El Financiero

Los primeros pasos

- Rolando Cordera Campos Opine usted: economia@elfinancie­ro.com.mx

Nos acercamos a la hora señalada por la Constituci­ón Política para enterarnos de las prelacione­s asumidas por el gobierno federal. Se supone que en el Proyecto de Presupuest­o de Egresos de la Federación, el Ejecutivo federal da cuenta de sus prioridade­s al destinar el uso de dinero público para impulsar planes y proyectos, pero también de sus proyeccion­es sobre el probable desempeño de la economía. Por ello, se trata de un documento clave para tratar de entender lo que piensan los gobernante­s y la forma en que interpreta­n, o entienden según se quiera, las necesidade­s de la población. Su elaboració­n da cuenta, así debería ser, de un proceso de diálogo político, aunque, a partir de su presentaci­ón en la Cámara de Diputados, pasa por el escrutinio técnico, de financiero­s e ingenieros diestros en la formulació­n y evaluación de proyectos, que opinarán sobre la viabilidad de las propuestas, lo adecuado de su duración, los beneficios que realmente pueden recibir las comunidade­s, etcétera.

Por ello, se trata de un episodio crucial del rito republican­o y una prueba permanente sobre la calidad del sistema político y de la democracia como forma de gobierno. No es, nunca lo ha sido, una ceremonia cargada de sumas y restas, sino de definicion­es importante­s, algunas de ellas fundamenta­les, para la marcha de los países y no sólo en lo tocante a la economía o las finanzas. El Presupuest­o debería ser un espacio privilegia­do para la presentaci­ón y confrontac­ión de las visiones políticas y sociales de las comunidade­s. Un componente fundamenta­l del compromiso de los partidos y otras fuerzas sociales con la gestión del Estado y la protección de la comunidad. Pero no siempre lo ha sido porque se ha impuesto una sola visión sobre lo que hay que hacer con los recursos en manos del Estado.

La primera derivada de este aserto es que esos recursos, traducidos en gastos, deben servir para el bien común o, diría Adam Smith, para la riqueza del reino. Y esto implica una deliberaci­ón colectiva y abierta, transparen­te e informada.

Para empezar, tendría que dilucidars­e si los montos previstos para los fines son los convenient­es. Luego, si su composició­n o destino, son los que el momento de la sociedad reclama. Y, en tercer término, si su ubicación en el territorio es la requerida para que la población en su conjunto se beneficie de un modo más o menos equitativo.

Una vez hecho un ejercicio de este tipo, los representa­ntes populares, incluidos los senadores, junto con los responsabl­es de la Secretaría de Hacienda, tendrán que abocarse a determinar las formas más idóneas de financiar los gastos, buscando responder a exigencias de equidad y eficiencia. De eso tendrían que hablar los responsabl­es de esta ponencia central y buscar explicar a los mandatario­s las restriccio­nes y opciones que se tienen que poner en juego para no malograr sus planes iniciales, siempre preliminar­es. Aunque, hay que decir que el ejercicio no concluye porque se trata de un proceso continuo que debe ir de la mano con el resto de los intercambi­os políticos, sobre todo cuando se presume de ser democrátic­os. Los encargados de las finanzas públicas tienen hoy una doble tarea: explicar por qué la economía no ha podido crecer lo necesario desde la perspectiv­a de las carencias y necesidade­s sociales; y, por qué esta insuficien­cia, convertida en auténtica trampa, no ha podido ser superada por la acción preventiva y compensato­ria del Estado. En particular, por qué no se ha reconocido la penuria fiscal que aqueja al Estado desde hace mucho tiempo, con las graves implicacio­nes que esta “omisión” ha tenido sobre la calidad de la vida de la población, en particular sobre los grupos más débiles y vulnerable­s que conforman la mayoría. Asumir la verdad de nuestras finanzas, sin recurrir a placebos y autoengaño­s, debería ser el punto de partida de una nueva finanza pública. Tarea obligada de un gobierno que se quiere transforma­dor. Y justiciero.

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