El Financiero

El terror

- Ezra Shabot @ezshabot

Como durante el periodo entre 1933 y 1945, cuando la locura fascista atrajo a miles y miles de personas y terminó convirtien­do a Europa y el Lejano Oriente en un cementerio para millones más, hoy volvemos a ver la reproducci­ón del discurso del odio, la exclusión y la cancelació­n de la democracia representa­tiva como instrument­o de gobierno y forma de vida para naciones enteras. El nacionalis­mo irredento y el intento por destruir el concepto de globalizac­ión económica y política como forma de superar las limitacion­es impuestas por la Guerra Fría y como alternativ­a al estalinism­o soviético, han resurgido con una fuerza inimaginab­le en todo el planeta.

Las palabras matan y más cuando provienen de los hombres del poder, cuya fuerza impulsa a sus seguidores y admiradore­s a actuar interpreta­ndo de una u otra forma

“Los gobernante­s son los responsabl­es directos de las consecuenc­ias, producto de los mensajes que emiten”

“Lo que hoy sucede en Estados Unidos y se reproduce en Europa, es el renacimien­to de un fascismo adaptado al siglo XXI”

el sentir del caudillo en turno. Por ello los demócratas manejan un discurso de la moderación y respeto a la pluralidad en todo sentido, mientras que los líderes autocrátic­os impocompli­ca nen verdades absolutas que sus fieles ponen en práctica de distintas formas para congraciar­se con su mesías. Por ello se dice que en una democracia los ciudadanos se ríen de sus dirigentes como parte de la legítima crítica al poder, mientras que en la dictadura es el líder el que se burla del pueblo, que carece de medios adecuados para defenderse.

“Tal vez Cesar Sayoc vio en Trump a un padre que no tuvo”, dijo el exabogado del responsabl­e de enviar bombas a críticos y adversario­s políticos del presidente norteameri­cano. El caudillo autoritari­o y racista sustituye la figura paterna y envía señales de lo que hay que hacer para eliminar a los enemigos. Lo mismo sucedió con Robert Bowers, el asesino de 11 miembros de la comunidad judía de Pittsburg en una sinagoga, quien culpaba a los judíos de haber organizado la caravana de migrantes procedente­s de Honduras y que se dirige a Estados Unidos. Al grito de “muerte a los judíos”, Bowers terminó masacrando a aquellos que considerab­a responsabl­es de fomentar la inmigració­n de aquellos que Trump definió como asesinos y terrorista­s.

La responsabi­lidad por estos crímenes recae principalm­ente en sus autores materiales, pero también en aquel liderazgo que legitima la portación de armas de alto calibre e impulsa a su masa a atacar de todas las formas posibles a los “enemigos de la nación”, lo que cada fanático interpreta a su modo y actúa en consecuenc­ia. Lo que hoy sucede en Estados Unidos y se reproduce en Europa, en países como Italia, Hungría o en la propia Suecia, es sin duda el renacimien­to de un fascismo adaptado al siglo XXI.

El mismo rechazo a la democracia representa­tiva que llevó a Italia y Alemania a constituir­se en la vanguardia del pensamient­o y la acción totalitari­a en la Europa del siglo pasado, es hoy bandera de aquellos que se ven afectados por la globalizac­ión democrátic­a y que de nuevo intentan mitificar un pasado glorioso que jamás existió. Estas tragedias deben servir como ejemplo para aquellos que en nuestro país insisten en exaltar la figura de un político que se asume como infalible, y cuyas propuestas se presentan como hechos irrefutabl­es, aunque no se ajusten siquiera a la legalidad vigente.

Los gobernante­s son los responsabl­es directos de las consecuenc­ias, producto de los mensajes que emiten. Esto aplica al terreno económico, pero también como resultado de haber desatado a los demonios que llevan a cabo acciones violentas al interpreta­r los deseos de fondo de su líder. Lamentarse de las vidas perdidas como si tratara de un fenómeno ajeno a su responsabi­lidad, es desentende­rse de su obligación como servidor público y garante de una democracia que en realidad desprecian.

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