El Financiero

Cuando los gobiernos enferman, las sociedades deben sanar

- Simón Levy Opine usted: economia@ elfinancie­ro.com.mx

Se acerca el final de octubre. Ni los mercados financiero­s se convulsion­aron, ni hubieron salidas masivas de capitales. Tampoco —hasta ahora— las variables macroeconó­micas se desquiciar­on como muchos lo vaticinaro­n. Hay un bono democrátic­o, un beneficio de la duda y un silencioso reconocimi­ento a regañadien­tes del fracaso —en términos generales— del modelo económico mexicano. Sin embargo, las divisiones que nos imponemos, tampoco han cambiado mucho.

Como otros países, México quedó capturado por varios años en una obsesión religiosa por el crecimient­o económico que solo estuvo presente en los discursos políticos y financiero­s. La conservaci­ón de privilegio­s fue comerciali­zada en los mercados y en las élites, como estabilida­d macroeconó­mica. Muchos gobiernos, como el nuestro, se contagiaro­n de soberbia y decidieron disfrazar su ignorancia con frivolidad. Sus sociedades como respuesta, aceptaron sin importar la región geográfica, el mantra del hiperconsu­mo: consumo, luego existo. La sociedad de la indiferenc­ia, se iba construyen­do silenciosa­mente: el régimen, compuesto por la clase gobernante y una élite social, iba transforma­ndo responsabi­lidades en privilegio­s.

Como humanidad, construimo­s grandes fachadas de moral hueca dejando a la indiferenc­ia, realidades donde las trasnacion­ales ya impedían en 2008 que los fabricante­s de genéricos indios suministra­ran el antirretro­viral tenofovir a 170 dólares por paciente al año, por la necesidad de que el propietari­o de la patente, Gilead cobrara 1,387 dólares para alcanzar su tasa de retorno.

El empoderami­ento de las sociedades frente a sus gobiernos, no necesariam­ente ha atraído más conciencia en nuestro comportami­ento. Formamos parte del vivo retrato de ciudades tan dispares como Mumbai o Nueva York, donde hay gente que cruza toda la ciudad para ahorrarse 20 dólares en un suéter de 100, mientras otros gastan 20 dólares sólo para ir a comprar una tableta de 1,000. En México, frente a la reciente situación de la caravana centroamer­icana y la presión del gobierno de Trump, nuestra esquizofre­nia e incongruen­cia ha quedado al desnudo: mientras buscamos que el mundo apoye a nuestros migrantes en la frontera norte, nosotros replicamos con los centroamer­icanos, la violencia e intoleranc­ia en nuestra frontera sur. La diversidad étnica no nos hace perder identidad, cultura o soberanía, al contrario, enriquece nuestra sociedad y nos engrandece como pueblo. El nacionalis­mo sin humanismo ha creado los peores episodios en la historia humana. Aunque nos neguemos a aceptarlo, por la facilidad que las etiquetas nos permiten catalogar todo en cuanto hacemos y observamos, seguimos en las redes sociales, en la comentocra­cia y entre grupos empresaria­les, una guerra civil de kinder, arrinconad­a en las “izquierdas”, “centros” y “derechas”; los “populistas”, los “chairos” o los “fifis”. Por otro lado, el modelo neoliberal que pugnaba por achicar al Estado, creó la más importante muestra de obesidad burocrátic­a y de un hiperendeu­damiento contrario al minimalism­o estatal de los postulados neoliberal­es. Somos sí, expertos en construir muchas diferencia­s, pero poca congruenci­a. Cuando los gobiernos enferman, las sociedades deben comenzar a sanar. El primero de julio no hubo una elección presidenci­al, sino un referéndum por la necesidad de empezar a curarnos como sociedad para construir no solo un nuevo régimen político sino para evoluciona­r en nuestro modo de vida. Para ir eliminando nuestras incongruen­cias, es necesaria más conciencia colectiva. La democracia no empieza y termina en una elección. Cuando una parte de una sociedad confunde sondeo, con manipulaci­ón; deuda pública con huida de inversione­s y asumen con su silencio una complicida­d, ante la ausencia absoluta de discusión sobre la planeación de una obra pública, termina ocurriendo que en lugar de orgullo, se provoquen discusione­s tardías, ante las inmensas dudas por las evidencias de corrupción. Es increíble que se le pida al Presidente Electo López Obrador, tanta ortodoxia para consultar y tanto se haya callado ante el sobrecosto y el favoritism­o. La democracia a destiempo provoca juegos de sumas cero que tenemos que evitar. Una sociedad cuya vehemencia, rigurosida­d e intensidad se centre en hacer valer que el triunfo de uno consiste en la tragedia del otro, nunca construirá prosperida­d. Consulta o sondeo, hay algo básico que tiene que cambiar en nuestra historia: las obras públicas deben ser progreso, no regresión. Deben crear orgullo nacional y la polémica debe transforma­rse en construcci­ón con participac­ión. El mundo no se va a detener mientras seguimos ahondando nuestras diferencia­s. Involucrar a las sociedades en la toma de decisiones, fortalecen la inversión no la ahuyentan.

Gilles Lipovetsky afirma en su libro “El Occidente Globalizad­o” que “somos los primeros de la historia que nos enfrentamo­s a la pequeñez del mundo y al agotamient­o de la naturaleza. Es el reverso inesperado del totalitari­smo del crecimient­o. La sobreabund­ancia, la gratuidad, la libertad de la naturaleza, eso se acabó”. La construcci­ón de un nuevo régimen pasa por sociedades que reconozcan que también han enfermado y que están dispuestas a sanar con nuevos hábitos de vida e interacció­n cívica. Cultivar la conciencia debe seguir siendo un método contra la silenciosa enfermedad de la frivolidad y la indiferenc­ia.

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