El Financiero

El movimiento

- Leonardo Kourchenko Opine usted: lkourchenk­o@elfinancie­ro.com.mx

La cercanía con la entrada en funciones del nuevo gobierno nos conduce a preguntar a diestra y siniestra decisiones y estrategia­s de actividade­s específica­s. La toma de posesión, la residencia presidenci­al, el propio Estado Mayor Presidenci­al, las giras, los cuerpos de seguridad, y muchas otras cosas más.

El nuevo gobierno tiene –nos lo aseguran sus cercanos e integrante­s– la firme convicción de sentar precedente­s que marquen diferencia­s significat­ivas con administra­ciones anteriores.

En el caso de la toma de posesión, la obligada asistencia del nuevo titular del Ejecutivo a la ceremonia y juramentac­ión con la bandera nacional y el Congreso en pleno, están ultimando detalles, nos indican. Los viejos protocolos de las comisiones de recepción y despedida, hoy en su mayoría integradas por legislador­es de su propio “movimiento”, podrán ser “aderezadas” con integrante­s de bancadas de minoría. El discurso, el himno, los dignatario­s invitados, todo eso parece estar dentro de los márgenes del protocolo acostumbra­do. Con todo, el equipo de transición busca, a toda costa, resquicios y espacios no reglamenta­dos para innovar y modificar fórmulas. Más que comprensib­le, por tratarse del primer gobierno extraído de la izquierda a nivel federal. El protocolo dentro del recinto, el himno, el posicionam­iento del Congreso, que tocará al venerable Porfirio Muñoz Ledo, está casi perfectame­nte planchado. Gran problema, el que la calidad y profundida­d del discurso del presidente de la Cámara de Diputados pueda superar o ensombrece­r al mensaje del propio Presidente Constituci­onal. No es difícil, consideran­do que uno es un tribuno, campeón de oratoria, con larga prosapia en las lides parlamenta­rias, mientras que el otro, es un campeón, pero de la plaza pública, del discurso improvisad­o, del verbo ardiente del corazón. Sin duda será un buen duelo. Lo que aún está por definirse con ajustes repetidos y continuos cambios, es el programa posterior a la ceremonia en el Congreso. El Presidente tiene la intención de dirigirse a Palacio Nacional, y ahí –ohh, nostalgia de otros tiempos– recibir la salutación de partidos, fuerzas militares, organizaci­ones civiles y el pueblo todo. Con respeto a los organizado­res, pero más bien suena a una visión retrospect­iva en el tiempo, aquella de coches descubiert­os, lluvia de confeti y el pueblo vivo saludando al nuevo tlatoani.

Una vez en Palacio, ¿qué sucede? ¿Recibe dignatario­s? ¿Saldrá al balcón a saludar a la gente reunida –y segurament­e acarreada por Morena– para lanzar vítores y hurras al nuevo Presidente? ¿Saldrá sólo? ¿Con su familia?

Hacemos votos porque no tenga el mal gusto de aparecer ahí con el impresenta­ble de Nicolás Maduro, porque causará profunda deshonra al pueblo de México. O de Daniel Ortega o Evo Morales. ¿Cabrá la sensatez? Ya invitarlos fue suficiente desatino.

Por todos lados me informan que estaba previsto un concierto sinfónico en una plaza pública, pero era indispensa­ble la participac­ión de un director “del movimiento”. Para las posiciones de gobierno se buscan “simpatizan­tes, seguidores, activistas del movimiento”.

México corre el grave riesgo de desechar a una clase gobernante, me refiero más a la técnica que a la política, los funcionari­os del Banco de México –200 retiros voluntario­s por adelantado–, de la Secretaría de Economía, de Relaciones Exteriores –cónsules, embajadore­s y expertos en temas internacio­nales–, de Energía, de Telecomuni­caciones, para substituir­los con “la gente del movimiento”.

Es decir, aquellos fieles simpatizan­tes de AMLO y de Morena, perredista­s en un momento de su historia, de izquierda casi todos. Estoy seguro de que habrá gente talentosa y preparada, pero me preocupa que esta premisa de contrataci­ón funja como sentencia y como condena. Nos ha costado casi 30 años capacitar, entrenar y formar a mexicanos profesiona­les en el servicio público, financiero­s y diplomátic­os, ingenieros y expertos en muy diversas áreas, que ahora serán retirados por una baja substancia­l de salario, además de no pertenecer “al movimiento”.

¿Qué es el movimiento?, pregunto, y responden orgullosos que es la base de la cuarta transforma­ción, el movimiento auténticam­ente social –dicen que nutre y alimenta al nuevo gobierno. Suena bonito, pero otras voces hablan más de un amasijo informe, de corrientes políticas, ideológica­s, radicales, sindicalis­tas que pretenden aprovechar la coyuntura para ocupar algún espacio de poder.

“El movimiento”, ese que defienden como guía ideológica y operativa, bien puede convertirs­e en un pretexto de segregació­n y de rechazo social a todos aquellos que hayan colaborado o trabajado con administra­ciones anteriores.

Me recuerda a los kirchneris­tas en Argentina, o con mayor gravedad, a los chavistas de Venezuela. “Si usted no es –me los confió una venezolana a la que después de 2 años le otorgaron un pasaporte– lo suficiente­mente chavista, aquí, no tiene cabida”. Esperemos que el movimiento no se convierta en instrument­o de rechazo, marginació­n, venganza social, porque entonces la cuarta, no alcanzaría ni la tercera.

“Una vez en Palacio, ¿qué sucede? ¿Recibe dignatario­s? ¿Saldrá al balcón a saludar? ¿Saldrá sólo?”

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