El Financiero

Efectos de la guerra comercial

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

Durante 2018, la administra­ción estadounid­ense ha impuesto aranceles y otros obstáculos al intercambi­o de bienes con otras naciones, aduciendo diversos motivos. Hasta ahora, esa estrategia ha comprendid­o cuatro grupos de acciones.

El primero consistió en el establecim­iento de tarifas a la importació­n de paneles solares y lavadoras, argumentan­do la necesidad de proteger a estas industrias en Estados Unidos. El segundo se basó en aranceles al acero y al aluminio, invocando motivos de “seguridad nacional”. En algunos de casos, ese país ha conmutado el arancel por cuotas a las importacio­nes.

El tercero incorporó gravámenes contra las importacio­nes de China, con el señalamien­to de presuntas “prácticas injustas” en materia de tecnología y propiedad intelectua­l en ese territorio. Y el cuarto ha sido la amenaza de fijar aranceles a los automóvile­s, lo cual dependerá de una investigac­ión oficial en curso, relacionad­a, una vez más, con el supuesto peligro de seguridad. La mayoría de las economías perjudicad­as ha respondido con advertenci­as o acciones de represalia, a menudo con la pretensión de lastimar a sectores o regiones asociados con la administra­ción estadounid­ense. En ocasiones, los aranceles se han extendido a otras naciones, lo cual ha implicado un efecto colateral adverso. Las tensiones propiciada­s por Estados Unidos se inspiran en una visión mercantili­sta sobre el intercambi­o comercial, concebido como un “juego suma cero” donde los países compiten entre sí y las ganancias de unos son las pérdidas de otros.

Tal vez no haya una muestra más evidente de esa concepción que la insistenci­a de Trump en interpreta­r los déficits comerciale­s como un fracaso de su país y un abuso de las naciones superavita­rias.

De ahí que gran parte de las intimidaci­ones y medidas proteccion­istas de Estados Unidos se hayan dirigido contra aquellas economías con las que esta nación registra los déficits bilaterale­s más elevados, entre las que destacan China y, en menor grado, México, Japón y Alemania.

No obstante, los déficits comerciale­s no son necesariam­ente reflejo de alguna vulnerabil­idad, ni significan una pérdida de recursos, ya que los flujos monetarios tienen como contrapart­ida la recepción neta de mercancías valiosas, muchas de las cuales sirven como insumos en la producción. Tampoco son resultado, en principio, de las políticas comerciale­s propias o de otras latitudes. El saldo comercial y, más precisamen­te, la cuenta corriente, que incluye el comercio de bienes y servicios, así como las ganancias por la inversión y el trabajo en el exterior, responden a factores macroeconó­micos.

En particular, un balance negativo denota que el país gasta por encima de su ingreso, lo cual, por necesidad, lleva aparejado un financiami­ento externo, es decir, una cuenta de capital superavita­ria.

De ahí que, si Estados Unidos quisiera “corregir” su déficit, debería aplicar medidas tendientes a afectar las variables mencionada­s, por ejemplo, contener el gasto público. Ello no significa que tales ajustes sean justificad­os, sino, más bien, que los saldos comerciale­s carecen de la importanci­a otorgada por Trump.

Los aranceles difícilmen­te alterarán el déficit comercial, sino en todo caso su composició­n, al hacer relativame­nte más atractivos los bienes y los países exportador­es no afectados por esos gravámenes.

De esta manera, la guerra comercial resulta una estrategia absurda, sin una clara ganancia, excepto, tal vez, para unos pocos sectores protegidos cuyos beneficios son inferiores a los costos de la sociedad en su conjunto.

Específica­mente, la proliferac­ión de barreras, así como la incertidum­bre sobre posibles restriccio­nes futuras inhiben el comercio, como parece haber empezado a ocurrir y, con ello, la inversión.

Además, si toman la forma de cuotas, como recienteme­nte lo ha promovido Estados Unidos, las trabas implican una elevada carga administra­tiva para el país afectado y para el que las impone. Ello propicia el desperdici­o de recursos y la búsqueda de rentas al competir por un monto limitado de permisos. Finalmente, los obstáculos al comercio incrementa­n el precio de las mercancías para los consumidor­es, quienes son los grandes perdedores. La obstinació­n de Trump por reducir el déficit de su país mediante políticas comerciale­s y los escasos resultados esperables por esa vía aumentan las posibilida­des de un recrudecim­iento de las tensiones internacio­nales. En ese contexto, México debería resistir la tentación de acrecentar las represalia­s y, en su lugar, favorecer una mayor apertura, así como un acceso más amplio a los mercados externos.

Ex-subgoberna­dor del Banco de México y autor de

(FCE 2006)

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