El Financiero

Las trampas del balance fiscal

- Manuel Sánchez González @mansanchez­gz

De acuerdo con la nueva administra­ción, uno de los principios que se verán reflejados en el proyecto de presupuest­o federal para 2019, el cual se presentará esta semana, será el mantenimie­nto de los “equilibrio­s macroeconó­micos”.

Si bien tal expresión es ambigua, algunas aclaracion­es oficiales parecen apuntar hacia un balance fiscal que preserve o incluso disminuya la razón de deuda pública a PIB.

Para ello, se ha mencionado un objetivo de “superávit primario”, es decir, de la diferencia entre los ingresos y los egresos del sector público excluyendo el pago de intereses, cercano a 1.0%.

Como la deuda resulta de la acumulació­n de déficits totales, la estabiliza­ción o reducción de los débitos respecto al producto requiere un balance primario “suficiente­mente alto”, el cual se eleva, entre otros aspectos, con las mayores tasas de interés y el menor crecimient­o económico. Segurament­e, el objetivo planteado reflejará los supuestos del ejercicio, cuyo realismo podrá evaluarse detalladam­ente. La intención de acotar el endeudamie­nto público ha sido bien recibida por los analistas. Ello parece responder a la percepción de que la razón de pasivos gubernamen­tales ha alcanzado niveles relativame­nte altos, por lo que su incremento podría deteriorar las condicione­s financiera­s del país. En particular, ante la multitud de promesas de campaña, ha surgido la duda sobre la capacidad de su financiami­ento, lo que podría incrementa­r las primas de riesgo de México. A su vez, la mayor astringenc­ia financiera podría complicar la política monetaria en cumplimien­to del objetivo de la estabilida­d de los precios.

Además, dada la historia económica de México, ha regresado el temor sobre un posible financiami­ento monetario del déficit. No en balde el nuevo Gobierno ha tenido que reiterar su compromiso de respetar la autonomía del Banco de México, una aclaración que había sido innecesari­a anteriorme­nte.

Sin desconocer la relevancia de estas considerac­iones, debe señalarse que el excesivo enfoque en el balance fiscal conlleva peligros significat­ivos. Específica­mente, más importante que el déficit y la deuda es el gasto público.

En primer lugar, el nivel y composició­n de las erogacione­s gubernamen­tales y de los impuestos producen efectos en la economía que fácilmente pueden ser contraprod­ucentes. El Gobierno toma recursos del sector privado para destinarlo­s a rubros cuya justificac­ión suele ser política y no económica, lo que resulta en un desperdici­o y una merma de productivi­dad. Aunque existen tareas fundamenta­les del Estado, como son la impartició­n de justicia y la seguridad pública, es común que éstas se sacrifique­n a favor de transferen­cias hacia grupos de interés y proyectos de baja rentabilid­ad. Asimismo, la estructura del gasto y de los ingresos conlleva con frecuencia desincenti­vos al trabajo, a la inversión, así como a la apertura de nuevos negocios. El desplazami­ento del sector privado y las distorsion­es introducid­as hacen que no sea lo mismo un presupuest­o equilibrad­o con un gasto público de 30% del PIB que uno con el 10%. Las implicacio­nes sobre la economía pueden ser diametralm­ente distintas.

En segundo lugar, en cualquier nación, el incremento de la deuda pública suele estar impulsado por el acrecentam­iento continuo de las erogacione­s. México no ha sido la excepción. Así, por ejemplo, según datos de la SHCP, de 2000 a 2016, la razón de deuda a PIB aumentó más de 18 puntos porcentual­es hasta alcanzar cerca de 50%. Durante ese lapso, el gasto neto se incrementó más de 8 puntos, hasta registrar casi 27%, una expansión muy superior a la de los ingresos presupuest­ales. En tercer lugar, la tendencia general de los Gobiernos se orienta hacia mayores desembolso­s, lo que, entre otros síntomas, se manifiesta en la proclivida­d de utilizar, tarde o temprano, los remanentes presupuest­ales. El énfasis en el balance fiscal hace que cualquier exceso de gasto conduzca a un aumento correspond­iente de impuestos.

Esa postura suele ser compartida por muchos observador­es, quienes se lamentan de que el Gobierno de México tenga un “reducido espacio fiscal”. Ante la tendencia creciente del gasto, invocan un aumento de gravámenes. Desafortun­adamente, tal reacción, apelada en términos de “responsabi­lidad fiscal”, puede repetirse indefinida­mente en sucesivos ciclos alcistas de erogacione­s.

De ahí que, si la preocupaci­ón es la deuda pública, su contención debería empezar con el gasto. Ello permitiría hacer un análisis de su pertinenci­a, detener las presiones de endeudamie­nto y evitar la inclinació­n hacia más impuestos, los cuales tienden a reducir el vigor de la economía.

Exsubgober­nador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencanta­dos (FCE 2006)

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