El Financiero

El sillón de las ambigüedad­es

- Roberto Gil Zuarth Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

La fase de transición entre las dos administra­ciones no ha despejado ninguna de las dudas sobre la orientació­n del nuevo gobierno. El candidato sigue en campaña, su próximo equipo de gobierno no deja los mítines, el programa no se sacude de los slogans. La moderación que se esperaba del Presidente electo naufraga en la persistent­e ambigüedad del movimiento “cachatodo”. Frente a los maestros, la cancelació­n inminente de la reforma educativa; en los foros de víctimas, las comisiones de la verdad y la justicia transicion­al; con los ambientali­stas, la denuncia anulatoria del fracking; en las mesas empresaria­les, la promesa de que no habrá sobresalto­s; en las giras de agradecimi­ento, el empoderami­ento visible de los superdeleg­ados; en los cuarteles, el reconocimi­ento de que las Fuerzas Armadas seguirán en tareas de seguridad pública. Es difícil asir el mandato que Andrés Manuel López Obrador recibió de las urnas. Ahí radica, de hecho, una de las dificultad­es de la democracia representa­tiva ¿La oferta electoral del candidato

Abogado ganador fija puntos de partida o los puertos de arribo? ¿La esencia de la democracia es habilitar a unos a tomar decisiones a nombre y por cuenta de otros o, por el contrario, lo deliberado en las campañas determina lo que necesariam­ente debe o no puede decidirse? ¿Los electores votaron contra el nuevo aeropuerto, contra el aumento de las gasolinas, por la reducción de sueldos, por la descentral­ización de las dependenci­as o por la reinstalac­ión de los privilegio­s magisteria­les? ¿Por todo o sólo por parte de ese paquete? ¿Los ciudadanos sancionaro­n al régimen de la transición por las expectativ­as no cumplidas? ¿Por un gobierno de izquierda moderada o por una versión populista? ¿Castigaron la política de seguridad y por eso cruzaron el emblema de una alternativ­a? ¿Por la salida del Ejército y la legalizaci­ón de las drogas? ¿Contra el PRI o contra todos los partidos tradiciona­les? ¿Contra todo y a favor de nada en concreto a la vez?

Por supuesto que la oferta política importa y es relevante para decidir el voto y juzgar el desempeño. Pero la competenci­a electoral no es, como se pretende ver desde cierta ilusión racionalis­ta, el espacio en el que se enciende el juicio objetivo de una colectivid­ad sobre las posiciones en disputa. El ciudadano no es aquel sujeto hiperracio­nal que pondera cuidadosam­ente costos y beneficios. El veredicto de las urnas está muy lejos de una simple decantació­n lógica de los argumentos falsos y verdaderos. Las pasiones y emociones influyen tanto o más que las razones en la decisión sobre quién gobierna y para qué gobierna. El peso del hambre, del enojo o de la frustració­n en el balance químico de los comportami­entos humanos.

El nuevo gobierno no sólo puede, sino tiene el deber de tomar distancia de sus propias ataduras. El proyecto de un país se construye en la convocator­ia hacia los qué, pero sobre todo en la prudente selección de los cómo. En las elecciones se sancionan los fines, mientras que los medios se debaten en la compleja construcci­ón de la ley, en la asigna- ción de los fondos, en la prueba escrupulos­a y constante de la pertinenci­a de las políticas. Gobernar exige jubilar al candidato. Atarlo al mástil de la responsabi­lidad. Encontrar el equilibrio entre la idea popular y la política eficaz. Matizar la arenga en las restriccio­nes que la realidad impone. Corregir el exceso, abrir paso a la duda, reconocer legitimida­d a la razón opuesta. La acción de gobernar es incompatib­le con la permanente complacenc­ia a los aliados, por muy numerosos que sean. Significa reportar victorias a las causas que los agregan, pero también propinar derrotas. Es el arte de desprender­se de las constricci­ones que inician en los más cercanos. La difícil tarea de persuadir a los suyos de que su emoción electoral debe conciliars­e con las preferenci­as de los otros. Andrés Manuel tendrá que lidiar con las expectativ­as. Levantarse pronto del cómodo sillón de las ambigüedad­es. Si no lo hace bien, no sólo dilapidará legitimida­d, sino que abrirá la puerta a fuerzas radicales que acechan a las democracia­s. Debe voltear a ver la primera vuelta de Brasil. La amarga advertenci­a de que la frustració­n de una sociedad puede engendrar males mayores.

“La amarga advertenci­a de que la frustració­n de una sociedad puede engendrar males mayores”

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