Júbilo y aniquilación del adversario
Júbilo de los seguidores de López Obrador, que ven la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco como mano firme frente a los oscuros intereses de la derecha, de la oligarquía y de Peña Nieto. Sensación de que la cuarta transformación ya empezó y que AMLO sí cumple. Convicción de que el pueblo habló y el líder obedeció. Ayer se depreció el tipo de cambio que encarecerá las importaciones de gasolina y el servicio de la deuda (cientos de millones de pesos adicionales). También se materializó lo que será el dispendio de 120 mil millones de pesos por la cancelación del proyecto y dejar sin trabajo a 45 mil trabajadores en el sitio de construcción, más el impacto sobre la credibilidad de la marca país y sobre los planes de expansión del turismo.
Pero la consecuencia intangible más preocupante es el triunfo de la retórica del denuesto sobre la deliberación veraz de hechos comprobables y de análisis técnicos de ventajas y desventajas de cada alternativa. Prevalecieron los deseos de unos y la caricaturización de las posiciones del adversario. Una buena parte de quienes votaron por Santa Lucía lo hicieron sobre premisas falsas o sobre medias verdades. Que querían proteger un lago que ya no existe; que se cometería un ecocidio; que había una corrupción rampante; que las pistas del aeropuerto se inundaban; que las Afores estaban pagando el proyecto.
Pero la mayor gravedad es que se votó a favor de una alternativa que no lo es: acaso lo será cuando haya un proyecto ejecutivo con costos reales y dictamen técnico de su viabilidad. Ayer por la tarde la embajada de Francia se deslindó de haber avalado a la empresa que presuntamente acreditó a Santa Lucía.
No ganó Santa Lucía, sino la fuerza política de López Obrador para detener una obra que ha usado como fetiche de la corrupción del gobierno de Peña Nieto y de los privilegios de los grandes capitales privados, que habrían urdido una confabulación para hacer un proyecto a fin de enriquecerse.
Un ecologista radical lo pone en estos términos: “Lo que se consultaba ayer es quién manda en este país. El gran capital quiere seguir gobernando y amenaza con desatar el infierno. Lucha de clases abierta”. Muchos seguidores de López Obrador votaron por Santa Lucía porque representa una rebelión frente al “gran capital”, y se ufanan con mofa y revancha de que esta haya sido una derrota de la derecha (así de abstracto e ideológico, así de etéreo y retórico). Por eso los argumentos técnicos no importan. Por eso de nada sirve discutir los costos de cancelar Texcoco. Por eso a los oponentes no les importó los empleos perdidos o la falta de desarrollo de una zona pobre y deprimida como Texcoco: porque el aeropuerto se convirtió en el muro de Trump, un fetiche para enfrentar a los capitalistas usureros y decirles a los cuatro vientos “quién manda aquí”. Esta consulta deja un sabor de polarización y denuesto. Así las consultas no producen efectos cívicos y se convierten en luchas retóricas, imposiciones colectivas y escenarios de ridiculización del otro. ¿Qué más sigue? La queja de los organismos empresariales y de inversionistas extranjeros; un alud de juicios legales y un mayor costo financiero para fondear proyectos que requieran la participación del sector privado. No debe extrañar que López Obrador reaccione con encono ante la crítica y recurra a la burla para descalificar a sus adversarios. Y se inaugurará así, desde la Presidencia del República, una ruta de confrontación, denuesto, exclusión y burla entre las partes.
La primera consulta al pueblo puede convertirse en la plataforma para propiciar una falsa lucha de clases y la política de aniquilación del adversario.
“Una buena parte de quienes votaron por Santa Lucía lo hicieron sobre premisas falsas”
“La primera consulta puede convertirse en la plataforma para propiciar una falsa lucha de clases”