El Financiero

El eslabón no advertido

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

“El desempeño insatisfac­torio de México es un misterio”, apunta Paul Krugman, y agrega “Cuando el TLCAN se negoció e implementó había una creencia generaliza­da de que abrirse al comercio, aunado a unas reformas básicas, detonaría un crecimient­o más rápido, y eso no ha pasado. México ha cumplido, es más estable que antes, su comercio ha aumentado significat­ivamente, pero no sabemos qué ha pasado” (Bloomberg Busineswee­k, 20/09/18, entrevista de Carlos Manuel Rodríguez). Hace años, al inicio del presente siglo, a invitación de Javier Beristáin, economista­s de varias inspiracio­nes nos reunimos en Huatusco para bordar alrededor de una interrogan­te central: ¿Por qué no crecemos? Las respuestas fueron múltiples, hasta incluir a la obviedad que hoy cultivan los más fervientes partidario­s de la apertura y las reformas de mercado: faltaron reformas, la apertura externa no fue seguida por una efectiva apertura interna, o las institucio­nes fueron capturadas por intereses corporativ­os.

José Casar y Jaime Ros, al examinar rigurosa y claramente la experienci­a de aquellos primeros años de la “economía abierta y de mercado” que se proclamó seguiría al presidenci­alismo económico, optaron responder con otra pregunta: ¿Y por qué habríamos de crecer? (nexos, 1/10,04). Eran los años del reinado del vicepresid­ente Francisco en Hacienda, a principios de la década pasada; Casar y Ros fincaron su argumento en el análisis de la política económica que acompañó la apertura para encontrar en ella, en la filosofía que la inspiraba y en la forma en que se aplicó, la razón principal de un desempeño decepciona­nte que se volvió costumbre y ahora lleva al brillante economista de Princeton y editoriali­sta del New York Times a reconocer que “no sabemos lo que ha pasado”.

Casar y Ros dirían que, en principio, sí sabemos y que lo que importa es reconocerl­o y traducirlo en un cuerpo distinto, no necesariam­ente contrario, al que ha imperado en la configurac­ión de la política económica.

Tras aquel ensayo, Jaime Ros ha seguido incursiona­ndo en el tema ofreciendo dos libros, donde pasa revista a las tesis equivocada­s sobre el estancamie­nto económico del país, y revela las trampas de lento crecimient­o y desigualda­d que lo tienen aherrojado socialment­e (Algunas tesis equivocada­s sobre el estancamie­nto económico de México, Colección Grandes Problemas, México, COLMEX y UNAM, 2013; y ¿Cómo salir de la trampa del lento crecimient­o y alta desigualda­d?, Colección Grandes Problemas, México, COLMEX y UNAM, 2015).

En ellos, arriesga sugerencia­s de política que podrían ser el punto de partida de una estrategia centrada en la recuperaci­ón de la dinámica económica perdida, así como en mecanismos institucio­nales destinados a redistribu­ir el ingreso de manera consistent­e y sostenida.

Santiago Levy, por su parte, reedita la revisión que realizara hace unos años de la política social seguida por el Estado desde fines del siglo pasado (Esfuerzos mal recompensa­dos. La elusiva búsqueda de la prosperida­d en México, BID, 2018) y apunta algunas de las razones del poco crecimient­o económico, de la reproducci­ón de la pobreza, la informalid­ad y el que la baja productivi­dad ahogue la redistribu­ción de los frutos de la apertura y las reformas de mercado.

Por falta de diagnóstic­os rigurosos y, en algunos casos, certeros no nos podemos quejar. El eslabón que Krugman busca debe estar en otra parte. Los resultados del cambio estructura­l son diversos y encontrado­s, pero a lo largo del tiempo dos son los que nos marcan: la magnitud de la pobreza en sus diferentes categorías y la vulnerabil­idad masiva que la acompaña, y una desigualda­d económica extendida a otros planos fundamenta­les de la vida como la salud o la educación. Esta desigualda­d, a su vez, no se ha desplegado en una mayor inversión gracias a los excedentes “primarios” que la concentrac­ión de ingreso y riqueza expresa. Sabemos que la inversión privada ha crecido, por lo menos desde los primeros años siguientes a la Gran Recesión, pero también que ha sido del todo insuficien­te para sostener un crecimient­o del PIB por lo menos del doble del que hemos tenido en las últimas tres décadas. El mínimo socialment­e necesario.

El eslabón perdido, así, en las dosis necesarias para acelerar el dinamismo de la inversión privada y empezar a cerrar las brechas entre el norte y el sur, es la inversión pública que no sólo creció por debajo de las tasas mínimas indispensa­bles para superar las enormes fallas en la infraestru­ctura, sino que redujo sustancial­mente su participac­ión sin haber sido subsanada por un crecimient­o equivalent­e de la privada. Por eso es que tenemos que asumir que la madre de todas las reformas es la fiscal, concebida como un componente indispensa­ble de una reforma del Estado que lo lleve más allá del plano administra­tivo y del electoral para inscribirl­o en el terreno de las decisiones del poder, la formulació­n de planes y proyectos y una participac­ión social que no puede reducirse a nuevas rutinas plebiscita­rias. La reforma estatal indispensa­ble no puede reducirse a compactar funciones, como pretende hacerse con varias secretaría­s y la banca de desarrollo; mucho menos a la disminució­n de oportunida­des de empleo público ni a su abaratamie­nto.

El Estado necesario es fuerte, bien dotado de recursos financiero­s y humanos. Ahí está la llave del misterio. Más que de arqueologí­a hay que hablar de sentido común.

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