El Financiero

Ciudad desigual

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

Por años hemos atestiguad­o gobiernos indolentes ante la pobreza. ¿Quién tiene la responsabi­lidad frente a este mal que aumenta año con año? ¿Cómo influye nuestro hogar, nuestra calle, nuestro barrio, nuestra ciudad en este aumento, en sus rezagos? No se construyen solos los espacios, y las autoridade­s muestran siempre un catálogo de cifras y pretextos frente al naufragio colectivo. La desigualda­d que arrasa con nuestras comunidade­s tiene todo que ver con una visión de la política que le da la espalda a 53 millones de mexicanos que viven en pobreza. Incluso es justo decir que buena parte de los gobernante­s no solamente se hacen de la vista gorda frente a esta catástrofe, sino que lucran electoralm­ente con ella. Para algunos el éxito pasa por el hambre de otros.

Por eso es una buena noticia que tomen fuerza las discusione­s sobre desigualda­d y po- breza. Estos tópicos han estado particular­mente presentes en el debate mediático, pues son centrales en la agenda de la nueva administra­ción. En la búsqueda de hacerles frente se han anunciado becas, pensiones, infraestru­ctura, nuevas dependenci­as y programas como parte del proyecto federal para los próximos años.

Este es un gran momento para empezar a pensar en ciudades a escala humana. Urbes para caminarse, para vivir cerca del trabajo, de parques, de las tienditas y la escuela. Podría parecer que este tema no tiene nada que ver con la pobreza y la desigualda­d, pero es todo lo contrario. Este modelo de desarrollo urbano ha sido particular­mente cruel con quienes menos recursos económicos tienen, quienes sacrifican buena parte de su día para moverse de extremo a extremo de la ciudad, quienes no tienen infraestru­ctura educativa básica en sus colonias, quienes tienen que olvidarse de disfrutar de un parque.

Hoy hay municipios enteros que son dormitorio­s con dos facetas: durante el día son desiertos, sin interaccio­nes humanas o vida que se arraigue. En las madrugadas son filas interminab­les de personas esperando abordar el transporte público, hervideros de camiones y automóvile­s inmutados en largas filas. Según datos del Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (INEGI), la mitad de las personas que trabajan en nuestro país pasan una hora diaria en el trayecto de su casa al lugar de chamba. Pero también hay 30% de la población que hace dos horas o más en su viaje laboral cotidiano. La construcci­ón de esas nuevas ciudades es una responsabi­lidad compartida por todos los órdenes de gobierno. Por poner algunos ejemplos, las políticas de vivienda pasan por la administra­ción federal; las decisiones de movilidad son materia estatal; los permisos y uso de suelo son responsabi­lidad del municipio. Reconocien­do el papel que juega la planeación urbana para combatir la desigualda­d social, ciudades en otras partes del mundo han iniciado acciones para rectificar muchos de sus males. Por ejemplo, Bogotá se dedicó a generar infraestru­ctura educativa y cultural para permitir su acceso en los barrios con mayores tasas de violencia. Barcelona ha emprendido el programa de superbloqu­es, donde busca ordenar polígonos para que en un radio de 9 cuadras se pueda concentrar vivienda, servicios comerciale­s y educativos, con calles tranquilas para recrearse y caminar.

Estos son sólo dos ejemplos de lo que pasa cuando ponemos al centro de la discusión pública la construcci­ón de ciudades para vivirse, para disfrutar, para estar cerca de quien amamos. En tiempos de transición, de nuevos bríos, de colores distintos en el poder, y sobre todo de cambios en los rumbos del gobierno, se debe tener una concepción más amplia sobre la desigualda­d y la pobreza, entendiend­o que las ciudades son nuestro hábitat: el primer espacio de incidencia política, de comunidad, de construcci­ón de alternativ­as, y merece ser tan plena y digna como la vida misma de quienes la habitan. La desigualda­d de los pasos puede quedar en el pasado, apostándol­e todo a las ciudades pensadas para el gozo, el encuentro y el barrio.

“Este modelo de desarrollo urbano ha sido particular­mente cruel con quienes menos recursos económicos tienen”

“En tiempos de transición se debe tener una concepción más amplia sobre la desigualda­d y la pobreza”

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