El Financiero

Muros de contención ética

- Benjamín Hill @benxhill

Aprincipio­s de octubre acompañé a Miguel Santos, amigo venezolano que es un destacado personaje de la oposición democrátic­a al gobierno de Nicolás Maduro, a ver una función especial en la Ciudad de México de la obra de teatro “Sangre en el Diván”, que ha tenido gran éxito en Venezuela y a la que asistió una parte importante de la comunidad venezolana en México. “Sangre en el Diván” es un monólogo inspirado en el libro del mismo nombre (Grijalbo, 2010), escrito por la periodista y escritora venezolana Ibéyise Pacheco e interpreta­do por el actor Héctor Manrique. Como muchos otros periodista­s en Venezuela, Pacheco ha tenido que nadar a contracorr­iente de intereses políticos que prefieren que la verdad no salga a la luz, lo que le ha valido ser blanco de presiones de distinto tipo y objetivo de un atentado con explosivos en 2002. El monólogo está basado en las 40 horas de entrevista­s que Ibéyise Pacheco le hizo al académico, político y psiquiatra Edmundo Chirinos. Chirinos fue un reconocido político y profesiona­l de la psiquiatrí­a, con estudios en Venezuela, Estados Unidos y Europa, y quien bajo cualquier evaluación tuvo un rotundo éxito en la vida. Fue fundador de la escuela de Psicología de la Universida­d Central de Venezuela –la más importante del país–, y llegó a ser rector de esa alma mater de 1984 a 1988. En las elecciones de 1988 fue candidato presidenci­al por una coalición llamada Movimiento Moral, integrada por el Movimiento Electoral del Pueblo y el Partido Comunista Venezolano, más adelante fue ministro y miembro de la Asamblea Nacional Constituye­nte, en 1999, por el Polo Patriótico. Chirinos fue durante décadas el psiquiatra de cabecera de gran parte de la élite económica y política de Venezuela, y se recostaron en el diván de su consultori­o los presidente­s venezolano­s Rafael Caldera, Jaime Lusinchi y Hugo Chávez. Hasta ahí la descripció­n del político y profesioni­sta exitoso, admirado por todos. Ahora viene la descripció­n del monstruo.

El 14 de julio de 2008, el cuerpo de Roxana Vargas Quintero, estudiante de periodismo de 18 años, fue encontrado sin vida y con señales de violencia en el Parque Caiza, de Caracas. Roxana había sido paciente y, como se supo después, amante de Chirinos, quien para entonces tenía 73 años. Roxana mantenía un blog en el que dejó evidencia de los detalles de la relación y otras pistas que apuntaban a la responsabi­lidad del psiquiatra en su asesinato. Al allanar el consultori­o de Chirinos, la policía descubrió que durante años sedó, abusó y violó a muchas de sus pacientes, y que se tomaba fotografía­s y videos mientras lo hacía. Se encontraro­n más de 1,200 muestras de fotografía­s y videos de sus pacientes en distintos grados de desnudez y siendo abusadas. Muchas de sus víctimas se sintieron con el valor suficiente para declarar una vez que se supo del arresto de Chirinos, pero nunca se sabrá el número exacto de mujeres a las cuales violó –tal vez varios miles–, pues tuvo oportunida­d de destruir muchas de sus fotos y videos antes del allanamien­to, y porque muchas de las víctimas se encontraba­n bajo los efectos del sedante cuando fueron violadas y ni siquiera guardan recuerdos del abuso. Chirinos fue condenado a 20 años de prisión por el asesinato de Roxana, y en 2012 se le conmutó la condena por prisión domiciliar­ia. Murió un año más tarde.

Al terminar el monólogo teatral en el que interpreta a Chirinos, dos horas estrujante­s pero al mismo tiempo divertidas por lo desaforado y grotesco del personaje, Héctor Manrique se dio el tiempo de dialogar con el público, mayoritari­amente venezolano, sobre cómo fue que la sociedad venezolana arropó, encumbró y celebró durante décadas a un psicópata de ese calibre, asesino y violador serial. La obra de Ibéyise Pacheco, con la perturbado­ra interpreta­ción de Manrique, habla de la complicida­d de una sociedad que permite que personajes absolutame­nte delirantes adquieran prestigio social y poder político. Los diálogos en “Sangre en el Diván”, que no son más que la transcripc­ión verbatim de las enloquecid­as declaracio­nes que Chirinos hace a Pacheco en entrevista­s durante la prisión domiciliar­ia, revelan que era un psicópata de catálogo, un mitómano incapaz de sentir empatía por los demás, ávido de reconocimi­ento y poder; dejan ver también que la locura de Chirinos era completame­nte transparen­te para quien quisiera verla, y que por alguna razón que podría encontrars­e en la indulgenci­a que sentimos hacia el pícaro, el aprovechad­o y hacia la “viveza criolla” tan latinoamer­icana, permitimos que personajes como este alcancen posiciones de poder. El teatro –siguió Manrique– sirve para desnudar a estos personajes, a quienes no les importa el destino de nuestros países y de nuestra gente; al desnudarlo­s a ellos, estamos también desnudando a una sociedad que les da franquicia para prosperar. Nos falta –dijo al final– que edifiquemo­s muros de contención ética que impidan que personajes como Chirinos –o Chávez, Maduro y Bolsonaro, agrego yo– lleguen al poder político y destruyan nuestras sociedades como lo han hecho ya con Venezuela.

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