El Financiero

La varia invención

- Mauricio Mejía Opine usted: mmejia@elfinancie­ro.com.mx

Necesito un libro de A., dijo el cliente apenas llegó a la librería, lindísima por lo demás. ¿Cómo?, preguntó el dependient­e. Sí –respondió el cliente, sin notar la cara de asombro del empleado. Insistió: “Por favor, señor, necesito leer urgentemen­te un libro de A”. El funcionari­o, porque era una librería del Estado, pareció enfadado con la postura insensata del comprador. “¿No se ha dado cuenta, estimado señor, que aquí no hay libros?”. “Pero esta es una librería y en las librerías suele haber un montón de cosas, pero sobre todo… libros”. “Es que esta es una librería distinta, hay un montón de cosas, en efecto, menos libros…”.

-¿Y por qué no hay libros, si se puede saber? -Porque ya no existen los libros, sencillo. -¿Cómo es que no? Acabo de leer en un diario una reseña del libro de A. Y, como es lógico, vine a la librería a comprarlo.

-No es posible, sencillame­nte no es posible. Ya no existen los libros. Al menos no en esta librería. -Entonces, ¿por qué es una librería? ¿Por qué no quitan el letrero afuera para evitar confusione­s?

-Verá. Hace mucho que se fueron los libros. Fue poco a poco. Había muchos lectores y los fueron comprando por kilos. Miles. Pero, paulatinam­ente, dejaron de venir. Y el dueño dejó de comprar nuevos para venderlos luego. En la medida en la que se fueron los lectores se fueron los libros, sencillo.

-Pero alguno debe quedar, busque, quizá tenga suerte y encuentre un libro de A.

-Imposible, repito. Aquí hay discos, libretas, agendas… tazas para café, audífonos, pósters y, eso sí, muchas películas. Lamento desilusion­arlo, pero aquí ya no quedan más que los libros contables de lo que fue la librería. Puede, si tiene tiempo, ir a T. y buscar una vieja librería de viejo, quizá allá lo encuentre, no estaría tan seguro. -Y cómo llego a T.

-En tren.

-En tren, dice. ¿Y en dónde está la estacion de trenes más cercana?

-En F.

-En F. Ok. Salgo ahora mismo para F., debo leer a A. lo antes posible…

-Buen viaje.

“Ese es un verdadero lector”, dijo para sí el dependient­e y siguió esperando clientes nuevos en la librería. El lector, desesperad­o, buscó un taxi en la avenida principal. Pasaron las horas, buscó alojamient­o en el hostal más cercano. Le dieron una habitación pobre, pero confortabl­e. No llevaba equipaje. Sólo un viejo libro de B. Lo dejó en el buró. Comió algo sencillo. Y le pidió a la señorita de la recepción que le ordenara un taxi lo antes posible. “¿Cómo ha dicho?”, contestó ella asombrada. “Un taxi, ¿no me ha escuchado?”. “Se nota que es forastero y no conoce las costumbres de este país… Aquí solamente hay trenes y camiones, no existen los taxis”. El cliente de la librería se derrumbó en el sofá, faltaría mucho para poder leer a A. porque era imposible llegar a la librería de viejo de T.

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