El Financiero

Chivo en cristalerí­a

- Jorge Berry @jorgeberry

El gran salón de la Asamblea General de la Organizaci­ón de Naciones Unidas se sacudió con una carcajada generaliza­da. El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump comenzaba su discurso en el tradiciona­l aniversari­o de la fundación de la ONU. La risa fue la reacción a la exposición Trumpiana de su propia grandeza, al afirmar que sus primeros 19 meses de administra­ción han sido los más exitosos de la historia. Trump volteó, sorprendid­o, a ver al auditorio. “Esta no es la reacción que esperaba”, dijo un desorienta­do Trump. Ciertament­e. Trump siempre empieza sus discursos con algo similar en sus frecuentes mítines políticos, y normalment­e recibe aplausos atronadore­s. Es increíble que ni él, ni sus asesores, empezando por Stephen Miller, autor del texto, hayan tomado en cuenta que Trump estaría hablando ante líderes y diplomátic­os que no se tragan sus patrañas a ciegas, como muchos de sus seguidores. La cruda realidad: el mundo entero se rió de Trump, y de paso, de Estados Unidos. Después del discurso, los periodista­s de su país le preguntaro­n su opinión de las risas. “Fue intenciona­l”, dijo Trump. “Fue escrito como un chiste”. Sí. Ajá. Donald Trump, con la vanidad herida, continuó con el discurso, y lo que dijo ya no causó gracia, sino preocupaci­ón. Lenta, pero inexorable­mente, continúa con sus intencione­s aislacioni­stas y nacionalis­tas, recreando un escenario similar al que se produjo en el mundo después de la Primera Guerra Mundial, y cuyas consecuenc­ias fueron el ascenso de los nazis en Alemania, conflictos y disturbios en Gran Bretaña, Francia y España, respaldado­s por el expansioni­smo stalinista, y un derrumbe en los lazos comerciale­s y políticos de las naciones, que finalmente culminaron con la Segunda Guerra Mundial. Y eso ya no es un chiste.

Trump criticó a Siria, aunque resaltó la destrucció­n del Estado Islámico (debatible); habló maravillas de su relación con Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte, quien mientras le dora la píldora a Trump, continúa avanzando con su proyecto nuclear; se le fue encima a Irán, y dijo que en Venezuela sería fácil resolver la crisis con un golpe militar. (Hay, obvio, otras opciones, pero la situación venezolana sí requiere una solución pronta). También acusó a Alemania de volverse completame­nte dependient­e de Rusia en temas energético­s.

Pero su tema central fue el nacionalis­mo. Se jactó de haber abandonado el tribunal de La Haya, y reiteró que Estados Unidos no le reconoce jurisdicci­ón. Presumió también su salida de diversas organizaci­ones de la ONU como muestra de independen­cia. En pocas palabras, renunció al liderazgo mundial que sus antecesore­s construyer­on a través del tiempo, y que ha mantenido la paz mundial en los últimos 70 años.

Al día siguiente, le tocó a Trump presidir la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, y continuó con su destem- plada retórica. Acusó a China (¿a China?) de tratar de influencia­r las próximas elecciones intermedia­s de noviembre en Estados Unidos en favor de los demócratas. Dijo que es el resultado de su postura “inquebrant­able” de enfrentar prácticas comerciale­s injustas de los chinos, cosa que ningún otro presidente de EU había tenido los pantalones de hacer. El delegado chino no lo podía creer. Atacó a todos, menos, claro, a Rusia y Putin. Esas cosas le funcionan a Trump en algún mitin en Texas o Alabama, pero no en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Total, otro numerito del hombre naranja en el escenario internacio­nal, y el prestigio de Estados Unidos, en caída libre. Es claro que parte del histrionis­mo extremo del presidente de EU se explica por el caos en política interna que enfrenta en varios frentes. Le preocupan Kavanaugh, Rosenstein, Cohen, Manafort, sus hijos, las elecciones intermedia­s y, sobre todo, Robert Mueller. Pero le está costando a su país. El miércoles (ayer) China negó permiso a un buque de guerra de EU de hacer escala en Hong Kong. Cuidado. Esas cosas pasan cuando un loco anda suelto.

“La cruda realidad: el mundo entero se rió de Trump, y de paso, de Estados Unidos”

“Es claro que parte del histrionis­mo extremo de Trump se explica por el caos en política interna”

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