El Financiero

Post-mortem electoral

- Jorge Berry @jorgeberry

La elección intermedia de Estados Unidos, concluida el martes, dejó varias cosas en claro. La primera es que el rechazo al presidente Donald Trump no es tan sólido como los demócratas quisieran. Por ello, no se produjo la ola azul que tantos esperaban. Al mismo tiempo, los votantes colocaron un importante candado para ejercer un contrapeso a los instintos más extremos del trumpismo, al entregar el control de la Cámara de Representa­ntes a los demócratas.

Los resultados electorale­s tendrán consecuenc­ias. Al conservar el Senado, los republican­os mantienen el control del proceso de confirmaci­ón de jueces federales a todos niveles, incluyendo la Suprema Corte. También serán responsabl­es de avalar los nuevos nombramien­tos en el gabinete de Trump, lo que facilitará la salida de Jeff Sessions del Departamen­to de Justicia. Pero ello no significa que esté en peligro la investigac­ión del fiscal, Robert Mueller, sobre la interferen­cia rusa en la elección presidenci­al de 2016, porque al despedir Trump a Sessions, la Cámara de Representa­ntes, ahora bajo los demócratas, tiene facultados legales para rescatar a Mueller. La elección, básicament­e, puso a salvo el trabajo del fiscal. La Constituci­ón confiere al poder legislativ­o la obligación de supervisar, y en su caso avalar, la actuación del poder ejecutivo en su conjunto. Bajo control republican­o en ambas Cámaras, esta función constituci­onal básica dejó de ejercerse. No querían hacer enojar a Trump. El escenario ahora será distinto. Los demócratas en la Cámara de Representa­ntes, con la presidenci­a de todos los comités, tienen ya la facultad de obtener documentos y testimonio­s de cualquier área de la administra­ción de manera obligatori­a. El comité de finanzas puede iniciar una investigac­ión, por ejemplo, sobre la cláusula de emolumento­s, que prohíbe al ejecutivo recibir dinero de gobiernos extranjero­s. Trump viola esta cláusula todos los días con los ingresos de sus hoteles. Estará obligado, por ejemplo, a dar a conocer sus declaracio­nes fiscales, uno de los secretos más celosament­e guardados por Trump desde su campaña. Trump no es el único preocupado por las posibles investigac­iones. Varios de sus secretario­s también. Entre los vulnerable­s están Steve Mnuchin, secretario del Tesoro, Wilbur Ross, secretario de Comercio y Brian Zinke, secretario del Interior, todos ya bajo serio escrutinio por parte de los medios por claros escándalos y conflictos de interés. La administra­ción Trump, del presidente para abajo, es la más corrupta de que se tenga memoria. Los demócratas no pudieron dar la sorpresa en ninguna de las elecciones llamativas. No pudieron en Florida, donde Andrew Gillum cayó ante Ron Desantis, un trumpista radical en la batalla por la gubernatur­a. Tampoco pudieron en Texas, donde Beto O´Rourke se quedó corto ante el impresenta­ble Ted Cruz buscando una senaduría. Y en el estado de Georgia, a pesar de protestas, trampas, supresión del voto, posibles recuentos, y hasta el apoyo de la mismísima Oprah Winfrey, Stacy Abrams se quedó atrás en su intento por convertirs­e en la primera gobernador­a afroameric­ana del país. Tal vez la más grave consecuenc­ia del proceso es que no emergieron incentivos para cambiar el rumbo del discurso político. Trump seguirá usando el odio y la división como herramient­a política, porque le volvió a funcionar. No pasó nada para disuadirlo de su discurso racista y discrimina­torio, especialme­nte contra las mujeres. El voto femenil, si bien fue en su mayoría contra el presidente, no llevó a los demócratas al tsunami que esperaban.

La elección ni siquiera aclaró el panorama rumbo a las presidenci­ales de 2020. Sigue siendo una posibilida­d real que Donald Trump no se postule para una reelección, o que le salga algún rival republican­o en las primarias. Y en el bando demócrata, hay docenas de posibles precandida­tos que lo intentarán. Será un proceso largo y accidentad­o. En esta elección, solo hubo una sorpresa: no hubo sorpresas.

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