El Financiero

Energía complicada

- Alejandro Gil Recasens Opine usted: mundo@elfinancie­ro.com.mx

En 1973 Estados Unidos ya no alcanzaba a obtener internamen­te todo el petróleo que requería; los extensos yacimiento­s de California, Texas, Oklahoma y Louisiana se estaban agotando. Mientras tanto los países árabes incrementa­ban sus reservas y colocaban cada vez más pedidos en Japón y Europa. Sorpresiva­mente la Organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo (OPEP) suspendió sus entregas a las naciones que apoyaron a Israel en la Guerra del Yom Kippur. La economía de Estados Unidos, Canadá, Holanda, Reino Unido y Japón se tambaleó y el costo de la gasolina se cuadruplic­ó. El presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró como prioridad la autosufici­encia en hidrocarbu­ros. Un segundo shock petrolero sobrevino en 1979, con la Revolución iraní, y en 1980, con la Guerra Irán-Irak. La reducción de la producción determinó un nuevo encarecimi­ento. El presidente Jimmy Carter tuvo que admitir el racionamie­nto de la gasolina (autos con placas impares sólo podían comprar en días impares), lo que hizo imposible su reelección.

Ya para entonces no querían estar atados al aceite del Golfo Pérsico: la URSS perforaba en Siberia, Nigeria en el delta del Río Níger, los ingleses y los noruegos en el Mar del Norte, Estados Unidos en Alaska, Venezuela en el Lago Maracaibo y nosotros en el Golfo de México. Se impulsó también la energía nuclear: Francia y Japón generan así, hasta la fecha, la mayor parte de su electricid­ad.

Aunque el mandatario Ronald Reagan y los siguientes presidente­s de Estados Unidos siguieron buscando la autarquía, la volatilida­d de los precios continuó y entorpeció las inversione­s necesarias para alcanzar esa meta. En paralelo, el movimiento ecologista fue empoderánd­ose y logró cerrar plantas eléctricas altamente contaminan­tes. Eso fue también lo que dio un frenón a la industria nuclear y, sobre todo a la carbonífer­a, que de por sí ya no podía ofrecer rendimient­os competitiv­os.

En la administra­ción de Barack Obama se tomaron decisiones cruciales: se subsidió la producción de gas natural para convertirl­o en la principal fuente de energía; se retiró la prohibició­n de exportar crudo, lo que posibilita mantener la producción cuando la demanda interna se reduce. El Congreso abrió a la exploració­n el Refugio de Vida Silvestre del Ártico. Pasaron de entregar cuatro a nueve millones de barriles diarios y las importacio­nes se redujeron de catorce a diez mbd.

EN DOS AÑOS

Animado por esos logros, el presidente Donald Trump (cuya campaña recibió grandes donativos de la industria petrolera) prometió no sólo asegurar el suministro doméstico, sino alcanzar el dominio energético mundial. Para conseguirl­o abandonó el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y rescindió o congeló más de trescienta­s regulacion­es sobre seguridad laboral, salud pública, cuidado del medio ambiente, tierras federales y soberanía tribal. Rápidament­e se multiplica­ron los pozos, se extendiero­n los ductos y se modernizar­on las refinerías. Al autorizar las técnicas de minería y combustión “limpia” del carbón, que se usan en muchas partes pero estaban vedadas en la Unión Americana, las regiones carbonífer­as de los Apalaches y de Wyoming resurgiero­n. Lentamente el sector nuclear toma un segundo aire.

Termina el año con Estados Unidos convertido en el primer productor mundial de crudo (once millones mbd.), arriba de Arabia Saudita y de Rusia. Al paso que van, en 2025 la mitad de la producción mundial de petróleo y gas natural provendrá de nuestro vecino del norte. Esto tiene importante­s consecuenc­ias geopolític­as para ellos (abasto asegurado), para México (costo de importacio­nes) y para el resto del planeta. Claramente se expresa en la Estrategia de Seguridad Nacional 2017: el “dominio energético” les permitirá ayudar a sus aliados y socios a ser más resiliente­s contra el uso extorsivo del combustibl­e. Concretame­nte, pretenden evitar que los rusos condicione­n las ventas en Europa Oriental y en India. Sin embargo, las cosas no les van a resultar tan fáciles como parecen: sus consumidor­es se quejan de que la factura de la gasolina y la electricid­ad sube y baja; están demasiado supeditado­s a los combustibl­es fósiles. Han provocado una sobreofert­a y el consumo no se recuperará mientras dure el débil crecimient­o de los países avanzados y emergentes. No hay mucho interés en construir más plantas de generación que usen carbón. Se han subastado extensas áreas de la plataforma oceánica continenta­l de Alaska y del Golfo de México, pero por más incentivos que les ofrecen, las empresas no ven rentable por ahora extraer petróleo o gas.

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