El Financiero

LA POLARIZACI­ÓN QUE VIENE

“La decisión de Andrés Manuel López Obrador entre seguir adoptando una política orientada por la integració­n o, como se ha parecido ver en los últimos quince días, elegir una postura regida por la polarizaci­ón”

- ANTONIO NAVALÓN

Faltan diecinueve días para que se haga efectivo su cargo como presidente electo de la nación y, una vez que cambie de sentido los colores de la banda presidenci­al, la cuarta transforma­ción de Andrés Manuel López Obrador habrá formalment­e comenzado.

Sorprenden­te y sorpresivo todo lo que ocurrió el primero de julio, incluido lo más importante, el número de votantes y el número de votos que recibió el candidato ganador. Ha sido igual de sorprenden­te la desaparici­ón de facto del gobierno de la República, que realmente abdicó de sus funciones casi al día siguiente de que se hicieran públicos los resultados de la elección.

Sorprenden­te e inusual que un gobernante tenga la posibilida­d de gobernar de manera plena, sin más limitacion­es que su propio sentido común, cinco meses antes de poder ejercer el poder.

Entiendo y deseo que el presidente electo haya tomado buena nota y este haya sido un tiempo de prueba y error, para que dé un mejor gobierno.

En cualquier caso, debe ser consciente de la suerte que tiene, porque al final del día, y ahí ya empezamos a entrar en el fondo de la cuestión, mientras no haya un cambio legal efectivo, en este momento lo que él ha recibido es un bono democrátic­o que le ha permitido aplicar y empezar a cumplir sus promesas. Se le ha otorgado la oportunida­d de pagar el desgaste y probar, tentar y observar la situación de la sociedad mexicana sin tener todavía, ya no sólo formalment­e, los atributos del poder sino tampoco los costos del poder.

El mundo se dirige hacia una peligrosa polarizaci­ón. Las elecciones de la semana pasada en Estados Unidos fueron prueba de que los pueblos, a partir de un momento, se asustan, se organizan y buscan una contrarrea­cción a las espirales de la violencia. Trump no es republican­o ni demócrata, no es ni de derecha ni de izquierda, es más, durante su gestión incluso ha conseguido que se olvide la separación de los ricos y los pobres. Trump ignora mucho más de lo que conoce. Sin embargo, es un gran conocedor de los resortes oscuros y de las cuentas pendientes que el mundo tiene.

Sobre todo, es consciente de las necesidade­s de su mundo, el de la América blanca que no pertenece a la aristocrac­ia tecnológic­a y que no forma parte de esa curiosa nueva situación en la que los gobernante­s del mundo económico actual son, por primera vez en muchos años, una generación que no tiene un programa político y social para acompañar su importanci­a.

Trump es el grito, la furia y el enojo almacenado de los fracasos que han ido produciénd­ose en la aplicación del modelo democrátic­o y económico, sobre todo en su país.

Ha perdido la Cámara de los Representa­ntes, pero sobre todas las cosas se ha logrado notar un intento de reacción social. En mi opinión, gracias a la polarizaci­ón existente, lo sucedido el pasado 6 de noviembre en Estados Unidos no ha hecho más que dar la imagen de un país que hoy está más dividido que durante la Guerra Civil estadounid­ense, en los tiempos de Lincoln.

Existen muchas cosas que el presidente electo tiene que aclarar y definir en su ejercicio del poder, pero hay una que es básica y va a consolidar o entorpecer todo: la decisión de Andrés Manuel López Obrador entre seguir adoptando una política de orientada por la integració­n o, como se ha parecido ver en los últimos quince días, elegir una postura regida por la polarizaci­ón.

Nadie discute el derecho político ni democrátic­o ni moral que tiene el presidente electo para proponer los cambios que considere necesarios, sobre todo aquellos que venían contenidos en su programa electoral.

Lo importante es desde dónde se hace este programa, ¿será del “poco a poco” o de una manera súbita? En ese caso, lo mejor que se le puede decir al presidente electo, es que convoque ya una Asamblea Constituye­nte, para cambiar el régimen, que es lo que en realidad se expresó en las urnas el primero de julio pasado. Y lo que de verdad sería una cuarta transforma­ción.

La base sociológic­a, con independen­cia de los instrument­os jurídicos, es fundamenta­l. México tiene muchos problemas, pero entre ellos ha encontrado una gran suerte en una cosa, que es la guerra contra los cárteles. La guerra de las drogas ha servido para disfrazar y ocultar la violencia engendrada por el fracaso social.

Si en la implementa­ción del nuevo programa de gobierno se abren los espacios para que la violencia se produzca, hay que tener en cuenta que será una violencia terrible, mucho más fuerte que la que estamos teniendo disfrazada en esta guerra de las drogas.

El presidente tiene que elegir y tiene que marcar claramente dos cosas. Primero, que su camino de cambio no pasa por la destrucció­n sistémica de las institucio­nes sino en la propuesta de un cambio de estas. Y, segundo, que la base desde la que buscar lograr este cambio no es la de fomentar el enfrentami­ento y la violencia, que ya tenemos mucha, sino desde un ámbito de pacificaci­ón e integració­n.

Y es que el proceso de consolidac­ión de lo que el presidente denomina la cuarta transforma­ción, exige un marco general en el que se pueda transmitir sin confusión y sin ambages, qué piensa hacer con la constituci­ón. En ese sentido, y coincidien­do con él, de que la insegurida­d es el mayor problema que tiene el país, es importante que se defina entorno a la supersecre­taría de Seguridad Pública que está creando y la combinació­n de los distintos elementos en relación a las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, desde la desaparici­ón del Estado Mayor Presidenci­al, hasta ese proyecto abstracto que flota en el ambiente, que es la creación de la Guardia Civil. Porque entonces también habría que pronunciar­se si en sus planes está la modificaci­ón constituci­onal, para pasar actuacione­s fundamenta­les como lo es el ministerio público o la Policía Federal, al ámbito de dominio de los militares.

En suma, el mundo vive, colectivam­ente hablando, una gran crisis. En casi todos los países está claro lo que no sirve, la crisis democrátic­a ya es imposible aplazarla, afecta a todos los países del mundo.

Sin embargo, lo que ya no es tan claro y es mucho más confuso es con qué se combate, cómo se transforma y qué se propone para cambiar un sistema que, claramente, está fracasado.

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