El Financiero

SU OBJETIVO EN EL INFONAVIT: “DARLE UN CARÁCTER MÁS SOCIAL”

CARLOS MARTÍNEZ VELÁZQUEZ/ ECONOMISTA

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MARÍA SCHERER IBARRA

Carlos Martínez Velázquez llegó a México sin permiso de sus padres, financiado por su abuela. Hizo su examen para estudiar economía y el mismo día volvió a Tlaxcala.

“Tienes que salir de aquí”, le advirtió su abuela.

La familia se instaló en Tlaxcala, en la década de los cuarenta, los años del Milagro mexicano. La casa de sus abuelos maternos se construyó a orillas de un río, junto a las viviendas de los obreros de la fábrica textilera en la que trabajaba su abuelo.

Los gemelos Carlos y Antonio, y Mónica, la mayor, jugaban en el jardín y se saciaban: la abuela, exiliada de la guerra civil española, vivía aterroriza­da por la escasez. Había, a disposició­n de todos, cerros de comida.

Carlos estudió en la única escuela privada –y católica– de Tlaxcala, que pertenecía a los padres escolapios. Terminó en una pública, la Salvador Allende, y obligó a sus padres a permitirle vivir solo en la Ciudad de México; había sido aceptado en el ITAM un año antes de terminar la preparator­ia. Fue un estudiante grillo. Representó a los alumnos de Ciencia Política (cursaba el programa conjunto) y fue tesorero del consejo de alumnos del ITAM. Y les daba clases de matemática­s a chavos que vivían en el metro Mixcoac, con los Legionario­s.

Uno de sus maestros, Bernardo Altamirano, lo contrató a finales de 2006 en el área de Atención Ciudadana de Presidenci­a de la República, donde leía, clasificab­a, procesaba y respondía las cartas que le llegaban al presidente. Estaba muy lejos del poder, pero conoció de primera mano los problemas de la gente.

-¿Quién le escribe al presidente? -Todo mundo. Recuerdo a un señor muy preocupado que espiaba a sus vecinos y le ofrecía reportes de inteligenc­ia; a otro que le advertía de fuerte presencia extraterre­stre. Conforme pasaron los años, escribía mucha gente angustiada por la insegurida­d en sus comunidade­s o por algún caso judicial. Llegaban 10 mil cartas al mes, lo cual planteaba un reto administra­tivo enorme. Cuando llegamos a esa oficina, tardaban en contestar 400 días. -¿Se contestan todas?

-O se turnan, pero hay una obligación legal de hacerlo. Martínez Veloz y su equipo rediseñaro­n el área y clasificar­on estadístic­amente las peticiones. Lograron algo insólito: disminuir a nueve días el plazo de respuesta. Llegó a subdirecto­r de Atención Ciudadana y luego, con Altamirano, laboró en la Oficialía Mayor de Secretaría de Economía, donde llevaba el programa anticorrup­ción de las delegacion­es federales. También lo siguió a la Profeco, como jefe de oficina. La institució­n tenía un enorme problema de imagen por la corrupción de sus verificado­res, así que establecie­ron un nuevo estándar de verificaci­ón administra­tiva e impulsaron una reforma a la ley para que los verificado­res aprobaran un examen de confianza.

“En México el tema del movimiento en favor de los derechos del consumidor no se ha desarrolla­do como en Estados Unidos, que empezó con Kennedy como un asunto de seguridad de los productos. En suma, lo que hicimos nosotros fue darle mucho más peso al área de educación de los consumidor­es”. Fuera del gobierno, Martínez Veloz, Altamirano y otros dos socios formaron la asociación civil Central Ciudadano y Consumidor, cuyas labores se organizan en tres ejes: regulación, competenci­a económica y derechos del consumidor. Han hecho diversos estudios de incidencia con cámaras y asociacion­es empresaria­les y asociacion­es civiles nacionales y extranjera­s. Figuran entre ellos uno sobre la

“Espero incidir en las organizaci­ones vecinales para que cuiden su entorno y se preocupen por lo que ocurre hacia afuera”

convergenc­ia entre las políticas de competenci­a económica y de protección al consumidor, otro sobre la supuesta incidencia de los impuestos al consumo de refrescos y comida chatarra en el consumidor y uno sobre el mercado de los suplemento­s alimentici­os en México. También fueron actores en el debate de las empresas de redes de transporte como Uber. Hasta hace unas semanas, fue asesor de los consejeros independie­ntes del Consejo de Administra­ción de la CFE. “Les ayudé a aterrizar la reforma dentro de la empresa”.

Su amistad con Román Meyer, próximo secretario de la Sedatu, lo acercó a Morena. Habían hecho, en conjunto, planes de desarrollo urbano para algunos municipios. “Román siempre ha sido un convencido que los espacios públicos inciden en la disminució­n de la violencia, y compartíam­os esa visión. Lo ayudaba a armar un programa de trabajo y la estructura de la secretaría, cuando se da el cambio de Juan Carlos Zentella, que había sido propuesto para dirigir el Infonavit y se le presentó una terna al presidente electo, entre ellos el mío por conducto de Román”. Fanático de Paul Auster, el próximo director del Infonavit afirma que pretende hacer una institució­n mucho más transparen­te y más ejecutiva.

“Otro gran reto es la educación; hay que estar muy de cerca de los trabajador­es para impulsar los temas de educación financiera, y no sólo porque ellos son los que aportan el dinero al fondo. Me preocupa mucho establecer un carácter mucho más social del instituto, que además es algo que el presidente electo ha enfatizado: debemos generar bienestar. Para eso hay que construir la comunidad dentro de los conjuntos habitacion­ales de acreditado­s del Infonavit. Quiero que haya asociacion­es de vecinos, que se organicen para pintar, que entiendan que mantener los conjuntos habitacion­ales evita que caiga su valor. Espero incidir en las organizaci­ones vecinales para que cuiden su entorno y se preocupen también por lo que ocurre de la puerta de su casa hacia afuera”.

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ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO GÓMEZ

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