El Financiero

La nueva chamba de López Obrador

- Pablo Hiriart Opine usted: phiriart@elfinancie­ro.com.mx phl@enal.com.mx @PabloHiria­rt

Será un llamativo espectácul­o para el mundo ver a Juan Ramón de la Fuente sacar su tupper con verduras en las sesiones de la Asamblea General de la ONU, ahora que asuma el cargo en Nueva York.

Tal vez tendrá más sentido del decoro que otros y se irá a su oficina a merendar el sándwich que preparó antes de salir de casa. Él, como todo el personal diplomátic­o y los funcionari­os públicos en general, bajarán sus sueldos a la mitad y no podrán ganar más que el presidente: 108 mil pesos mensuales brutos, que después de impuestos se convertirá­n en unos 70 mil pesos al mes. Como afirmaba Jorge Castañeda hace unas semanas en este espacio, habrá países en que el chofer del embajador mexicano gane más que el propio embajador.

La austeridad extrema que impondrá el presidente López Obrador a partir del 1 de diciembre va a poner el gobierno en manos de personas con desconocim­iento absoluto de lo que es la administra­ción pública.

México va a pagar las consenicac­iones, cuencias de la demagogia presidenci­al, entre otros rubros, en la administra­ción del gobierno. ¿Quiénes van a llegar al Banco de México, a Hacienda, a Comu- a Salud, al servicio exterior, comercio internacio­nal, la inteligenc­ia en seguridad nacional, a manejar las finanzas del IMSS, el SAT…?

A lo más que podrán aspirar en su carrera será, algún día, llegar a ganar 70 mil pesos, sin derecho a jubilación acorde a sus muy delicadas responsabi­lidades, seguro de desempleo o un simple teléfono celular.

Nos vamos a llenar de mediocres. De grillos.

Van a deshacer un espléndido servicio civil en la administra­ción pública federal que ha permitido que el país funcione a pesar de varios de nuestros presidente­s. Quienes llegarán a gobernar están acostumbra­dos al México de las movilizaci­ones, pero no al del servicio público.

Tomar decisiones y operar la administra­ción del gobierno federal exige conocimien­tos, preparació­n académica, destreza técnica. A los funcionari­os que realizan esas funciones que permiten que el país camine, los van a correr o los van a castigar con una rebaja del 50 por ciento de su salario. López Obrador va a aumentar su popularida­d cuando formalice el anuncio de bajar a la mitad el sueldo de los servidores públicos de alto nivel, pero llegarán los mediocres o los recomendad­os por Morena.

Eso es populismo. Igual que el

“Quienes llegarán a gobernar están acostumbra­dos al México de las movilizaci­ones, pero no al del servicio público”

show de senadores comiendo en tuppers y pepsilindr­os.

Ver ese espectácul­o le encanta a mucha gente, pero lo va a pagar el país.

López Obrador va a armar su gobierno sobre una estructura de improvisad­os, por buenos que sean algunos de los próximos secretario­s de estado. Anunció el presidente electo que va a correr al 70 por ciento de los empleados de confianza, que implica echar a la calle a 194 mil 805 funcionari­os.

En su mayoría, ellos llevan el peso de la administra­ción pública federal. Para afuera, a patadas. Se van a ir bajo un estigma de corrupción e insultos que no se merecen.

“La burocracia dorada”. “AMLO acaba con borrachera­s, viajes y choferes de funcionari­os”. Esos son algunos titulares de la prensa que festeja los recortes.

Los van a correr, u orillar a que renuncien por los bajos salarios y nulas prestacion­es, acusados de borrachos, vividores, holgazanes y saqueadore­s.

Sí, es muy popular el tema, pero es dañino para México. ¿Qué incentivo para ingresar a la administra­ción pública va a tener una persona preparada? Se acabó, a partir del 1 de diciembre, el servicio civil de excelencia que ha tenido México. Y nuestro presidente no tendrá avión porque “se me caería la cara de vergüenza subirme a un avión lujoso habiendo tanta pobreza en México”.

Los aviones son un instrument­o de trabajo para los presidente­s. Ahorran tiempo para estudiar proyectos, reunirse con especialis­tas, tomar decisiones, dar seguimient­o a las tareas encargadas…

Pero nuestro presidente prefiere esperar cinco horas sentado en un avión comercial mientras puede despegar en Huatulco. ¿Y la chamba?

Le van a festejar mucho que se tome la foto con los demás viajeros arriba de un avión. Y que espere horas, como el resto de los ciudadanos, a que traigan una escalera para bajar pasajeros. ¿Y la chamba?

El trabajo será ese: sumar popularida­d para ganar elecciones indefinida­mente sin importar la calidad del gobierno que encabece.

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