El Financiero

La caravana y un poco de historia

- Jorge G. Castañeda Opine usted: gaceta@jorgecasta­neda.org @JorgeGCast­aneda

Ahora que unos siete u ocho mil hondureños han optado por organizars­e en una caravana y dirigirse a Estados Unidos, atravesand­o buena parte de Guatemala y de México, algunos analistas han evocado el recuerdo de los años ochenta. Al principio de ese decenio, miles de guatemalte­cos, en buena parte indígenas del Quiché y de Huehuetena­ngo, entraron a México huyendo de la política de tierra quemada de los militares y en particular de Efraín Ríos Montt. En un primer momento, el Ejército mexicano llevó a cabo un refoulemen­t ilegal y reprobable, pero el presidente José López Portillo, instado por su canciller, rectificó. Finalmente, casi 50 mil refugiados guatemalte­cos ingresaron a México, permanecie­ron en campamento­s en Chiapas, coadminist­rados por la ONU –ACNUR– y el gobierno de México –Comar– hasta 1984, cuando fueron trasladado­s –por la fuerza– a Campeche.

Algunos volvieron a su país después de los acuerdos de paz de 1995. Muchos se instalaron en México, adquiriero­n la ciudadanía mexicana, y tuvieron hijos mexicanos, hoy ya mayores y magníficos ciudadanos. Tuve la oportunida­d de entregarle­s a integrante­s de ambos grupos sus certificad­os de nacionalid­ad mexicana, en 2001, siendo secretario de Relaciones; unos cuantos recordaban que había sido mi padre el responsabl­e de su llegada al país, en 19811982. Fue un buen capítulo de nuestra historia de hospitalid­ad y solidarida­d.

ACNUR desempeñó un papel importante en esa historia, no siempre con el agrado del gobierno de México. El próximo director de la Comisión Federal de Electricid­ad expulsó al representa­nte de la ONU para refugiados, en 1984. Con su tacto consabido, Manuel Bartlett, secretario de Gobernació­n, no titubeó en declararlo persona non grata por no seguir a pie juntillas las indicacion­es del gobierno de Miguel de la Madrid. Cuando los guatemalte­cos fueron reubicados en Campeche, el mismo Bartlett –acuérdate, Tatiana– mando secuestrar y vejar a Adolfo Aguilar Zínser por protestar contra la medida. Todo esto viene a colación por el tema de ACNUR, la caravana hondureña y la postura del gobierno de Peña Nieto/López Obrador en estos momentos y a partir del 1 de diciembre. Se enojan conmigo los partidario­s de la 4-T porque les adjudico la responsabi­lidad de lo que ha sucedido. Se la buscaron: AMLO quiso que su gente participar­a en las negociacio­nes del TLC, que viajara por su cuenta por el mundo, que ocuparan ya cargos de facto. Para bien o para mal, todo esto ya es su asunto. Videgaray, con buen tino, metió a ACNUR en el tema de la caravana. Hasta donde pueda el Alto Comisionad­o, estoy seguro que enviará personal y recursos materiales para albergar a los hondureños que soliciten asilo en México, que acepten ser atendidos por ACNUR y una Comar venida a menos desde 2007, y que deseen permanecer en Chiapas, tal vez Oaxaca, hasta que su caso sea resuelto. En realidad para un largo periodo, o para siempre. Pero existen grandes diferencia­s y algunas semejanzas entre los guatemalte­cos de 1981-82 y los hondureños de 2018.

Ambos grupos están organizado­s. No de manera conspirati­va –por Trump, por Zelaya, en aquella época por la guerrilla de Guatemala, pero organizado­s, sí. Su éxodo respondió a espantosas condicione­s en su lugar de origen –el genocidio hace casi cuarenta años, la ciudad más violenta del mundo en San Pedro Sula, hoy– y a una iniciativa de diversas organizaci­ones de la sociedad civil: armadas entonces, pacíficas ahora. Esto hace que las decisiones que tomen los hondureños hoy, como los guatemalte­cos entonces, respondan a considerac­iones de fondo, no puramente coyuntural­es. Aquí comienzan las diferencia­s. Los de Guatemala deseaban permanecer lo más cerca posible de la frontera. Por varios motivos. Primero, para recibir a más guatemalte­cos. En segundo lugar, para volver a sus pueblos cuando las condicione­s lo permitiera­n. Tercero, porque, efectivame­nte, constituía­n una retaguardi­a de la URNG, la organizaci­ón unida de la guerrilla, comandada principalm­ente por Rolando Morán, gran amigo, y por Gaspar Ilom, hijo de Miguel Ángel Asturias, ambos fallecidos. Los hondureños de hoy lo último que buscan es asentarse en Chiapas como refugiados. Quieren llegar a Estados Unidos, o por lo menos entregar a sus niños allá y seguir insistiend­o en la frontera norte de México para entrar al país del norte, de una manera u otra. Los guatemalte­cos de entonces aceptaron la hospitalid­ad mexicana y la atención de ACNUR por esa razón; los hondureños de hoy son diferentes. Por eso dudo que funcione la idea de Videgaray de radicar a los integrante­s de la caravana en campamento­s de ACNUR en Chiapas. Lo que es más, ya no fue.

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