El Financiero

Claroscuro­s en el Día Internacio­nal Anticorrup­ción

- Benjamín Hill @benxhill

Hace poco más de 15 años, en octubre de 2003, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Convención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción y decidió que el 9 de diciembre de cada año sería designado Día Internacio­nal Anticorrup­ción. Desde entonces en esa fecha, los gobiernos, la sociedad civil y organismos internacio­nales de muchos países, celebran reuniones para discutir temas relacionad­os con el combate a la corrupción, generar conciencia sobre su gravedad entre los ciudadanos y hacer un llamado a la sociedad sobre la importanci­a de prevenirla. En México, el evento de conmemorac­ión del Día Internacio­nal Anticorrup­ción se realizó ayer, 10 de diciembre, y fue organizado, entre otros, por la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional Anticorrup­ción (SESNA) y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Ahí se instalaron mesas de discusión temáticas sobre modelos de integridad corporativ­a, buenas prácticas para el combate a la corrupción en los estados, acceso a la informació­n y participac­ión ciudadana, entre otros temas. Fue un momento que sirvió para reunir a la comunidad de práctica anticorrup­ción en México, y me honró ser considerad­o para participar en la Mesa 1, relacionad­a con el futuro de la política nacional anticorrup­ción. Uno de los temas que se discutiero­n en este encuentro fue el hecho afortunado de que México cuenta ya desde hace tiempo con un conjunto de trabajos de investigac­ión académica, estudios realizados por la sociedad civil y otros esfuerzos impulsados desde el gobierno que han ampliado nuestro conocimien­to y generado un robusto compendio de literatura sobre la corrupción. También contamos hoy con un número importante de personas que desde hace tiempo se han dedicado a estudiar seriamente el fenómeno de la corrupción, por lo que podemos decir que se ha conformado en México una “masa crítica” muy relevante en ese tema.

La reunión tuvo claroscuro­s. Por un lado, me dio gusto comprobar que en el trabajo realizado por la SESNA para la integració­n de la Política Nacional Anticorrup­ción, se ha privilegia­do la elaboració­n de la propuesta con base en datos recolectad­os como resultado de una amplia consulta en línea, en ocho foros regionales que contaron con una extensa participac­ión de la sociedad civil, y de discusione­s con expertos reunidos en un Consejo Consultivo. Me tranquiliz­ó ver que quienes han encabezado el esfuerzo de elaboració­n de la política nacional son servidoras y servidores públicos con experienci­a en el diseño e implantaci­ón de políticas públicas anticorrup­ción, por lo que tienen un conocimien­to amplio y directo sobre qué acciones y políticas no han funcionado. Y digo esto sin atisbo de sorna, pues su experienci­a es también la mía, ya que en muchos casos esos servidoras y servidores públicos trabajamos juntos en el pasado y compartimo­s triunfos y fracasos. Saber qué no ha funcionado es fundamenta­l para poder diseñar una política anticorrup­ción que tenga mayores oportunida­des de éxito, pues con la experienci­a y el tiempo afloran en las reflexione­s posteriore­s los motivos del fracaso y también se generan y conciben nuevas ideas que producen mejores propuestas de política. Hasta ahora, el trabajo de integració­n de la Política Nacional Anticorrup­ción, que aún no concluye, apunta a que los principale­s ejes temáticos aborden el combate a la impunidad –para muchos, causa raíz de la corrupción–, acabar con la arbitrarie­dad en las decisiones del gobierno –tema que está alineado a las conclusion­es de la literatura más reciente sobre corrupción, que habla de la necesidad de que el gobierno sea imparcial–, la incidencia de la participac­ión de la sociedad en el combate a la corrupción, y trabajar en políticas que prevengan la corrupción en las interaccio­nes entre gobierno y ciudadanos, principalm­ente en trámites y servicios.

Sin embargo, no todo en la reunión tuvo un tono de optimismo. El tema central que rondó las intervenci­ones de los expositore­s y los comentario­s de quienes asistieron a la mesa, tiene que ver con la incapacida­d de nuestras institucio­nes de implantar y operar políticas anticorrup­ción. Si en el centro de las causas de la corrupción está la impunidad, en el centro de las posibles soluciones se encuentra la gobernanza, la incapacida­d institucio­nal de los gobiernos para realizar lo que se proponen. Las políticas anticorrup­ción de los programas sectoriale­s derivados del Plan Nacional de Desarrollo muchas veces se traducen a lo largo de los procesos de planeación del desarrollo en programas, objetivos e indicadore­s que terminan degradándo­se en el burocratis­mo y al final no son efectivos. El problema central de las acciones anticorrup­ción no es cultural ni moral ni de falta de diagnóstic­os ni de conciliaci­ón de distintas visiones teóricas ni tampoco es político; se trata de un problema de fortaleza institucio­nal, de gobernanza. México ha sabido crear una masa crítica respetable de personas y conocimien­tos sobre políticas anticorrup­ción. Sin embargo, seguimos arrastrand­o problemas de gobernanza que no nos permiten aprovechar esa masa crítica en la adecuada implantaci­ón políticas que nos permitan avanzar en la solución de este problema.

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