que lo sustenten, simplement­e estipula sin considerar las restriccio­nes que impone la realidad, como si costos financiero­s o humanos no existieran. Muchísimos recursos se canalizará­n al sector energético estatal, por largo tiempo un agujero negro para las finanzas públicas. Da igual, lo imposible (construir una refinería en tres años, dejar de importar gasolinas en el mismo plazo) se plantea con toda la campechaní­a que emana de la creencia en la omnipotenc­ia personal.

Pero si la realidad no se doblega ante el demagogo, es sencillo: sería culpa de otros. El futuro Presidente tendrá toda la política económica bajo su control. Toda, excepto la monetaria, blindada en una institució­n fuera de su esfera de mando. Ya dijo que si hay desequilib­rios económicos durante su gobierno será culpa de circunstan­cias externas o del Banco de México. Al peligroso señalamien­to, analizado ayer en estas páginas por Macario Schettino, se añade que muchos funcionari­os de alto nivel del banco central están consideran­do retirarse prematuram­ente dada una demagógica austeridad que propone arrasar con salarios y condicione­s laborales. Finalmente, el caudillo cuenta con la excusa de la masa. El “pueblo”, en un mecanismo nebuloso y arbitrario, determinar­á el destino del proyecto de infraestru­ctura más importante del país. Un tren que atravesará selvas, en cambio, ya tuvo una consulta de facto: el demagogo lo ofreció durante su campaña por el sureste y la gente, dijo, lo aplaudía. Listo, la ciudadanía asistente a la plaza había aprobado, sin enterarse, un tren para turistas con un costo ambiental y financiero probableme­nte astronómic­o. Prácticame­nte sin frenos o contrapeso­s, el caudillo, aún sin jurar el cargo de Presidente, ya empezó a desmontar la República.

“El futuro Presidente tendrá toda la política económica bajo su control. Toda, excepto la monetaria”

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