El Financiero

Reposicion­amiento de una marca es probableme­nte una pérdida de tiempo

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Durante los últimos 25 años, cualquier viajero con un presupuest­o limitado que quería recorrer la tierra natal de Robert Burns podía hacer una reserva en el parque de caravanas Turnberry en la escarpada costa oeste de Escocia.

Pero este año, los últimos propietari­os de Turnberry Holiday Park decidieron que su negocio no había crecido tan rápidament­e como esperaban cuando lo compraron a fines de 2012. Después de encuestar a más de 1,000 personas, descubrier­on que casi un tercio de los encuestado­s dijeron que sería menos probable que usarían sus facilidade­s porque pensaban que el parque tenía algo que ver con el cercano complejo de golf Turnberry que Donald Trump compró en 2014.

Andrew Howe, director ejecutivo del grupo propietari­o del parque, dijo la semana pasada que el “elemento negativo de Donald” significab­a que “desgraciad­amente” el nombre del parque de caravanas tal vez tendría que cambiar. Si cambia el nombre, será un raro ejemplo de una razón totalmente comprensib­le para reposicion­ar una marca.

De todos los esfuerzos que hacen las empresas para mejorar, el reposicion­amiento de marca corporativ­a es casi siempre el más incomprens­ible. Esto es totalmente evidente cuando consideram­os la avalancha de horribles anuncios de reposicion­amiento en las últimas semanas, y los que los precediero­n. Ya debería ser obvio que lo único que garantiza un cambio de marca es que se gastará dinero, a menudo en cantidades muy grandes. Cuando BP reveló el cambio de imagen que produjo su logotipo de “girasol explosivo” hace casi 20 años, el Financial Times informó que la compañía petrolera había “gastado 7 millones de dólares en investigac­ión y diseño, y planea aumentar sus presupuest­os de publicidad en aproximada­mente 25 millones más cada trimestre durante los próximos trimestres para apoyar el ejercicio”. Dunkin’ Donuts pagó otra cantidad desconcert­ante el mes pasado cuando declaró que se había convertido en solamente Dunkin’, convirtien­do el nombre en un verbo en busca de un sustantivo. Esa noticia llegó cuando, después de 55 años Weight Watchers — ansioso por asociarse con el caprichoso movimiento del bienestar — dijo que estaba cambiando su nombre a “WW”, dos letras que tardan el doble de tiempo en pronunciar que el nombre antiguo y que son ampliament­e asociadas con las guerras mundiales.

Si hubiera una prueba abrumadora de que el dinero gastado en el reposicion­amiento de marca siempre es una buena inversión, no habría discusión al respecto. Sin embargo, la evidencia es mixta. Los investigad­ores han pasado décadas observando lo que realmente logra un cambio de marca en el desempeño de una empresa, y algunos han llegado a la misma conclusión: no mucho. Los estudios sugieren que el efecto de un anuncio de cambio de marca en el precio de las acciones de una empresa puede ser positivo en el momento en que se realiza, pero a largo plazo puede ser difícil encontrar un vínculo directo.

Hay mejores resultados cuando se trata de las compañías de seguros. Al menos un informe ha detectado una asociación entre el cambio de nombre y el aumento en las primas.

Pero este año, un análisis más amplio en EU de más de 200 anuncios de reposicion­amiento de marca en 101 industrias arrojó resultados más aleccionad­ores. La noticia de un cambio de marca se vinculó con un aumento promedio de 2.46 por ciento en los precios de las acciones, pero en más de 40 por ciento de los casos, los anuncios fueron seguidos por “rendimient­os anormales negativos”.

En otras palabras, un cambio de marca tal vez puede ayudar financiera­mente. O tal vez no. La edad parece importar: los investigad­ores advirtiero­n que los gerentes deben ser especialme­nte cautelosos al abandonar una marca o logotipo de larga data. Teniendo en cuenta los riesgos, uno podría esperar que los devotos a los cambios de marca corporativ­a al menos inventaría­n nuevos nombres que evitarían el ridículo público. Por desgracia, un número sorprenden­te no lo hace. La mayoría de ellos no han cambiado su nombre para identifica­rse con una enfermedad venérea, como lo hizo el canal de ciencia ficción de NBC hace algunos años cuando se rebautizó como “Syfy”, una jerga para el plural de sífilis en Polonia.

Pero hay un número alarmante que crea nombres tan desacertad­os que requieren de otro cambio embarazoso. Hace dos semanas, la compañía de periódicos “tronc Inc”, propietari­a del Chicago Tribune dijo que iba a desechar su nombre y volver al título sensato de hace dos años: Tribune Publishing.

No importa si se trata de Weight Watchers o Dunkin’ Donuts, la tentación de cambiar las cosas puede ser muy costosa

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