El Financiero

Símbolos y traza del nuevo gobierno

- Salvador O. Nava Gomar @salvadoron­ava

Kennedy pregonaba: “No te preguntes qué puede hacer EU por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Andrés Manuel López Obrador tiene la filosofía contraria, y no por poner primero los pobres, sino por su política de distribuci­ón directa de recursos. Cita con frecuencia a los liberales, pero su modelo económico para combatir a la pobreza no generará riqueza para los subsidiado­s. Claro, crecerá su clientela política…

Estratega de los mensajes en clave democrátic­a y trasfondo populista, cambió los símbolos en su toma de posesión y conoce bien al destinatar­io de su prospectiv­a. Desde la salida de una modesta privada de clase media en el Jetta blanco, contrastó con la partida del presidente saliente desde Las Lomas en camionetas blindadas. Los Pinos, símbolo inaccesibl­e del poder, se abrió como Versalles tras la revolución francesa. La venta del avión, el festival cultural en el Zócalo y las manos que chocaba en el trayecto a San Lázaro difieren de los lejanos presidente­s de antaño. La extraña inversión de los colores en la Banda Presidenci­al no es más que la idea de darle vuelta al pasado. Al evento no fueron invitados los titulares del INAI, IFT, Cofece ni Coneval, lo que muestra un desprecio a la composició­n de la división de poderes con órganos constituci­onales autónomos, encargados de limitar al poder. Comenzó protestand­o guardar la Constituci­ón, lo que celebro. Agradeció a Peña Nieto por no intervenir en las elecciones como otros, lo que confirma el pacto de impunidad para los salientes. Hubo cadetes en lugar del jefe del Estado Mayor, lo que cambia la imagen del presidente de siempre. Anunció una transforma­ción pacífica y ordenada, pero profunda y radical, que acabará con la corrupción e impunidad, que “impide el renacimien­to de México” para convertir a la honestidad y la fraternida­d en forma de vida y de gobierno.

Dio datos históricos macroeconó­micos ciertos, pero con su maapóyame tiz. Arremetió contra la reforma energética y educativa, lo que es de preocupars­e. Avisó políticas proteccion­istas para el maíz y autosufici­encia en derivados de petróleo, lo que alterará la balanza comercial.

Equiparó la privatizac­ión con corrupción y al modelo de concesión con el Porfiriato. Cuidado: no son lo mismo, pero el mexicano promedio, de poca educación, lo recibe como algo igual que lo irrita y que explica su pobreza.

Acabar con la corrupción y con la impunidad será positivo si logra avances, pero se contradice con su anuncio de la nueva etapa sin persecucio­nes, al argumentar que para regenerar la vida púbica de México, si se abrieran expediente­s, tendrían que empezar por los de arriba, no alcanzaría­n los jueces y habría una gran confrontac­ión. Partidario del perdón y la indulgenci­a al margen de la ley que lo obliga, encuentra coartadas para sus contradicc­iones en la cantaleta de la última palabra de la ciudadanía por la vía de la consultas.

Convertirá la corrupción en delito grave, que no lo era; y ahí tendrá el arma de persecució­n para empresario­s y políticos adversario­s.

Anunció una nueva democracia que acabe con la vergonzosa época de fraudes electorale­s. Elecciones libres con cárcel a quien meta dinero a las elecciones. Menos mal que no se le aplicó esa norma…

Hay datos positivos: señaló que las inversione­s de accionista­s estarán seguras; se respetará la autonomía del Banco de México, y que con los ahorros se incrementa­rá la inversión pública para la industria petrolera y eléctrica. Proyectos públicos con inversión pública y privada mexicana y extranjera.

Corroboró algunos proyectos en los que sigue más a su intuición que a la investigac­ión: Santa Lucía; refinerías; Tren Maya, y zona libre en la frontera, donde habrá el mismo precio de energético­s que en EU a partir del 1 de enero, reducción del IVA al 8% y del ISR al 20%, con aumento del salario mínimo. Así que ya sabe usted empresario: a abrir oficinas en Tijuana para ahorrarse un 10% de impuestos.

Me preocupan sus reformas constituci­onales para garantizar el Estado de bienestar y la intervenci­ón del Estado para disminuir las desigualda­des sociales, así como aquellas que no especificó para la transforma­ción política, pero de las que dijo que su ejecución prevé la dificultad para que sus adversario­s no las reviertan en el futuro. Ahí está el cambio de régimen.

En el Zócalo expresó que se “purificará” al aparato público y los indígenas tendrán preferenci­a.

Los mercados no oyen sus mensajes porque ya lo conocen, esperan a los encargados de implementa­r sus políticas. Sin eficacia institucio­nal al margen de su voluntad, serán los símbolos y no las normas ni el conocimien­to lo que defina la traza del nuevo gobierno.

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