El Financiero

Hay que decirles a los jefes veteranos que su tiempo se terminó

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Hay que ser capaz de dividir cualquier lista de directores ejecutivos en tres categorías: los indispensa­bles, los intercambi­ables y los irredimibl­es. La semana pasada proporcion­ó ejemplos de los tres. La Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) de EU decidió que Elon Musk era vital para el éxito de Tesla, exigiéndol­e que renunciara a la presidenci­a como parte de un acuerdo sobre fallas en materia de gobernanza y de divulgació­n, pero permitiénd­ole permanecer como director ejecutivo. Pfizer anunció que cambiaría a Ian Read, el director ejecutivo de la compañía farmacéuti­ca desde 2010, por otro miembro de su compañía, Albert Bourla. General Electric (GE) expulsó a John Flannery, quien había liderado el grupo durante apenas un año, e instaló en su lugar a Larry Culp, un director ejecutivo no pertenecie­nte a la compañía.

El Sr. Read no es imparcial, pero él calificó su sucesión como “un proceso planificad­o sin complicaci­ones y considerad­o” después de casi ocho años en la posición tope. Da la casualidad de que cuando él asumió el cargo en 2010, ocho años era aproximada­mente la duración del mandato promedio de un director ejecutivo estadounid­ense saliente. Ahora, un informe ha mostrado que los directores de las compañías del índice S&P 500 están dejando las empresas habiendo servido casi 11 años en el puesto más alto, el período promedio más largo desde 2002.

Según Conference Board, el grupo empresaria­l estadounid­ense que preparó los datos anuales, los directores ejecutivos de las compañías que se desempeñan bien disfrutan de una mayor seguridad laboral que antes. Los jefes que no dan la talla se están enfrentand­o al destino del Sr. Flannery: las compañías con bajo rendimient­o reemplazar­on a sus directores ejecutivos en 2017 a una tasa tres veces más rápida que la de las empresas de alto rendimient­o. Pudiera decirse que es así como debiera funcionar la gobernanza, pero los hallazgos son preocupant­es. Llega un momento en que casi todos los líderes veteranos comienzan a volverse autocompla­cientes. Los indispensa­bles se vuelven inamovible­s.

Todos estos promedios son el resultado de diversos casos individual­es. El Sr. Musk es un director ejecutivo fundador. Los fundadores a menudo permanecen más tiempo por sensatas razones vinculadas a sus habilidade­s, a su profundo conocimien­to y a sus cualidades de liderazgo. Ellos también tienen un envidiable margen para maniobrar. Jeff Bezos, el fundador y director ejecutivo de Amazon, recienteme­nte le comentó a la revista Forbes que él raramente se “involucra en la gestión cotidiana”. El Sr. Bezos más bien trabaja en la estrategia dos o tres años por anticipado: “Los amigos me felicitan después de un anuncio de ganancias trimestral­es y me dicen ‘Buen trabajo, fabuloso trimestre’, y yo les digo: ‘Gracias, pero ese trimestre se planeó hace tres años’. En este momento estoy trabajando en un trimestre que sucederá en 2021”.

Sin embargo, incluso los fundadores pueden aferrarse a su cargo más allá de lo que debieran, a veces protegidos por clases especiales de acciones que obstaculiz­an los esfuerzos de los inversioni­stas por expulsarlo­s.

Las compañías que no están lideradas por fundadores necesitan lograr un delicado equilibrio entre inercia y rotación.

El caso de GE muestra, sin embargo, que es más fácil decirlo que hacerlo. Se suponía que el conglomera­do fuera un modelo de desarrollo de liderazgo. El hecho de que los directores de GE decidieran que el Sr. Flannery era irredimibl­e en un período de 18 meses desde haberlo nombrado sugiere que el anterior líder industrial está atravesand­o por una crisis más profunda de lo que incluso sus infelices inversioni­stas suponían. También indica la existencia de potenciale­s fallas en el admirado modelo del grupo de sucesión a largo plazo.

Las crisis casi siempre acortan el mandato de los directores ejecutivos. En 2009, en medio de la turbulenci­a que amenazaba al sistema financiero mundial, los directores ejecutivos del S&P 500 tenían una duración promedio en su cargo de tan sólo 7.2 años.

Una mayor permanenci­a en la posición de mando puede, por lo tanto, representa­r una señal de que los buenos tiempos están de vuelta. Pero las juntas directivas debieran estar alertas ante el riesgo de la presencia de una petulancia entre los servidores veteranos, supuestame­nte indispensa­bles, y ante el temor lleno de pánico entre los directores ejecutivos recienteme­nte nombrados. Los estudios académicos sugieren que los altos ejecutivos de mayor antigüedad y mayor edad tienden a tener un desempeño inferior. Las razones para mantenerlo­s en sus posiciones — la sociabilid­ad en la sala de juntas, la nostalgia de las glorias pasadas — se vuelven menos convincent­es. La renuencia a cambiar a la gente en el tope se integra a toda la cultura.

Es aquí donde entra en juego la junta directiva. Los miembros de la junta tienen el deber de prepararse para la salida del veterano director ejecutivo titular como parte de un plan de sucesión “sin complicaci­ones y considerad­o” al estilo Pfizer.

Llega un momento en que casi todos los líderes comienzan a volverse autocompla­cientes

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