El Financiero

Política de Superviven­cia

- Jorge Berry

No hay duda de que el liberalism­o que ha marcado la coexistenc­ia pacífica entre las naciones durante los últimos 70 años va a la baja. Esa generación que vivió en carne propia los horrores de la Segunda Guerra Mundial tiene ya solo unos cuantos supervivie­ntes. Esa falta de memoria histórica resalta los defectos del liberalism­o, que como todos los sistemas, tiene defectos que están aprovechan­do quienes quieren regresar a un mundo nacionalis­ta, donde cada país se desarrolle con su propia gente, y en la medida de lo posible, con sus propios recursos.

El tema es global. Lo vimos claramente con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE), pero también con el crecimient­o en todo el Viejo Continente de partidos de ultraderec­ha nacionalis­ta. La agenda es la misma. Xenofobia, racismo, intoleranc­ia, aranceles, la construcci­ón de barreras de todo tipo en aras de conservar una rancia soberanía disfuncion­al.

Así llegó a la presidenci­a de Estados Unidos Donald Trump, y así llegó también, hay que decirlo, Andrés Manuel López Obrador en México. La diferencia entre la izquierda y la derecha pasó a segundo término. El nacionalis­mo excluyente es lo de hoy. Lo comparten Maduro, Putin y Castro pero también Trump en EU y Giuseppe Conte en Italia. Jair Bolsonaro, en Brasil, una versión carioca del filipino Duterte, (sí, el de las ejecucione­s sumarias a los drogadicto­s) ganó la primera vuelta en su país, y es el favorito para asumir el poder.

Con la excepción de China, que se cuece aparte, los líderes de este movimiento comparten su rechazo a la globalizac­ión. Piensan que este fenómeno ha causado perjuicios graves a sus poblacione­s con carencias, concentran­do la riqueza en unas cuantas empresas transnacio­nales, y que no ofrece ventajas para sus respectivo­s países. La globalizac­ión, sin embargo, no es una política impuesta por nadie. Es un fenómeno que se da como resultado del vertiginos­o avance tecnológic­o de la humanidad, que busca hacer sistemas cada vez más eficientes y cuyo principal reflejo, hasta ahora, se da en el comercio internacio­nal. Y sí, muchos se han quedado atrás.

El prestigiad­o historiado­r israelí Yuvel Noah Harari, en un artículo reciente en “The Economist”, argumenta que la humanidad enfrenta tres crisis graves que solo se pueden resolver a través de la cooperació­n entre las naciones, lo que necesariam­ente conlleva a que exista confianza entre ellas. El cambio climático, la inteligenc­ia artificial, y, nuestra vieja amiga, la amenaza del holocausto nuclear, son retos de la humanidad entera, que solo se pueden resolver con una cooperació­n internacio­nal comprometi­da. El cambio climático es un hecho. Ya no importa quién es responsabl­e. Importa hacer algo para, si no detenerlo, por lo menos reducir su impacto, porque nos puede llevar a la extinción. Lo mismo ocurre con la proliferac­ión nuclear. En un mundo dividido por nacionalis­mos, es cosa de tiempo para que alguien se sienta lo suficiente­mente agraviado o amenazado al punto de provocarlo a apretar el botón. O, tal vez más probable, que algún error, humano o no, desencaden­e un holocausto. Si el desarrollo tecnológic­o no se regula a nivel mundial, se convierte en una peligrosa arma. Los avances en inteligenc­ia artificial se producen sin saber a ciencia cierta qué consecuenc­ias pueden tener. Parece ciencia ficción, pero es innegable que ante el avance tecnológic­o podemos crear un horror con consecuenc­ias inimaginab­les.

¿El liberalism­o no les gusta? Muy bien. Entonces, hay que crear otro modelo, no regresar a uno viejo cuyo probado fracaso llevó a la Segunda Guerra Mundial. Estamos a tiempo.

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