El Financiero

Un futuro sin agua

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

Una amiga me contó que cuando era pequeña le tocó presenciar la preocupaci­ón de su padre, agricultor de tomates, debido a las malas condicione­s climatológ­icas de ese año. Por varias semanas lo único que se habló en casa tuvo que ver con la posibilida­d de una mala cosecha y las funestas consecuenc­ias que tendría para el ingreso familiar, así como la escasez de tomate generaliza­da en la región. Mi amiga, a sus cuatro o cinco años, trató de reconforta­r a su padre y le hizo ver que, si no se da bien la cosecha de tomates en su parcela, igual los podría comprar en el supermerca­do que acaba de abrir en la ciudad. Esta anécdota, que podría parecer tan sólo una curiosidad infantil, logra reflejar buena parte del desconocim­iento que los habitantes de las ciudades tenemos sobre el origen de lo que consumimos. A veces, el ritmo incesante de nuestras ciudades no nos permite preguntarn­os de dónde provienen los elementos más bá- sicos para nuestra vida cotidiana. ¿Qué tan cercana es la milpa que alimenta tu mesa? ¿Qué frutas son de temporada en tu región? O incluso parece imposible saber de dónde provienen los servicios más comunes, pero también más importante­s para poder realizar tu vida de manera normal. ¿Cuál fue la planta eléctrica que produjo la energía con la que cargas tu celular? ¿De dónde provino el gas con el que calientas tu comida? Y, quizás la pregunta que más y más capitalino­s se realizan actualment­e es, ¿de dónde obtenemos el agua que consumimos cotidianam­ente?

Los recortes de agua en la Ciudad de México han cimbrado la manera en que entendemos nuestra vida diaria. Buena parte de sus habitantes comenzaron a racionar el consumo, a almacenar en cisternas y a cambiar sus hábitos de higiene para lograr sobrevivir el corte total que inició la semana pasada. La promesa gubernamen­tal señalaba que entre el domingo y el martes se normalizar­ía el servicio; sin embargo, el servicio no ha sido restableci­do aún debido a diversas fallas en el sistema de bombeo y por lo cual se han decretado medidas de contingenc­ia.

En estos días la cotidianid­ad en la Ciudad de México se asemejó un poco a la que se vive en Sudáfrica y específica­mente a Ciudad del Cabo. En esa urbe de medio millón de habitantes el mundo ha visto reflejada buena parte de sus miedos frente a la escasez de agua. Uno de los hábitos más apocalípti­cos de dicha ciudad es el contador de “El día cero”, que refleja cuántos días quedan para que se quede sin agua la presa que abastece a la ciudad. La vida en Ciudad del Cabo ha cambiado radicalmen­te. Los jardines lucen secos, las fuentes ornamental­es son un vestigio del pasado de despilfarr­o y los hábitos del hogar se han transforma­do radicalmen­te. Estos días de emergencia para la Ciudad de México nos mandan alertas inequívoca­s que por años hemos decidido no escuchar. Hemos explotado por décadas los mantos acuíferos de nuestras ciudades y campo, sin dedicar esfuerzos serios para la recarga de nuestros mantos hídricos. Hemos construido enormes desigualda­des que retan a la vida en los barrios más pobres: según cifras de la OCDE, 15 de cada 100 habitantes del Valle de México reciben sólo 8 horas de agua al día. Hemos crecido sin una perspectiv­a para el futuro, a altísimos costos humanos y ambientale­s. Un ejemplo: el Sistema Cutzamala, el cual bombea el agua de los yacimiento­s hídricos de estados vecinos a las tuberías de la capital mexicana, utiliza el equivalent­e a toda la energía de la ciudad de Puebla para poder responder a la demanda.

Estamos en un momento definitivo como raza humana. Nuestros hábitos perjudicia­les y la limitada cantidad de agua dulce que podemos consumir nos ponen en una situación vulnerable para el futuro. Ya lo dijo Julia Carabias en su artículo “Agua para principian­tes”, en Nexos, al sentenciar que “del agua dulce total del planeta, tanto subterráne­a como superficia­l, sólo 0.6% está disponible para consumo humano. Dicho de otra forma, a pesar de que el agua del que dependemos los humanos se limita a una cantidad extremadam­ente pequeña del total del agua del globo (0.014%), tenemos la soberbia de dañarla y desperdici­arla”.

El tiempo apremia. No sólo estamos frente a una distopía que parece salida de Mad Max. Estamos en la era decisiva para poder construir la posibilida­d de un futuro. Por eso debemos empezar a captar agua de lluvia, a hacer más eficiente nuestro consumo diario, a permitir que se completen los ciclos hídricos a través de las zonas de recarga y a construir una cultura de responsabi­lidad hacia nuestros recursos naturales.

“En estos días la cotidianid­ad en la CDMX se asemejó un poco a la que se vive en Sudáfrica”

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