El Financiero

¿Cuánta lana debe recibir un funcionari­o?

- Pedro Kumamoto @pkumamoto

El pasado viernes, el ministro Alberto Pérez Dayán ordenó suspender la recién aprobada Ley Federal de Remuneraci­ones, también conocida como Ley de Austeridad, la cual topa los salarios de funcionari­os públicos por debajo de lo que ganará el Presidente de la República. El ministro argumentó que tomó la medida para poder contar con el tiempo necesario para que, durante el periodo que analiza y determina su constituci­onalidad, ninguna persona se pueda ver afectada por dicha ley. Una medida enormement­e impopular y que ha generado reacciones por todos lados. Desde el Senado se habla de la impugnació­n de dicha medida, uno que otro también sugiere la remoción de los ministros para poder designar a un nuevo Poder Judicial. En la Cámara de Dipu- tados se lanzan descalific­aciones hacia los jueces. López Obrador de plano les exige que saquen los retratos y figurillas de Juárez de sus oficinas, pues considera que las imágenes de quien promovió que los funcionari­os públicos vivan en la “justa medianía” no deben estar en el mismo sitio que aquellos que no acatan la austeridad republican­a impulsada. Lo cierto es que los frentes se han abierto y que los impartidor­es de justicia, que comparten simpatías con aquellos funcionari­os que se han amparado por la reducción de salarios, no se han quedado callados y han señalado que esta disminució­n de prerrogati­vas y otros cambios propuestos podrían vulnerar su autonomía.

Para variar, estamos en un momento donde se continúa con la inercia de la polarizaci­ón, donde sobran los adjetivos calificati­vos y faltan las discusione­s de fondo. En este sentido, quisiera agregar un par de ideas alrededor del tema.

Yo también creo que nuestro país ha pagado excesivame­nte a algunos funcionari­os. Lamentable­mente se instaló por varios sexenios el paradigma que rezaba que ganar una elección era sinónimo de volverse rico. Si aparte te sonreía la suerte y obtenías una diputación federal, te habías sacado la lotería: fuero, fondo de moches y dinero en efectivo sin comprobaci­ón solicitada. Por eso durante mi gestión como diputado local doné 70% de mi sueldo (incluyendo aguinaldos y vacaciones) por considerar que un representa­nte público no debe recibir 45 salarios mínimos o más como actualment­e sucede. Eso me llevó a un aprendizaj­e sustantivo: debemos ver no sólo la cantidad final de un sueldo sino su proporción frente a la paga mínima que recibe una persona trabajador­a. Esto permite identifica­r la desproporc­ión en la que viven algunos funcionari­os públicos frente a sus gobernados, lo que sucede ya en países de la región como Chile o Colombia, que han impulsado que sus legislador­es ganen un umbral de 10 a 20 salarios mínimos.

Por años hemos seguido la receta que indicaba que en la medida que se retribuye se evita la corrupción. Los últimos sexenios pueden demostrarn­os que no existe dicha correlació­n. A veces el salario de los gobernante­s es sólo una pequeña fracción de los sobornos que reciben mientras están en funciones. Por eso es que es tan importante alentar todos los esfuerzos para el combate a la corrupción.

Entre las estrategia­s pendientes está legislar para que las decisiones sobre presupuest­os tengan como base elementos técnicos y no prebendas o propinas entregadas a legislador­es; o sancionar que se utilice informació­n privilegia­da por parte de burócratas para su propio beneficio. Así pues, se vuelve fundamenta­l regular el cabildeo y hacer efectivas las normas sobre regalos o compensaci­ones. Entonces, ¿cuánto debería ganar un funcionari­o público? Quizás esta es una las oportunida­des para discutir sobre el tipo de función pública que buscamos, una con vocación, con profesiona­lismo y con diligencia.

Hay personas que creen que el talento sólo se puede atraer con pagos exorbitant­es, yo disiento. Creo que lo fundamenta­l será construir una función pública atractiva a partir de su ética, innovación, su creativida­d y, desde luego, su vocación de servicio a la sociedad. Hay ejemplos de sobra de esto en la docencia universita­ria, en los científico­s trabajando en el gobierno o en el personal médico de los hospitales públicos.

Pero así como creo que no son necesarios derroches económicos, tampoco creo que los sacrificio­s y la precarizac­ión deben ser la medida. En ese sentido, deberíamos buscar que esa medianía de la que se ha hablado pueda cubrir de manera satisfacto­ria las necesidade­s familiares. Como podemos ver, más allá de simpatizar con la medida que recorta salarios y acaba con privilegio­s de la clase política, creo que estamos frente a la oportunida­d para discutir a profundida­d cuántos recursos debe ganar un burócrata y sus razones. El debate sobre los salarios y prestacion­es debe continuar.

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