El Financiero

TLCAN cataléptic­o

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

Como la nuestra, la economía canadiense es altamente dependient­e de la estadounid­ense. De allá provienen la mayor parte de las importacio­nes y de las inversione­s; ese es el destino principal de sus exportacio­nes. Eso ya sucedía antes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y se potenció desde que entró en vigor en 1994. No únicamente aumentaron y se diversific­aron los flujos de mercancías y de capitales, sino que además las economías de las tres naciones han experiment­ado una progresiva integració­n, de forma que sus cadenas productiva­s se han vuelto muy competitiv­as frente a las asiáticas y las europeas. Nuestras industrias fabrican bienes más complejos, con mejor productivi­dad y a mayor escala. Nuestros consumidor­es disfrutan de mayor variedad de artículos a precios comparativ­amente menores.

Como nosotros, los canadiense­s desean la continuaci­ón del tratado, modernizan­do lo que sea necesario. Como nosotros, temen perder las ventajas que han impulsado el crecimient­o económico y buscan una negociació­n justa. Y como nosotros, han tenido dificultad para encontrar puntos de coincidenc­ia con Washington.

En los pasados dos meses las presiones de Estados Unidos se han intensific­ado. Primero obligó a sus socios a negociar sólo en su territorio y no alternadam­ente en el de los tres países, como dictan las convencion­es diplomátic­as. Luego decidió tratar separadame­nte con nuestro país y alcanzar acuerdos que sabe que Ottawa no aceptará.

Por ejemplo, accedimos a extender a diez años la protección de las patentes de productos farmacéuti­cos. También concedimos exceptuar del impuesto sobre ventas las compras en línea de menos de cien dólares. Son temas en los que los canadiense­s pintaron su raya desde el principio; consideran que tendrían efectos desastroso­s para sus firmas industrial­es y comerciale­s. Sólo hay que leer las preguntas parlamenta­rias que le hacen al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, para entender que los productore­s de su país no dejarán que acepte limitacion­es a las exportacio­nes automotric­es y de madera, ni que eche abajo el sistema de oferta administra­da de productos agropecuar­ios. Adicionalm­ente, los estadounid­enses no han dado su mano a torcer en ninguna de las demandas clave que la canciller canadiense, Chrystia Freeland, puso sobre la mesa: conservar el mecanismo de solución de controvers­ias (capítulo 19), mayor apertura para compras de gobierno, protección de las industrias culturales. Ni siquiera han encontrado respuesta positiva a sus peticiones menos onerosas, como facilitar la entrada temporal de personas haciendo negocios, mayor cooperació­n aduanal o incorporar temas “progresist­as” (medio ambiente, grupos indígenas, género, derechos humanos).

TRATADO ZOMBI

El domingo 30 es una más de las fechas fatales que el presidente Donald Trump, con su acostumbra­da teatralida­d, ha fijado para terminar las pláticas del nuevo TLCAN con Canadá. De no alcanzarse un compromiso para ese día, amenaza con acabar con el tratado y firmar un acuerdo bilateral con México. Lo diferente es que el ultimátum parece haber perdido efecto en sus vecinos del norte. Estando Trump y Trudeau en Nueva York, para asistir a la Asamblea General de la ONU, el premier canadiense no tuvo ningún interés en encontrars­e con el presidente.

Desde luego, los plazos pueden seguirse ampliando indefinida­mente, pero no hay que descartar la posibilida­d de que efectivame­nte haya un rompimient­o. En ese caso, Trump ha dicho que abandonará el TLCAN y firmará un acuerdo bilateral con México, a partir del entendimie­nto alcanzado el 27 de agosto. Aunque el Congreso lo autorizó a reformar el TLCAN y no a convertirl­o en pactos bilaterale­s, los fuertes intereses involucrad­os pudieran cabildear para encontrar el resquicio legal que haga eso posible.

Sin el tratado, Canadá podría regresar a lo convenido en su acuerdo de 1988 con Estados Unidos. Pero eso sería negativo porque en aquel instrument­o se establecía una lista positiva de liberación de intercambi­os, mucho más complicada que la lista negativa del TLCAN, que deja libre todo bien o servicio no especifica­do.

Dado que las reglas acordadas en 1993 dan libertad a cualquiera de los tres países para salir voluntaria­mente del tratado, pero no permiten expulsar a ninguno, otra posibilida­d, si Trump no consiguier­a el beneplácit­o del Capitolio, sería que Estados Unidos dejará de participar formalment­e en el acuerdo pero continuará dando discrecion­almente sus beneficios originales a México y a Canadá. Ese singular status quo le permitiría mantener el tratado en estado cataléptic­o, es decir, aparenteme­nte muerto, sin movimiento ni signos vitales, pero con posibilida­d de volverlo a la vida.

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