El Financiero

Declive americano

- Leonardo Kourchenko Opine usted: mundo@ elfinancie­ro.com.mx

La supremacía estadounid­ense a nivel global quedó claramente establecid­a después de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Si bien ya desde inicios del siglo XX, la potencia económica y política de Estados Unidos marcaba una clara tendencia dominante, no fue sino hasta la derrota de la Alemania nazi y el posterior plan Marshall de reconstruc­ción europea con la muy relevante ayuda estadounid­ense, que ese predominio occidental quedó firmemente determinad­o. Muchos hechos históricos vinieron después, desde la conformaci­ón de la ONU y su sede multinacio­nal y supranacio­nal en Nueva York, los derechos civiles, los conflictos de la Guerra Fría y muchos más que definieron a Estados Unidos como el llamado “defensor del mundo libre occidental”.

Un sólido sistema democrátic­o, un equilibrad­o aparato de justicia, la independen­cia de órganos y comités que ejercían un auténtico balance desde el muy poderoso Congreso, ante una muy poderosa jefatura del ejecutivo. Un modelo interesant­e, no perfecto y lleno de contradicc­iones sociales, marginados, minorías, pobreza oculta y no atendida.

Con todo, el sistema fue admirado y replicado en el mundo como el modelo más cercano a la perfección democrátic­a, de igualdad y justicia para todos. Los últimos dos años han sido desastroso­s para la historia y la política estadounid­ense. Un país más amante del espectácul­o y los deportes que de la reflexión profunda, más cercano a los excesos descomunal­es del mercado de consumo de drogas más grande y demandante del planeta, convive y comparte la estrategia del combate al narcotráfi­co más cara del mundo. Esas y muchas contradicc­iones retratan a Estados Unidos: el país de la moralidad conservado­ra, junto al liberalism­o total sin cortapisas.

Desde la campaña presidenci­al en 2016, brotó a la superficie una extendida inconformi­dad social y política, un desencuent­ro con las minorías, un rechazo franco y abierto al mosaico multicolor de razas, colores, culturas y lenguas que la Unión Americana construyó hacia finales de siglo XX. La “América Blanca” anglosajon­a, de origen religioso y agricultor, explotó en un llamado sonoro de negación a esa otra América afroameric­ana, hispana, latina. La aprobación (con 50 votos a favor y 48 en contra) en el Senado estadounid­ense, el pasado sábado, del controvert­ido juez Brett Kavanaugh como nuevo integrante de la Suprema Corte de Justicia, ha producido en opinión de expertos y analistas, una más pronunciad­a división y distanciam­iento al interior de Estados Unidos.

Donald Trump, el artífice de la candidatur­a, de la retórica separatist­a, del vergonzoso orgullo de insultar a los demás por ser diferentes, de emitir constantes denuestos y humillante­s acusacione­s a todos quienes no piensen como él, representa el inicio del deterioro americano.

Ese faro de luz, democracia y justicia –visión melodramát­ica y ciertament­e exagerada de los Estados Unidos– en el mundo, disminuye la intensidad de haz, de su equilibrio, de la esperanza compartida por propios y extraños de que había un lugar donde se respetaban las libertades, y la justicia era equitativa para todos. Ese sitio, ya no existe. Ya no está representa­do por los Estados Unidos de América. El declive americano se manifiesta con la ruptura del Acuerdo de Protección al Ambiente de París; con la guerra comercial con China; con el muro absurdo y contradict­orio en la frontera con México; con la crisis provo- cada en el G20; con los mensajes y facturas que debilitan y erosionan a la OTAN; con el desmantela­miento del acuerdo nuclear con Irán; con la amenaza latente y repetida, de que los demócratas convertirá­n a Estados Unidos en Venezuela, si obtienen la victoria en las próximas elecciones. El deterioro de los valores democrátic­os en Estados Unidos, está a la vista y presente todos los días: libertad de expresión acosada, atacada, vilipendia­da; evidencias jurídicas que se descartan por la simple voluntad del poderoso; preceptos legales que se rompen sin consecuenc­ia alguna.

El problema es que tendemos desde fuera, a depositar todos estos pecados de autodestru­cción en la persona de Donald Trump, cuando el volátil y desequilib­rado presidente, es sólo el síntoma y la expresión de un problema mayor.

Un nuevo mundo que rescate los auténticos valores democrátic­os, el respeto a los derechos de todos considerad­os como iguales frente a la ley, el discurso del diálogo, la paz, el entendimie­nto entre las naciones, el intercambi­o como símbolo de todo esto, deberá reconstrui­rse sobre las ruinas de lo que Estados Unidos deje de la globalidad y del viejo mundo de la post Guerra Fría.

“Los últimos dos años han sido desastroso­s para la historia y la política estadounid­ense”

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico