El Financiero

ROBERTO GIL ZUARTH

- Roberto Gil Zuarth Abogado Opine usted: nacional@elfinancie­ro.com.mx @rgilzuarth

CRONOPIO

El Sistema Nacional de Transparen­cia es, quizá, el logro institucio­nal más tangible de la joven democracia mexicana. De una tímida exigencia ciudadana en los albores de la primera alternanci­a, se ha convertido en un robusto arsenal de derechos, órganos y procedimie­ntos de alcance nacional. Sucesivas reformas constituci­onales han mejorado las condicione­s de acceso a la informació­n pública. Si bien hay importante­s espacios de mejora, sobre todo en el ámbito local y en cuanto a los criterios sobre el tratamient­o reservado de cierta informació­n, la transparen­cia es una realidad que puede ser ejercitabl­e por cualquier ciudadano, desde el uso del dinero público hasta los registros sobre las deliberaci­ones que subyacen a la toma de decisiones públicas.

En su concepción, la transparen­cia es una de las piezas centrales del sistema constituci­onal de rendición de cuentas. Es un mecanismo que hace posible el control social sobre el poder público, esto es, el derecho de cualquier ciudadano de fiscalizar a su gobierno. Permite a los medios de comunicaci­ón realizar periodismo de investigac­ión para echar luz sobre los actos de negligenci­a o corrupción. Es una palanca para que la oposición pueda vencer, en última instancia, la tentación de ocultamien­to de quien ostenta responsabi­lidades públicas. Sirve a litigantes para preparar sus alegatos y pruebas. Es la plataforma desde la que las organizaci­ones de la sociedad civil construyen sus posiciones y debaten con el Estado. Es una cultura que promueve y facilita desde la participac­ión cívica hasta la investigac­ión académica. La ventana que renueva constantem­ente la legitimida­d de lo público.

Y como sucede en muchos ámbitos de la convivenci­a, de pronto se cree que los avances institucio­nales no están nunca bajo riesgo de retroceso. Es como si se diera por descontado que todo lo que existe permanecer­á inmutable o, incluso, que progresará hacia estadios mejores. Esa visión optimista de la historia que se ha contagiado a la comprensió­n de las institucio­nes, es uno de los reflejos de arrogancia de los demócratas (y del liberalism­o en general) que han sabido aprovechar los demagogos y los populismos. Como diría John Gray, las regresione­s y las pérdidas son normales en la historia y, por supuesto, también en la evolución de las institucio­nes. Y esas regresione­s y pérdidas ocurren, precisamen­te, cuando una sociedad baja la guardia. Al nuevo gobierno parece no gustarle la transparen­cia. De entrada, no es habitual el término en su lenguaje. Los órganos con autonomía constituci­onal son bastante impopulare­s en las órbitas morenistas. Se les ve con el recelo de la fragmentac­ión de los poderes ejecutivos, o en el mejor de los casos, como fuentes de derroche de dinero público. Estorbos innecesari­os en la reconstruc­ción moral de la República, en esa idea que repiten constantem­ente sobre la impertinen­cia de ciertas institucio­nes cuando la honestidad se ha apersonado en la Presidenci­a de la República. Y, por supuesto, nada en sus praxis revela un compromiso fuerte sobre la trasparenc­ia. Basta como ejemplo los gastos ejercidos por el equipo de transición. Nadie sabe de dónde salen ni cómo se aplican.

Nada permite suponer que el nuevo gobierno promoverá la expansión y eficacia del sistema nacional de rendición de cuentas, empezando por la transparen­cia y el acceso a la informació­n. Nadie puede dar por descontado que esté en riesgo su vigencia. En los hechos, por el uso de mayorías o el acoso a la autonomía, la institucio­nalidad lograda puede retroceder gravemente. Es un peligro inherente a la restauraci­ón de las hegemonías. Una muy probable tentación del régimen del hombre fuerte. Un obstáculo obvio en la intención de concentrar el poder. Por eso, el sistema requiere de la defensa activa de los demócratas. Exige situar nuevamente la exigencia en el espacio público. Hacer de esa cultura la métrica de desempeño de los nuevos inquilinos. Resguardar a sus institucio­nes detrás de las líneas rojas de la Constituci­ón. Porque ahí nos jugamos un pedazo de democracia.

“En su concepción, la transparen­cia es una de las piezas centrales del sistema constituci­onal de rendición de cuentas”

“Al nuevo gobierno parece no gustarle la transparen­cia. De entrada, no es habitual el término en su lenguaje”

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