SAN MIGUEL CON AROMA A MANZANARES
La temporada taurina en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla llega a su fin cada año con la Feria de San Miguel. Este año fueron programados tres festejos taurinos. La novillada del viernes 28, con novillos de Alejandro Talavante para el ecijano Ángel Jiménez, el portugués Juanito y el madrileño Francisco de Manuel, fue un interesante festejo con clima veraniego en una Sevilla que ha recibido ya el otoño; buen torero el portugués, me han gustado sus formas y manera de interpretar el toreo; tanto el sevillano como el madrileño mostraron buenas hechuras, el primero tiene pellizco y el segundo posee la cualidad de hacer el toreo lento, logrando reducir la velocidad en la embestida de una novillada que se movió (unos mejores que otros), y que debe de haber dejado satisfecho al maestro Talavante en su faceta de ganadero. Media plaza de aficionados.
El sábado llegó el primer cartel estrella: la despedida del jerezano Juan José Padilla, compartiendo cartel con Morante de la Puebla y la sensación del toreo actual, el limeño Andrés Roca Rey, ante toros del clan Matilla, quienes han fracasado rotundamente como ganaderos, dando al traste a un festejo que merecía más. Los toros podrán salir buenos o malos, ha sido y será siempre impredecible el misterio de la bravura, pero las hechuras, y más en una plaza como la de Sevilla, no deben faltar. Dentro del incomparable e inmejorable marco de la Maestranza, la afición sevillana hizo gala de sensibilidad y torería al brindarle una larga y sentida ovación a Padilla, quien desde los medios del elíptico albero, se la llevó tatuada en el alma. Con el de la despedida sonó la música desde que comenzó la faena, ante un toro sin clase, pero sin problemas, que permitió despedirse con el corte de una oreja a este admirable torero. Morante, de grana y oro, anduvo con ganas toda la tarde; pellizcos de arrebato en su toreo, ante dos toros sin opciones. Genialidades y profundidad torera en los más mínimos detalles de este hombre que cuando pisa el albero, sueña el toreo.
Andrés Roca Rey ante su primero abrevió por lesionarse una pata delantera el astado. A su segundo le hizo el toreo por bajo, con dimensión, temple y determinación. El toro se apagó y Roca Rey se encendió, no iba a dejar pasar la tarde y con tremendo valor remató su faena con estrujantes bernardinas, poniendo a la plaza de pie; si bien no es el toreo que cala en la Sevilla tradicional, sí es el toreo que enciende las pasiones de una afición añeja y que reconoce no sólo el fondo, sino las formas. Oreja para no irse en blanco, así son las figuras, las tardes claves no pasan sin triunfo.
La última del año, previa al festival de la Cruz Roja el próximo 12 de octubre, fue una gran tarde de toros, por la presentación y juego de una buena corrida de Juan Pedro Domecq, donde hubo dos toros importantes: el quinto y el sexto, siendo sus hermanos toros con cosas interesantes en su comportamiento. Alternativa para el sevillano Alfonso Cadaval, de manos de Morante (que hizo doblete), y como testigo, José María Manzanares. Lleno total, sol, calor y la embriagante belleza de la Maestranza, que con sus detalles, su música, su albero y su cielo, hacen de un festejo una experiencia casi religiosa para la sensibilidad del público y del aficionado. Cadaval mostró maneras, buen concepto y buen toreo, la espada le privó de iniciar su carrera de matador, rozando la gloria. Hay futuro pero hay tardes de triunfo sí o sí. Morante, ahora de blanco y azabache, mostró de nuevo querer hacer las cosas y expresar; variedad y el arrebato que rasga el alma, que duele, que cruje y que es de exultante belleza plástica y torera. Poco gas en sus toros, jaleado todo lo que hiciera, valorada su prestancia, tauromaquia y ganas de enamorar a Sevilla. Manzanares tuvo la Puerta del Príncipe en la yema de los dedos. Dos buenos toros y dos grandes faenas. La prestancia de este hombre, aunada a su raza templada por el instinto familiar de sólo entender el toreo despacio, hacen de sus formas un placer y un lujo. Oreja del primero con fuerte petición de dos. Al segundo lo cuajó, al rematar la faena en poco común arrebato de heterodoxia, echó rodillas en tierra y fue prendido de fea manera. Salvo la paliza, todo quedó en el susto. Remate de faena con toreras manoletinas y con las dos orejas en el pomo de la espada; el hueso del buen toro nos privó de verle cruzar la Puerta del Príncipe hacia el Guadalquivir.