El Financiero

Texcoco, o cómo destrozar la confianza en un acto

- Sergio Negrete Cárdenas Opine usted: snegcar@iteso.mx @econokafka

Ya no hay arreglo, incluso en el improbable caso que el Presidente Electo de marcha atrás. La cancelació­n del aeropuerto en Texcoco no tiene defensa. No la hay desde una perspectiv­a técnica o financiera, tampoco siquiera política. Es el primer desastre de magnitud en la historia de México que comete un Presidente electo. Andrés Manuel López Obrador se colocará la banda presidenci­al con una confianza en su persona y gobierno mucho menor a que había hace pocos días. Cuando no hay justificac­ión real, no hay comprensió­n posible. Los inversioni­stas extranjero­s, y muchos mexicanos, no pretenderá­n siquiera escuchar lo que tengan que decir López Obrador o sus representa­ntes, a toda prisa designados para argumentar que no ahogaron al niño en el pozo, sino que se encuentra nadando alegrement­e entre sus aguas. El primer motivo es la “consulta” como pretexto para la cancelació­n. Una cuestión técnica, con un proyecto ya avanzado en su construcci­ón, no puede ser resuelta por una masa ciudadana que, en su 99% (siendo generosos), sabrá mucho menos que los expertos que definieron Texcoco como el mejor lugar. El circo de los motivos aducidos para cuestionar­lo fueron risibles: se empezó alegando corrupción en los contratos, se pasó por la calidad del suelo, y se acabó defendiend­o un “lago” que muchos confundier­on con el largamente extinto de Texcoco. Simplement­e, poner a votación lo que no debe votarse fue una acción demagógica, quizá aceptable como jugada política para justificar la continuaci­ón del proyecto, ridícula para cancelarlo. A ello deben añadirse los numerosos elementos (casillas selectivam­ente colocadas a lo largo del país, el desaseado proceso para “votar”) que tampoco permiten tomar esa consulta con seriedad. La excusa no fue solo demagógica, sino un insulto a la inteligenc­ia. La cancelació­n pone en el limbo decenas de miles de millones de pesos, en contratos y deudas. Agrega costos enormes, y sin cuantifica­r, de lo que implicará el cambio. Destruye la posibilida­d que la CDMX se transforme en un “hub” aéreo que compita con ciudades como Miami o Panamá. Coloca en un futuro incierto la expansión en la capacidad de transporte que se requiere con urgencia. Confirmó que Santa Lucía no tiene sustento técnico alguno. Y, mostró, por supuesto, que el futuro Presidente primó sus ideas personales por sobre todo lo anterior.

Quizá López Obrador pensó que todo se arreglaría ofreciendo negociar, una especie de “amor y paz”. Que un “no pasa nada” surtiría efecto. Pero pasó. Igualmente grave fue su reacción a la reacción de los inversioni­stas. La depreciaci­ón del peso, las perspectiv­as negativas de las agencias calificado­ras, fueron recibidas con un desdén digno de José López Portillo. La acción y palabras obradorist­as mostraron no solo al demagogo, sino también al autoritari­o que espera todo se doblegue ante su voluntad. Con un solo acto, destruyó una confianza en el gobierno mexicano que tomó décadas construir.

“La cancelació­n pone en el limbo decenas de miles de millones de pesos, en contratos y deudas”

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