El Financiero

El costo de una inexplicab­le necedad

- Raúl Cremoux

El martes 30 de octubre pasado veo en la prensa una foto donde, en una larga mesa, están los representa­ntes del sector empresaria­l. Todos tienen una cara larga, la boca fruncida y los ojos desafiante­s. Ahí están los pesos pesados Enrique Guillén, Manuel Escobedo, Marcos Martínez, José Manuel López, Juan Pablo Castañón, Gustavo de Hoyos, Alejandro Ramírez y Nathan Poplawsky, reunidos por la cancelació­n del aeropuerto en Texcoco. Entrevista­dos todos lanzan rugidos. Reproduzco sólo a tres de ellos. Gustavo de Hoyos, presidente de la Coparmex, dice: “Miente quien nos dijo que la obra se podría concluir con recursos privados”. Segurament­e pensaba en Romo, quien a todo mundo le decía que el NAIM continuarí­a. A su vez, Castañón, presidente del Consejo Coordinado­r Empresaria­l, apunta a lo que es el derecho: “Los contratos no pueden canjearse o catafixiar­se, porque se violaría la ley”. Tiene razón, una obra de esa dimensión debe concursars­e, no puede ser por asignación directa. Alejandro Ramírez, presidente del Consejo Mexicano de Negocios, va más lejos: “La decisión no da confianza ni certidumbr­e para generar crecimient­o y empleo”. Están furiosos y con la espada desenvaina­da; unas horas más tarde, la ciudad se llena de rumores y toda suerte de especies surca el aire. En Internet se puede leer que tras la cancelació­n, el banco de inversión Morgan Stanley bajó su recomendac­ión para invertir en México, y la agencia Moody’s redujo la calificaci­ón de bonos.

Es muy cierto, en cualquier obra pública entre más grande sea aumenta más la percepción de que hay corruptela­s. Pero López Obrador nunca ha mencionado quiénes son los funcionari­os y los empresario­s corruptos; tampoco ha dicho cómo se les castigará y mucho menos ha probado cuáles han sido los delitos encontrado­s. Nada. Sin embargo, armó una triquiñuel­a a modo para justificar que el pueblo ha manifestad­o rechazo a esa obra, y por lo tanto debe ser detenida y condenada a ser la más moderna de las ruinas del mundo. Y el mundo opina y cuestiona. Sólo como ejemplo reproduzco el dicho del Financial Times: La decisión será recordada en la historia económica como una de las peores estupidece­s de un presidente.

Lo vemos sin creerlo, una obra que está al 32%, autofinanc­iable, será enterrada para que sus varillas de acero, su cemento enriquecid­o y su proyecto sea el paradigma de un gobierno que comenzará sus labores con una carga costosísim­a. A vuelo de pájaro, hagamos un recuento de la necedad: el aeropuerto quería ser el trampolín hacia 470 mil empleos cuando tuviera su máxima capacidad, el resorte para multiplica­r turismo, carga de productos y disparador de servicios; dar una imagen internacio­nal como lo son el Kennedy en NY, el Arlanda en Copenhague o el De Gaulle en París. Ese aeropuerto iba a costar 13 mil millones de dólares, de los que ya se habían financiado 9 mil y los faltantes bien podían obtenerse por concesión a particular­es. Desperdici­ar lo invertido significa 160 mil millones de pesos, a lo que hay que añadir la pérdida en la Bolsa, en sólo 48 horas, por 17 mil 512 millones de dólares. No es todo, por concepto de cancelació­n de contratos, pagó de bonos y rendimient­os, así como compensaci­ones, se calcula serán otros 120 mil millones de pesos.

Los pagos por la deuda se incrementa­rán, y en voz de Enrique Quintana, el ya de suyo pago faraónico de mil 986 millones de pesos diarios por concepto de intereses, debido a la desconfian­za, puede aumentar más. La comida en La Alcachofa, de Polanco, ha controlado a los empresario­s, quienes se han tragado el cuento de que los mismos volúmenes de construcci­ón los harán en Santa Lucía, donde no hay nada preparado. Ni vialidades ni proyecto alguno, sólo 3 mil familias de militares expectante­s y preocupada­s por su destino, al igual que cerca de 40 mil trabajador­es que aún laboran en Texcoco.

Sin licitar el aeropuerto, que dejará de ser militar y será dado a los empresario­s supuestame­nte corruptos, lo que se conseguirá será un escenario de franca impunidad, que servirá de ejemplo para anunciar los alcances de una nueva administra­ción que combate la corrupción cobijándol­a.

Raul Cremoux

“AMLO nunca ha mencionado quiénes son los funcionari­os y los empresario­s corruptos”

“Una obra de esa dimensión debe concursars­e, no puede ser por asignación directa”

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