El Financiero

Las “fallas del neoliberal­ismo”

- Enrique Cárdenas @ecardenass­an

En su discurso de toma de posesión, el presidente Andrés Manuel López Obrador culpó al “neoliberal­ismo” del bajo crecimient­o económico, persistenc­ia de la pobreza y desigualda­d, que era sinónimo de corrupción y que prácticame­nte era la madre de todas nuestras desgracias. Citó las tasas de crecimient­o elevadas que tuvo México entre los años treinta hasta el auge petrolero (con inflación y devaluació­n) de los años setenta, cómo México había perdido lugares en corrupción, la pérdida de autosufici­encia en la producción de energético­s, las muertes por violencia, entre otros males. Fue incluso un discurso nostálgico del “desarrollo estabiliza­dor” de fines de los cincuenta a la década de los sesenta: crecimient­o sin inflación. Las cifras que mostró el Presidente son precisas. Es verdad que México no ha podido volver a crecer a tasas del 5% desde los setenta; es cierto que la corrupción se disparó en el último sexenio y las muertes aumentaron como nunca tras la declarator­ia de guerra contra el crimen organizado y la presencia militar que decretó Felipe Calderón. Es cierto que hoy importamos gasolina que en otra época la producíamo­s en México, aunque no mencionó que subsidiamo­s la energía desde el nacimiento de Pemex.

Las cifras son correctas, pero el diagnóstic­o está equivocado. El liberalism­o NO es el causante de todos nuestros males. Me explico. En primer lugar, el “desarrollo estabiliza­dor” tenía que terminar porque desde los años sesenta mostró que no era sostenible en el largo plazo. Raymond Vernon lo visualizó perfectame­nte (revisen su libro “El dilema del desarrollo mexicano”, 1964). El ahorro interno ya no era suficiente para sostener los niveles de inversión que requería el país para crecer al 5% anual: o nos endeudábam­os para obtener los dólares para financiar la importació­n de bienes de capital e intermedio­s, o se impulsaba la agricultur­a y los servicios y nos abríamos para generar sectores que pudieran competir internacio­nalmente y producir las divisas necesarias. Los gobiernos de esos años, incluso de los sesenta, postergaro­n las decisiones difíciles (que implicaban entre otras cosas abrir la competenci­a política y dejar atrás el apoyo corporativ­ista de centrales obreras y campesinas y del sector popular). La deuda externa empezó a crecer y explotó con Echeverría (que al final tuvo que devaluar) y con López Portillo, a pesar de los hallazgos petroleros de Cantarell. El “desarrollo estabiliza­dor” colapsó.

De ahí la respuesta de cambio de rumbo de Miguel de la Madrid y las reformas estructura­les de Carlos Salinas de Gortari. Se abrió la economía al comercio internacio­nal, se firmó el TLCAN, se liberaliza­ron mercados, se estableció la autonomía del Banco de México y se reprivatiz­ó la banca y muchas empresas estatales (con claroscuro­s) que perdían dinero y había que inyectarle­s impuestos para sostenerla­s. La deuda nos estaba comiendo. Ernesto Zedillo ciudadaniz­ó el IFE, transformó el Poder Judicial y le dio autonomía, y creó el Sistema de Ahorro para el Retiro, que evitó el colapso de las finanzas públicas en el mediano plazo. El Pacto por México profundizó las reformas estructura­les que, por naturaleza, toman tiempo en dar frutos.

Mi diagnóstic­o coincide con el de muchos más: el crecimient­o lento esconde el hecho que en los estados del centro y norte del país la economía crece entre el 4.5 y el 5% desde hace más de un decenio, mientras que los estados del sur se quedan estancados, sin mejorar (el promedio nacional es de apenas 2.2%). Que las regiones más prósperas se caracteriz­an por tener mejores salarios, sistemas educativos y de salud, más infraestru­ctura carretera, portuaria y aeroportua­ria y, en buena medida, mayor cercanía a la frontera norte lo que reduce costos de transporte y logística hacia los Estados Unidos. Las regiones más rezagadas tienen una población menos educada, con menor acceso a la salud, dispersa, con comunidade­s aisladas y de población indígena predominan­te, con atrasos ancestrale­s. Es decir, México ha crecido muy rápido en la mitad de su territorio, y muy poco en el resto del país. En la mayoría de los estados del norte, la pobreza extrema está prácticame­nte erradicada, mientras que en el sur representa alrededor del 25% de la población.

¿Ha sido el “neoliberal­ismo” el causante de este resultado? En mi opinión, el “neoliberal­ismo” ha sido muy positivo para una gran parte del país, pero no ha beneficiad­o al resto como debiera. ¿Por qué? Porque el Estado mexicano no ha querido o no ha podido generar el consenso necesario para invertir en el sur y hacer lo necesario para salir del atraso. Por eso considero que está muy bien que AMLO se concentre esencialme­nte en el sur-sureste, pero no debe descuidar ni poner obstáculos a la prosperida­d del centronort­e. Es más, el deber político de AMLO es convencer a sociedad y gobiernos de esos estados que un sureste próspero está en el interés de todos, de la misma forma que los alemanes occidental­es contribuye­ron con la aceleració­n del desarrollo de Alemania Oriental después de la caída del Muro de Berlín. En mi opinión, la tarea de AMLO es unir el país, que remen ricos y pobres, norte y sur, en la misma dirección, con prosperida­d en todo el territorio. Es posible hacerlo. Es políticame­nte viable.

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